pro

Mons. Faustino Armendáriz Jiménez,

IX Obispo de Querétaro
***

Blasón Episcopal
Descripción Heráldica

De acuerdo a la tradición y como un signo de identidad, los obispos y otras dignidades de la Iglesia nos han legado como testimonio personal sus blasones o escudos; en ellos se intenta plasmar la mística de su ministerio, sus devociones y la historia particular de su apostolado. Para ello se recurre a la heráldica eclesiástica, cuya disciplina por medio de una amplia norma a base de figuras y esmaltes (colores), expresan de manera simbólica todo un testimonio personal y pastoral.

El Campo del Escudo:
De acuerdo a la heráldica, el campo del escudo es cortado y la parte superior partido; es decir primeramente dividido el campo por mitad con una línea horizontal y la parte superior dividida por una línea vertical, resultando tres cuarteles.

Primer cuartel (superior izquierdo):
imagen 2

 

 

 

 

 

 

En un fondo azur (azul) símbolo de la pureza, dulzura y fortaleza, se sobrepone la letra “M” de María en oro, que a decir de nuestro señor Obispo fue “tomada del escudo del Santo Padre [san] Juan Pablo II,…” “quien tuvo a bien nombrarme Sucesor de los Apóstoles, pido su intercesión para tener la fortaleza y sabiduría como Obispo, discípulo misionero del Señor.”

Se aprecia en ese mismo cuartel, la imagen de la Santísima Virgen de los Dolores de Soriano, patrona de la Diócesis, que habla de la devoción Mariana y su profundo arraigo en esta tierra, quien la ha acompañado a lo largo de su historia.

Segundo cuartel (superior derecho):

imagen 3

 

 

 

 

 

 

Fondeado en oro, uno de los dos metales en la heráldica y que es representado por el color amarillo, simboliza la fe y la caridad. Aparecen dos figuras, el hombre-venado y el sol; nuestro señor Obispo quiso remitir con la imagen de la danza del venado, sus orígenes en el estado de Sonora, “donde el Señor me llamó a su servicio en el sacerdocio y donde recibí, en familia, la formación que me hizo amar a Dios y a nuestra Madre la Santísima Virgen María”. En esta danza ritual y de acuerdo a la visión yaqui, el venado es un cúmulo de cualidades que dan armonía en su conjunto a su realidad, a la verdad y a la belleza de las cosas creadas.

El sol, astro rey y centro del universo de acuerdo a la heráldica, simboliza la realeza y soberanía de Dios, con su calidez da vida a las cosas. Nuestro señor Obispo usó este símbolo para expresar su gratitud al pueblo de Matamoros por su generosidad y forjarse como pastor en aquella diócesis.

Tercer cuartel (parte inferior del escudo):

imagen 4

 

 

 

 

En gules (rojo) se aprecia el fondo que simboliza la justicia y la valentía; sobrepuesta la Biblia abierta, nuestro señor Obispo nos dice con ello: “subrayar la importancia de la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia”. La Biblia y el color rojo, obliga a quien lo porta en su escudo, de acuerdo a la tradición, defender a los agraviados por falta de justicia

Elementos ornamentales externos:

Capelo y borlas:

imagen 5

 

 

 

 

 

 

 

De acuerdo a las normas establecidas en la heráldica eclesiástica, se coloca en la parte superior externa del escudo un capelo (sombrero) y pendientes de él un cierto número de borlas de determinado color; para el caso de la dignidad episcopal esmaltado en sinople (verde) con seis borlas da cada lado.

Cruz, mitra y báculo:
imagen 6

 

 

 

 

 

 

 

En el timbre del escudo se encuentran tres elementos: cruz, mitra y báculo; en la parte central la cruz, que nos indica que es un blasón eclesiástico, su fuste corre por todo el escudo, sirve en la parte inferior como sostén a la divisa, es decir el festón que enuncia el lema del eclesiástico. Los otros dos elementos que timbran el escudo son en la izquierda la mitra y en la derecha el báculo con la curvatura hacia afuera, ambos nos hablan de la dignidad episcopal.

Divisa:
imagen 7

 

 

 

Es el lema episcopal que está colocado en la parte inferior del escudo, escrito en el festón. La divisa “OMNIBUS OMNIA FACTUS SUM”, “Me he hecho todo para todos”, ha sido inspirada en la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 9, 22.

Con la colaboración de:
Lic. Miguel Ferro Herrera.