NOVENA EN HONOR DE NTRA. SRA. DE LOS DOLORES DE SORIANO.
50 Aniversario como Patrona Celestial Principal de la Diócesis de Querétaro.
DÍA NOVENO SÉPTIMO DOLOR
es llegada la hora de dar sepultura a Jesús, y María con serenidad y recogimiento, se deja ayudar de José de Arimatea y Nicodemo, de Juan y María Magdalena y de algunas de las mujeres que habían acudido al pie de la Cruz; y la Santísima Virgen, con heroica serenidad, se desprendió del divino tesoro que yacía en su regazo. La callada pompa de aquel funeral incomparable no fue profano por la grosera turba qué, como el reflujo del mar, se había retirado largo tiempo antes de la sagrada colina del Calvario.
Ya llegaron. El sepulcro era nuevo y cavado en una roca, a expensas de su dueño, José de Arimatea. Ayudada por el mismo José, María entra en el sepulcro con el cuerpo y ella lo dispone todo: ella le acomoda suavemente la cabeza, sus brazos y sus pies, y cuidadosamente pliega sobre todo el cuerpo el santo sudario; todo lo hace en orden y en silencio. Pero, madre, ¡hay que despedirse. El dolor y la angustia de aquella madre excedieron a todo a lo que cabe en el corazón del hombre, Porque la que ahí lloraba, y el llorado, son cada cual de por sí, incomparables. Para un alma cualquiera quedarse sin cristo equivale a estar en el paganismo y en el infierno; para María, quedarse sin Cristo, y esto en la noche de día tan horrendo. ¡Oh!
He aquí una pena que es para nuestro pobre entendimiento lo que para nuestros ojos mirar el mar en noche sin estrellas.
Acompañada de Juan, María regresa esa noche a Jerusalén; entré por las mismas puertas por la que había salido aquella mañana. Había transcurrido horas en el tiempo de los hombres, Pero según la cuenta de Dios y en el corazón de nuestra madre santísima habían transcurrido largas edades.
Además, su alma estaba saturada de amargura, no había sentido la necesidad de alimento corporal, pero estaba cruelmente debilitado por su ayuno absoluto de ese día, no había pegado los ojos en toda la noche del jueves Santo, n por lo que no era de esperarse que, tras la escena de aquella tarde Como podría conciliar el sueño.
También, durante las últimas 24 horas su espíritu había padecido los más crueles tormentos, n ya pesar de su Celeste serenidad, estaba agobiada por la mole de magnificencia que su mente había ido contemplando y en su corazón sentido. Había estado tres horas junto al suplicio de su hijo, y hasta la intensidad de su adoración a él había contribuido a devorar sus fuerzas; finalmente las penas pasadas en el sepulcro de Jesús habían sido para ella terremoto y eclipse de su alma. Atormentada Cómo ha llegado los pies e hinchados los ojos por el llanto, extenuado el cuerpo, agobiado el ánimo por espantosos recuerdos y de tristes previsiones, n despedazado el corazón, entrada María por la puerta de Jerusalén: mísero despojo de toda una tempestad y padecimientos sobrehumanos; tal era aquel prodigio de sufrimientos. Se terminaba que el viernes de A qué llamamos Santo, porque de aquel horrendo crimen cometido ese día, brotó para nosotros la fuente de la Misericordia divina. Sin embargo, la Santísima Virgen comenzaba a recorrer en el espíritu aquel día crucis del que acababa de ser testigo y principal actora lo recorrerá retrocediendo de la última estación a la primera en ese ejercicio espiritual su memoria le era tan fiel como atentos y vigilantes habían sido sus potencias para recoger los mínimos pormenores de la pasión de Jesús. Oía entre las brisas de la noche los leves y pagado Suspiros de Jesús; veía por entre las tinieblas de las calles de Jerusalén, su Hermosísimo rostro desfigurado. Aquí cayó Jesús bajo el peso del Madero y ella trémula, sentía las huellas de la preciosísima Sangre quemarle las plantas de sus pies. Aquí la ayudó Simón cirineo a cargar la cruz. Aquí grabó su adorable rostro en el paño de la Verónica. Y así, hasta llegar al pretorio de Pilato. ¡Oh! Qué jornada mental para quien la había andado con realidad espantosa y, s, sin embargo, prueba de insigne amor era el recorrer la, y lo será siempre para los que rezamos el viacrucis. Así vieron las calles de Jerusalén a su reina despreciada, y ni siquiera conocida, encaminarse desfalleciente a la vivienda del apóstol Juan. Ahí sería su asilo de hoy en adelante. Pero ¿que así lo hay para ella donde no está Jesús? Cuando dejó el sepulcro sintió que le faltaba asilo en el mundo: Entonces sí que comenzó para ella el destierro.
¡Oh, santísima madre! Tu séptimo y último dolor es una fricción incalificable, sin comparación. Incomparable es, en efecto, tu parecer que destruyó excede a las fuerzas humanas, n y que te deja vivir aun pareciendo lo, sólo gracias al influjo sobrenatural. Señora y madre nuestra: Sólo nos podemos limitar a decir que tu último dolor es una Inmensidad Sin nombre adecuado.
¡Ruega por nosotros, dolorosa madre!
Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro señor Jesucristo.
Amén.