NOVENA EN HONOR DE NTRA. SRA. DE LOS DOLORES DE SORIANO.
50 Aniversario como Patrona Celestial Principal de la Diócesis de Querétaro. Día octavo
El descendimiento de la Cruz.
Desapareció La sombra del eclipse, y comienza a ir cayendo las de la tarde: los últimos rayos del sol poniente doran al ensangrentado Madero que sobre sale en la cima del Calvario. Nadie queda en la montaña sino unas cuantas personas que han bajado a Cristo de la Cruz, o que están recién llegadas con aromas para embalsamarlo. María al pie del Madero. Tiene en su regazo el inanimado cuerpo de su hijo… Ay, Madre, ¡así Mesías en Belén a tu niño Jesús!
De los humanos dolores no hay uno que se parezca a otro, pues cada cual tiene lo suyo especial que le da una crudeza distinta de la de otro dolor cualquiera. Esto precisamente acontece con el dolor que ahora contemplamos: una aflicción resultante de un daño ya consumado., los desfallecimientos del ánimo llegan como los del cuerpo, después de terminada la lucha, es Entonces cuando tenemos tiempo de medir nuestra desventura, y la reacción ante esa aparente calma produce en nosotros un abatimiento más angustioso que el período de la lucha misma. Y para empezar un nuevo período de vida necesitamos un poderoso auxilio de la gracia, para realizar los deberes ordinarios, Pues un grave pesar, Aunque dure poco tiempo desquicia el eje de nuestra existencia y nos produce desaliento y flojedad para las más sencillas ocupaciones. Pero no hay remedio; es preciso vivir, trabajar y someterse a las leyes del orden eterno sin que el dolor nos autorice a darnos tregua para cumplirlas. Con esto dejamos anunciada la índole del sexto dolor de María.
Contemplemos lo detenidamente. Desde la cima del Calvario había descendido el alma humana de Jesús a los infiernos para rescatar a los santos padres que esperaban su advenimiento; sólo el cuerpo de Jesús pendiente de la cruz le había quedado a su madre que estaba clavado en la cima del Calvario, pero llegará la hora en que de mí esto le quede, y su soledad será completa, como si Dios quisiera desampararla gradualmente al ir otorgándole Gracias especiales para una Unión más estrecha con él.
La crucifixión era un suplicio lento y acompañado de varias torturas, entre las cuales se contaba la de quebrar las piernas del crucificado. María oyó el crujir de los huesos triturados de los dos ladrones que estaban a la derecha e izquierda de Jesús, así como los gritos de aquellos infelices, pero su horror y su pena llegaron al extremo cuando vio a los verdugos a acercarse al cuerpo de Jesús. Tocar aquel sacratísimo cuerpo que estuvo unido a la divinidad era una irreverencia y profanación, pero romper sus huesos… Sólo el pensarlo nos espanta, imaginen lo que sería para la Santísima Virgen verlo como algo inminente. Muda de tanto horror, no pronunció palabra, pero su intensa plegaria llegó al cielo, Pues los verdugos, hallando a Jesús Ya muerto, se retiraron sin tocarle y cumplieron las escrituras que dice: «No le quebraran ni un hueso», , y era preciso que se cumpliera Esta profecía sin que la oración de la Santísima Virgen logrará evitarlo, y Esto fue ocasión para que ningún dolor faltase a su corazón, y se embotara al filo de ninguna de las espadas del anciano Simeón.
En efecto, uno de los soldados se acercó y metiendo su lanza por el costado derecho de nuestro señor, le atravesó el cuerpo y corazón sacratísimo: de la herida mano en el acto Sangre y Agua, símbolo de los sacramentos de iniciación cristiana y del nacimiento de la santa iglesia. Un ángel dijo a Santa Bárbara que, si no fuera por un milagro, la Santísima Virgen hubiera muerto en aquel instante.
José de Arimatea, con su dignidad de senador, había obtenido depilado el permiso para sepultar el cuerpo de Jesús y hierba para envolverlo una sábana limpia como nos dice San Mateo 27. Lo acompañaba Nicodemo, quién llevaba una confesión como de 100 libras de mirra y aloe. Consideraremos como La Piedad tiene la virtud para curar las flaquezas de las almas humanas, pues aquellos dos varones, que, por miedo a los judíos, no habían osado ser públicamente discípulos de Jesús, ahora desafían la ira y los escarnios de los enemigos de su divino maestro, mientras los apóstoles que habían sido sus discípulos públicos ahora se esconden. José, con mano trémula de amor y de veneración sobrenatural levanta suavemente la corona de espinas de la frente de Jesús y la pone en manos de Nicodemo y este en las de Juan y éste en las de María, quien la recibe de hinojos con devoción incomparable. Con el alma encendida de ternura celestial, Josefa deslavando las manos y los pies del Salvador, atento a no mutilar los miembros terriblemente lacerados. También los clavos fueron pasando unos tras otros a las manos de María. Jamás la tierra vio adoración tan reverente y dolorosa como la de nuestra santísima madre al besar aquella reliquia sacratísima. Pero aún falta un fiero golpe; que desprenden el cuerpo de la Cruz. María prosternada con las manos manchadas de sangre, extiende sus brazos para recibir a su hijo que vuelve a ella, ¡pero como vuelve! El cuerpo de Jesús es un ensangrentado espejo donde se reflejan todas las angustias de la pasión. ¿Cómo hallar nombre para que el cúmulo de angustia? ¿Podrá soportar el espíritu de María? Espíritu lo puede, ¿lo podrán sus fuerzas corporales? Sí, fuerte será un cuerpo, y firme su alma.
Va a comenzar el sábado, y el trono del cuerpo de la santa víctima ya no es la cruz, ahora lo es el regazo de su santísima madre y en breve lo Será su trono inefable a la derecha del Padre. Más, allí nadie lo sabe ni lo esperas y no María, quién lo calla por prudencia, Pues de su regazo no lo llevará a la cuna sino al sepulcro. Después de aplicar la confección de mirra y aloe que ha traído Nicodemo, la virgen tiene que mirar por última vez el rostro inanimado de su hijo. Es ella quien extiende la sabana y rodea con ella su cabeza sacratísima y tapa su Divino Rostro… Ahora sí que te cercan tinieblas, madre amantísima; ¿y eres tú, con tus propias manos, ¿Quién ha tenido El Heroico valor de velar esa luz de tu alma? ¿tú, qué mudo Éxtasis habría pasado contemplando los siglos enteros Como si fuese un instante? Pero para ti es hora de cumplir tu deber, no de satisfacer tu ternura; clávate tú misma esa espada: Dios te lo manda, y tu obedeces, hija del eterno.
¡ruega por nosotros, dolorosa madre!
Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro señor Jesucristo.
Amén.