Pbro. Filiberto Cruz Reyes
Se ha anunciado que el Papa Francisco en su viaje apostólico a Brasil no utilizará el papamóvil blindado que utilizaban los pontífices en sus viajes internacionales; esta costumbre del uso del papamóvil con vidrios antibalas se implementó después del atentado que sufriera el Papa Juan Pablo II en 1981. Dicha decisión tiene sus riesgos y fue tomada por el mismo Pontífice según anunció el P. Federico Lombardi SJ, vocero del Vaticano. Blindado (del inglés blind: ciego) no puede tener el creyente el corazón, tal vez es el mensaje que el Papa nos ha querido dar con este signo, pues lo ha afirmado expresamente en su reciente Encíclica Lumen fidei (La luz de la fe): “La luz de la fe: la tradición de la Iglesia ha indicado con esta expresión el gran don traído por Jesucristo, que en el Evangelio de san Juan se presenta con estas palabras: «Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas» (Jn 12,46). También san Pablo se expresa en los mismos términos: «Pues el Dios que dijo: ‘Brille la luz del seno de las tinieblas’, ha brillado en nuestros corazones» (2 Co 4,6) (n. 1). Y agrega: “Cuando falta la luz, todo se vuelve confuso, es imposible distinguir el bien del mal, la senda que lleva a la meta de aquella otra que nos hace dar vueltas y vueltas, sin una dirección fija” (n. 3).
En días recientes los analistas hablan de las consecuencias de esa guerra en Siria que bien a bien los de a pie no entendemos las razones: los muertos rondan los 100,000, los refugiados fuera del país son 1’500,000 más miles que no se han registrado exactamente, 4’500,000 los despojados en el interior del país por miedo a la violencia o porque sus casas fueron destruidas. En conjunto unos 7’000,000 de personas tienen necesidad urgente de ayuda humanitaria. En el entorno de Querétaro en sus límites con Guanajuato, según los medios, en días recientes una joven madre de familia, después de haber sido secuestrada fue asesinada: ¿cómo pueden estar blindados nuestros ojos y nuestro corazón como humanidad frente a estos hechos? Vivimos esto que el Papa advierte: una confusión en la que es imposible distinguir el bien del mal. Una cierta pasividad social y personal que evoca la que describía el premio Nobel de literatura Albert Camus en su conocido texto: El Extranjero. Ahí, su personaje Meursault, asesina a un hombre; luego durante el proceso que se le sigue, algún testigo dice que lo vio en el funeral de su madre y que éste no lloró. Al final parece que más que por el homicidio se le acusa de insensibilidad ante el hecho de la muerte de su madre.
La gran cuestión para Camus es que no se explica por qué el hombre no encuentra respuestas a los grandes problemas existenciales de la vida: la injusticia, el dolor, la enfermedad, el sufrimiento de los inocentes, la muerte, etc., el hombre siempre pregunta y el mundo calla. Para Camus no hay esperanza, sin embargo, afirma, eso no quiere decir que estemos desesperados; en su perspectiva, al hombre le queda solo la ciencia, el conocimiento, la rutina de Sísifo que no encuentra sentido a su esfuerzo diario; para hacer un poco menos trágica su situación.
Al final su personaje es condenado a muerte y antes de la ejecución se presenta el sacerdote capellán de la cárcel para ofrecerle la oportunidad de un diálogo. El personaje dice del capellán: “me parecía amable”. Sin embargo afirma categórico que rehusaba las visitas del mismo porque no creía en Dios. Le pregunta el capellán: “¿No tiene usted, pues, esperanza alguna y vive pensando que va a morir por entero?”, y él contesta “Sí”. Más adelante dice el reo: “Quería aún hablarme de Dios, pero me adelanté hacia él y traté de explicarle por última vez que me quedaba poco tiempo. No quería perderlo con Dios” (CAMUS, ALBERT; El Extranjero, Emecé. México 2012, p. 155). El Capellán le dice enseguida: “Estoy con usted. Pero no puede darse cuenta porque tiene el corazón ciego. Rogaré por usted”. En su trágica postura el que iba a morir sentencia: “¡Qué me importaban la muerte de los otros, el amor de una madre!”, cosa que solo puede venir de un ciego que no percibe el amor, ese que da la luz de la fe, ese común a todos los humanos.
A eso va Francisco a Brasil, a rogar por toda la humanidad: por Brasil, por Siria, por Querétaro y Guanajuato, por todos los humanos. La iglesia tiene la firme convicción que sin fe solo nos queda el sin sentido del personaje, manifiesto en la última frase de la novela: “Para que todo sea consumado, para que me sienta menos solo, me quedaba esperar que el día de mi ejecución haya muchos espectadores y que me reciban con gritos de odio”.
Publicado en el semanario «Diócesis de Querétaro», 21 de julio de 2013