Pbro. Filiberto Cruz Reyes
Oh puñadito de mirra que perfumaste mi seno
¿porqué vas con esos hombres y a mí me dejas gimiendo?
Yo por ti diera mi vida, ellos dan treinta dineros
Cristo niño mío, ¿para dónde vais?
Pobre María, mar de lágrimas… no te canses de llorar.
Poema del Via Crucis. Anónimo
En días recientes la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) publicó un documento intitulado “La sobrepoblación en los Centros Penitenciarios de la república Mexicana. Análisis y pronunciamiento”. En el Comunicado de prensa CGCP/310/15 de la CNDH se lee: “Tras señalar que mientras en 1994 existía en las prisiones del país capacidad para 88, 071 personas y había 86, 326 internos, en 2015 la capacidad es para 203,084 personas y hay 254,705 internos, para un déficit de 51, 621 lugares, que representan una sobrepoblación del 25.4 %”. Por otra parte, dicho documento señala como algunas de las causas de dicha sobrepoblación: “El uso desmesurado de la pena privativa de libertad; el rezago judicial de los expedientes de gran parte de la población en reclusión, casi el 50 % son procesados; la fijación de penas largas, a veces sin la posibilidad de medidas cautelares o el otorgamiento de libertades anticipadas; y la falta de utilización de penas alternativas o sustitutivos de la pena privativa de libertad”.
En su reciente viaje a Estados Unidos, el Papa Francisco en su visita a los presos del Instituto correccional Curran-Fromhold de Filadelfia, les dijo entre otras cosas: “Todos sabemos que vivir es caminar, vivir es andar por distintos caminos, distintos senderos que dejan su marca en nuestra vida. Y por la fe sabemos que Jesús nos busca, quiere sanar nuestras heridas, curar nuestros pies de las llagas de un andar cargado de soledad, limpiarnos del polvo que se fue impregnando por los caminos que cada uno tuvo que transitar. Jesús no nos pregunta por dónde anduvimos, no nos interroga qué estuvimos haciendo. Por el contrario, nos dice: «Si no te lavo los pies, no podrás ser de los míos» (Jn 13,9). Si no te lavo los pies, no podré darte la vida que el Padre siempre soñó, la vida para la cual te creó. Él viene a nuestro encuentro para calzarnos de nuevo con la dignidad de los hijos de Dios. Nos quiere ayudar a recomponer nuestro andar, reemprender nuestro caminar, recuperar nuestra esperanza, restituirnos en la fe y la confianza. Quiere que volvamos a los caminos, a la vida, sintiendo que tenemos una misión; que este tiempo de reclusión nunca ha sido y nunca será sinónimo de expulsión.
Vivir supone “ensuciarse los pies” por los caminos polvorientos de la vida y de la historia. Y todos tenemos necesidad de ser purificados, de ser lavados. Todos. Yo el primero”.
Estas palabras del Papa encierran una propuesta, un íter a nivel cultural, lo que él ha propuesto en varias ocasiones: la justicia reconciliadora. De diversa maneras Francisco ha expresado la Doctrina social de la Iglesia sobre el tema de la pena impuesta a quien se ha equivocado gravemente y es recluido en una prisión: “Se trata de hacer justicia a la víctima, no de ajusticiar al agresor […] En nuestras sociedades tendemos a pensar que los delitos se resuelven cuando se captura y condena al delincuente, pasando de largo frente a los daños provocados o sin prestar suficiente atención a la situación en la cual quedan las víctimas. Pero sería un error identificar la reparación solo con el castigo, confundir la justicia con la venganza, lo que contribuiría solo a acrecentar la violencia, aunque está institucionalizada […] La confesión es la actitud de quien reconoce y lamenta su culpa. Si al delincuente no se le ayuda suficientemente, no se le ofrece una oportunidad para que pueda convertirse, termina siendo víctima del sistema. Es necesario hacer justicia, pero la verdadera justicia no se contenta con castigar simplemente al culpable. Hay que avanzar y hacer lo posible por corregir, mejorar y educar al hombre para que madure en todas sus vertientes, de modo que no se desaliente, haga frente al daño causado y logre replantear su vida sin quedar aplastado por el peso de sus miserias”.
Ante una temática tan compleja y debatida Francisco da todavía mas luces cuando invita a la prevención: “No pocas veces la delincuencia hunde sus raíces en las desigualdades económicas y sociales, en las redes de la corrupción y en el crimen organizado, que buscan cómplices entre los más poderosos y víctimas entre los más vulnerables. Para prevenir este flagelo, no basta tener leyes justas, es necesario construir personas responsables y capaces de ponerlas en práctica” (30 de mayo de 2014, Carta a los participantes en el XIX Congreso Internacional de la Asociación Internacional de Derecho Penal y del III Congreso de la Asociación latinoamericana de Derecho Penal y Criminología).
Sí, todos tenemos necesidad de ser purificados, de ser lavados. Claudia Francardi, una mujer italiana cuyo esposo fue asesinado por un joven de 19 años ha dicho: “Detrás del monstruo he descubierto un muchacho, cuyo dolor por lo que ha hecho permanecerá por siempre como el mío. El dolor por aquello que ha hecho no lo dejará nunca. Yo lo perdono”, por eso junto con la madre del joven espera que éste cuando sea adulto pueda ser capaz de “honrar la memoria” del difunto. Ambas madres han fundado una asociación que trabaja por la rehabilitación de los detenidos llamada AmiCainoAbelo. No es fácil, pero existe la alternativa de la justicia reconciliadora.