MISA PEREGRINACIÓN VIDA CONSAGRADA (VARONES).

Basílica de Nuestra Señora de los Dolores de Soriano, Soriano Colón, Qro., 07 de octubre de 2019. Año Jubilar Mariano.

El día 06 de octubre se llevó a cabo la Peregrinación  de Vida Consagrada Varonil, a la Basílica de Nuestra Señora de los Dolores de Soriano, misma que tuvo como culmen la celebración Eucarística presidida por Mons. Faustino Armendáriz Jiménez, Administrador Diocesano de Querétaro y Arzobispo Electo de Durango, y concelebrada por algunos de los sacerdotes que asistieron a esta Primera Peregrinación de Vida Consagrada Varonil, para pedir la intercesión a Nuestra Señora de los Dolores de Soriano, para todos y cada uno de los asistentes. 

En el Momento de su homilía Mons. Faustino les compartió diciendo: “Estimados sacerdotes, Queridos miembros de la vida consagrada, Hermanos y hermanas todos en el Señor:

Con júbilo y alegría hemos peregrinado hasta este santuario diocesano, con la esperanza de poder contemplar en este día, el rostro tierno y doloroso de Nuestra Señora de los Dolores de Soriano y así, como vida consagrada, obtener de ella, las gracias espirituales que la misericordia de Dios nos quiere regalar, especialmente en este Año Jubilar Mariano.

Lo hacemos en este día en el que la Iglesia, en su liturgia, nos invita a contemplar a María en su advocación del Santo Rosario, de tal manera que siguiendo sus enseñanzas, recemos siempre el Santo Rosario, y así cada uno de nosotros como consagrados, podamos llegar a ser “contemplativos de los misterios de Dios”. “Numerosos signos muestran cómo la Santísima Virgen ejerce también hoy, precisamente a través de esta oración, aquella solicitud materna para con todos los hijos de la Iglesia que el Redentor, poco antes de morir, le confió en la persona del discípulo predilecto: «¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!» (Jn 19, 26)” (Rosarium Virginis Mariae, n. 7).

En este día mariano de peregrinación, es muy oportuno que, contemplando a María, nos preguntemos cada uno ¿Qué tiene que ofrecernos la Madre dolorosa a nuestro ser de consagrados y a nuestra misión como testigos del evangelio? Para responder a esta pregunta la Santísima Virgen María repite aquellas palabras del evangelio que nos trasmite el apóstol san Juan: “Hagan lo que él les diga” (2, 5). Y qué es lo que hoy nos dice: si se quiere conquistar la vida eterna, es necesario que cada uno, hagamos nuestro el precepto del amor, que consiste en: Amar al Señor Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, y con todo el ser, y al prójimo como a uno mismo (cfr. Lc 10, 27), pero «¿Y quién es mi prójimo?» (v. 29). Jesús responde con la parábola conocida como el “Buen Samaritano”.

El protagonista de esta breve historia es un samaritano, que encuentra en el camino a un hombre atracado y golpeado por los salteadores y lo toma bajo su cuidado. Sabemos que los judíos trataban a los samaritanos con desprecio, considerándolos extraños al pueblo elegido. Por lo tanto, no es una coincidencia que Jesús eligiera a un samaritano como personaje positivo en la parábola. De esta manera, quiere superar los prejuicios, mostrando que incluso un extranjero, incluso uno que no conoce al verdadero Dios y no va a su templo, puede comportarse según su voluntad, sintiendo compasión por su hermano necesitado y ayudándolo con todos los medios a su alcance.

Por ese mismo camino, antes del samaritano, ya habían pasado un sacerdote y un levita, es decir, personas dedicadas al culto de Dios. Pero, al ver al pobre hombre en el suelo, habían proseguido su camino sin detenerse, probablemente para no contaminarse con su sangre. Habían antepuesto una norma humana ―no contaminarse con sangre― vinculada con el culto, al gran mandamiento de Dios, que ante todo quiere misericordia.

Jesús, por lo tanto, propone al samaritano como modelo, ¡precisamente uno que no tenía fe! También nosotros pensamos en tantas personas que conocemos, quizás agnósticas, que hacen el bien. Jesús eligió como modelo a quien no era un hombre de fe. Y este hombre, amando a su hermano como a sí mismo, muestra que ama a Dios con todo su corazón y con todas sus fuerzas ―¡el Dios que no conocía!―, y al mismo tiempo expresa verdadera religiosidad y plena humanidad.

Después de contar esta hermosa parábola, Jesús se vuelve hacia el doctor de la ley que le había preguntado «¿Quién es mi prójimo?» Y le dice: «¿Quién de estos te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?» (v. 36). De esta manera, invierte la pregunta de su interlocutor y también la lógica de todos nosotros. Nos hace entender que no somos nosotros quienes, según nuestro criterio, definimos quién es el prójimo y quién no, sino que es la persona necesitada la que debe poder reconocer quién es su prójimo, es decir, «el que tuvo compasión de él» (v. 37). Ser capaz de tener compasión: esta es la clave. Esta es nuestra clave. Si no sientes compasión ante una persona necesitada, si tu corazón no se mueve, entonces algo está mal. Ten cuidado, tengamos cuidado. No nos dejemos llevar por la insensibilidad egoísta. La capacidad de compasión se ha convertido en la piedra de toque del cristiano, es más, de la enseñanza de Jesús. Jesús mismo es la compasión del Padre hacia nosotros. Si vas por la calle y ves a un hombre sin domicilio fijo tirado allí y pasas sin mirarlo o piensas: “Ya, el efecto del vino. Es un borracho”, no te preguntes si ese hombre está borracho, pregúntate si tu corazón no se ha endurecido, si tu corazón no se ha convertido en hielo. Esta conclusión indica que la misericordia por una vida humana en estado de necesidad es el verdadero rostro del amor. Así es como uno se convierte en un verdadero discípulo de Jesús y el rostro del Padre se manifiesta: «Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6,36). Y Dios, nuestro Padre, es misericordioso, porque tiene compasión; es capaz de tener esta compasión, de acercarse a nuestro dolor, a nuestro pecado, a nuestros vicios, a nuestras miserias. 

Queridos consagrados: que la Virgen María nos ayude a comprender y, sobre todo, a vivir cada vez más el vínculo inquebrantable que existe entre el amor a Dios nuestro Padre y el amor concreto y generoso a nuestros hermanos, y nos dé la gracia de tener compasión y de crecer en compasión. Que nos ayude rezar los misterios dolorosos. “Los misterios de dolor llevan el creyente a revivir la muerte de Jesús poniéndose al pie de la cruz junto a María, para penetrar con ella en la inmensidad del amor de Dios al hombre y sentir toda su fuerza regeneradora” (Rosarium Virginis Mariae, n. 22).  Amén”.

Al finalizar la celebración Mons. Faustino les dio la bendición, y les agradeció la respuesta a esta invitación, y les motivo para seguir realizando esta peregrinación.