1. La entrada de Jesús en Jerusalén está precedida, según san Mateo y san Marcos, de una larga caminata desde las orillas del Mar Muerto hasta Jerusalén. Es también una penosa subida, de 200 metros bajo el nivel del mar a más de 700, la altura de Jerusalén sobre el nivel del mar.
2. A su paso por Jericó, Jesús cura al ciego y mendigo Bartimeo, que lo aclama como “Hijo de David”. La muchedumbre se entusiasma y acompaña a Jesús, incluido el ciego curado, hasta Jerusalén. Hace su entrada por Betfagé y el Monte de los Olivos, por donde deberá entrar el Mesías.
3. Las órdenes de Jesús a sus discípulos, la obediencia de los dueños del borrico, los mantos extendidos a su paso, las palmas, los ramos y, sobre todo, el grito de la muchedumbre: “¡Hosanna! ¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!”, son un claro indicio de que Jesús es aclamado como el Mesías prometido, como el Rey de Israel. Esta era la aclamación de la gran muchedumbre que lo acompañaba desde Jericó.
4. Los habitantes de Jerusalén se asombran y se conmueve toda la ciudad; no saben de quién se trata. Preguntan “¿Quién es éste?” Y la gente que lo acompañaba responde simplemente: “Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea”. Jesús es aclamado por los peregrinos, por la gente sencilla; los habitantes de Jerusalén lo ignoran, lo desconocen, no les interesa; por eso, después pedirán a Barrabás y la condena de Jesús.
5. Jesús defiende a los niños que lo aclaman, gritando: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor”. Si ellos callaran, gritarían hasta las piedras. Dios puede sacar de entre las piedras hijos de Abrahan que lo aclamen. Aclamar a Dios y alabarlo es gracia que nos concede, no mérito nuestro.
6. La Iglesia ha recogido este grito sencillo, fresco y sincero de los “pequeños”, de los seguidores fieles a Jesús, y lo ha hecho aclamación gozosa de la comunidad cristiana en el canto de la Misa, en el Benedicto: “Bendito el que viene en nombre del Señor!¡Hosanna en el cielo!”. Esto lo cantamos todos los domingos en la Misa, porque Jesús siempre está viniendo a nosotros. Jesús nunca deja de venir, de estar con los suyos para ser aclamado y reconocido como nuestro Rey y Señor.
7. Dios nos conceda la gracia de acompañarlo, y no solamente de verlo pasar. Ver pasar a Jesús y no seguirlo, es exponerse a perderlo para siempre. Vayamos, pues, jubilosos con nuestros ramos, al encuentro del Señor.
† Mario de Gasperín Gasperín Obispo de Querétaro