El 28 de agosto México celebra el Día del Adulto Mayor. “El don de la vida –decía Juan Pablo II–, a pesar de la fatiga y el dolor, es demasiado bello y precioso para que nos cansemos de él” (Carta a los Ancianos, 1999, n. 1). Incluso, san Jerónimo afirmaba que la vejez tiene sus ventajas, ya que “acrecienta la sabiduría” (Comentario a Amos, II, prólogo).
La Biblia nos ofrece el testimonio de adultos mayores que realizaron grandes proezas. Por ejemplo, Moisés era ya anciano cuando Dios le confió la misión de liberar a su pueblo de la esclavitud en Egipto (cfr. Ex 3, 7-10), como anuncio de la plena liberación del pecado que el Padre, creador de todas las cosas, realizaría a favor de la humanidad por medio de su Hijo, nacido por obra del Espíritu Santo de la Virgen María, a quien supieron reconocer y anunciar a los demás dos adultos mayores: Simeón y Ana (cfr. Lc 2, 29-38).
Estos ejemplos, y muchos más, nos permiten comprobar aquello que exclama el salmista: “El justo… en la vejez seguirá dando fruto y estará lozano y frondoso para proclamar que el Señor es justo” (Sal 92, 15). No obstante, algunos pueblos, cediendo a una mentalidad que pone en primer término la utilidad inmediata y la productividad, han llegado a concebir la senectud de manera negativa, hasta relegar y olvidar a los adultos mayores.
¡Cuántos abuelitos y abuelitas sufren, además del progresivo deterioro de sus capacidades físicas, motrices y mentales, soledad, desprecio y abandono! ¡Cuántos padecen pobreza, indigencia, explotación, discriminación, maltrato, diversas formas de violencia, carencia de servicios de salud y de oportunidades para seguirse desarrollando física, afectiva, intelectual, espiritual, social y laborablemente!
Frente a esta realidad, es preciso recodar la enseñanza divina: “Ponte en pie ante las canas y honra el rostro del anciano” (Lv 19, 32). Los adultos mayores ofrecen un aporte invaluable a la familia y a la sociedad. “Ellos son depositarios de la memoria colectiva y, por eso, intérpretes privilegiados del conjunto de ideales y valores comunes que rigen y guían la convivencia social” (Juan Pablo II, Carta a los Ancianos, 1999, n. 10).
Incluso, la fragilidad humana, que se hace más visible en la ancianidad, nos demuestra que todos nos necesitamos y nos enriquecemos mutuamente. Los adultos mayores necesitan de los más jóvenes y los más jóvenes necesitan de los adultos mayores, quienes, como ha recordado el Papa Francisco, comunican a la familia “ese patrimonio de humanidad y de fe que es esencial para toda sociedad” (Homilía, 26 de julio 2013).
“Las armas defensivas de la vejez –señalaba Cicerón–… son… la puesta en práctica de las virtudes cultivadas a lo largo de la vida” (Catón o Sobre la vejez, III, 9). Estas “armas defensivas” permiten al adulto mayor enfrentar el sufrimiento causado por la enfermedad, la soledad u otras situaciones relacionadas con la edad avanzada. Particularmente el don de la fe le ayuda a descubrir que nunca esta sólo; que Dios está con él, dando sentido a su vida y ofreciéndole una esperanza tan grande y definitiva, que hace que valga la pena el esfuerzo del camino.
Efectivamente, la vida es una peregrinación hacia la patria celestial. La ancianidad es el último tramo de ese recorrido. Y aunque es natural que al adulto mayor le cueste resignarse ante la perspectiva de este paso, la fe le da la certeza de que quien cree en Cristo, “no morirá jamás” (Jn 11, 25-26). Esta esperanza ha de fortalecerle para seguir dando cada día lo mejor de sí a los demás ¡Tiene tanto que dar a las nuevas generaciones, con sus palabras, sus acciones, su ejemplo y su oración! ¡Gracias a los adultos mayores por lo que son y por todo lo que han aportado y siguen aportando a la familia y a la sociedad!
Conscientes de esto, procuremos construir una sociedad que valore, respete, incluya, promueva y asista a los ancianos. Reconozcamos, agradezcamos y apoyemos aquellas loables iniciativas que les brindan cuidado y aquellas que les permiten seguir cultivándose física, afectiva, intelectual, espiritual y socialmente, y ser útiles a los demás, teniendo presente aquella sentencia de Cicerón: “La ancianidad es llevadera si se defiende a sí misma, si conserva su derecho… si hasta su último momento el anciano es respetado entre los suyos” (Catón o Sobre la vejez, X, 38).
† José Francisco Cardenal Robles Ortega
Arzobispo de Guadalajara
Presidente de la CEM
† Eugenio Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de Puebla
Secretario General de la CEM