MENSAJE DE S. E. R. MONS. FAUSTINO ARMENDÁRIZ JIMÉNEZ PARA ASUMUMIR Y VIVIR EL JUBILEO CIRCULAR DE LAS 40 HORAS EN LAS PARROQUIAS
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Estimados hermanos sacerdotes y diáconos,
Queridos miembros de la vida consagrada,
Estimados miembros de la Cofradía del Santísimo Sacramento,
Estimados miembros de la Adoración Nocturna Mexicana,
Hermanos y hermanas todos en el Señor:
«Yo soy el pan de Vida.
Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron.
Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera.
Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo». (Jn 6, 48-51).
En el evangelio de Juan, en el capítulo seis, leemos el así llamado “Discurso del pan de vida”, mediante el cual Jesús, tras realizar el gran milagro de la multiplicación de los panes, se presenta ante sus seguidores y de modo especial ante los Judíos, como el verdadero pan bajado del cielo. ¿Qué nos dice hoy a nosotros?
Jesús quiere ayudarnos a comprender el significado profundo del prodigio que ha realizado: al saciar de modo milagroso el hambre física de los que lo seguían, los dispone a acoger el anuncio de que él es el pan bajado del cielo (cf. Jn 6, 41), que sacia de modo definitivo. También el pueblo judío, durante el largo camino en el desierto, había experimentado un pan bajado del cielo, el maná, que lo había mantenido en vida hasta la llegada a la tierra prometida. Ahora Jesús habla de sí mismo como el verdadero pan bajado del cielo, capaz de mantener en vida no por un momento o por un tramo de camino, sino para siempre. Él es el alimento que da la vida eterna, porque es el Hijo unigénito de Dios, que está en el seno del Padre y vino para dar al hombre la vida en plenitud, para introducir al hombre en la vida misma de Dios.
Jesús hace alusión en esta narración del evangelio, al maná que Dios le dio a su pueblo en el desierto y ofrece un nuevo pan, “yo soy el pan de vida”, que produce vida eterna. Sin embargo, algunos reaccionaron negativamente murmurando, sin hablar en voz alta. No aceptan a Jesús como pan bajado del cielo, como dador de vida; una murmuración que recuerda la del pueblo en el desierto y que conlleva incredulidad.
Jesús rechaza la murmuración y ante ello lo que hace es precisar que el camino y la adhesión a Él es gracia de Dios. El impulso primero viene del Padre y el resultado es la vida definitiva, la resurrección. Seguir a Jesús, creer en él, es tener vida eterna desde ahora y la vida eterna es la vida de comunión que une al Padre con el Hijo. Y esa comunión nuestra con el Padre se alimenta con Jesús que es el Pan que nos da vida. La misma muerte no pone fin a esa vida. Lo que Dios propone a los que creen en él, no es para un rato, es alimento para la vida eterna. Jesús insiste y nos dice: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre, que me ha enviado”.
Los planes de Dios no son nuestros planes. Para hacer que lo de Dios sea nuestro necesitamos creer en él y aceptar su plan. Cuando los planes de Dios son los nuestros, entonces hemos comenzado a alimentarnos de verdad de Dios. Dios entonces es ya nuestro alimento. El principal plan de Dios no es lo que tenemos que hacer, sino la adhesión a El de manera incondicional. Creemos para tener como alimento a Dios. Por ello decimos “¡Amén!” al recibir el Pan de Vida.
Reiteremos el “¡Amén!” a Jesús agradecidos por este don que día a día nos continúa regalando, recordando que ese Pan vivo está en el altar y nos alimenta, y esta acción Cristo la sigue realizado de manera permanente. Sobre esto nos recuerda el Papa Francisco: “Es necesario tener siempre presente que la Eucaristía no es algo que hacemos nosotros… ¡Es precisamente una acción de Cristo! Es Cristo que actúa ahí, que está sobre el altar. Y Cristo es el Señor. Es un don de Cristo, el cual se hace presente y nos reúne en torno a sí, para nutrirnos de su Palabra y de su vida. Esto significa que la misión y la identidad misma de la Iglesia surgen de allí, de la Eucaristía, y allí toman siempre forma. Una celebración puede resultar también impecable desde el punto de vista exterior. ¡Bellísima! Pero si no nos conduce al encuentro con Jesucristo, corre el riesgo de no traer ningún alimento a nuestro corazón y a nuestra vida…”
Quiero animarles para que vivamos el Jubileo Circular de las 40 Horas en nuestras parroquias, templos y capillas, como un tiempo de verdadera gracia, que nos permita reconocer y aceptar a Jesucristo que se nos ofrece como el verdadero pan bajado del cielo. En la Eucaristía, el Señor se nos ofrece realmente como el maná que la humanidad espera, el verdadero pan del cielo, aquello con lo que podemos vivir en lo más hondo como hombres. Pero al mismo tiempo se ve la Eucaristía como el gran encuentro permanente de Dios con los hombres en el que el Señor se entrega como carne para que en él y en la participación en su camino, nos convirtamos en espíritu.
Estemos atentos a la calendarización que el Padre José Hernández Pérez nos ofrecerá, para que de manera esmerada, hagamos de los días del jubileo, una verdadera fiesta de júbilo, que nos comprometa para que cada vez más, todos: niños, adolescentes y jóvenes, adultos y ancianos, tengamos la valentía y la confianza de acercarnos con confianza a comer del pan de la vida. Que durante estos días no falten las catequesis eucarísticas, los momentos prolongados de silencio y de adoración; que se preparen con anterioridad algunas jornadas de reconciliación y penitencia que nos dispongan para acercarnos a comulgar; que las procesiones por las calles de nuestros pueblos sean un verdadero “Paso del Señor Sacramentado”, donde todos, de manera especial, los alejados, los enfermos, los jóvenes y las familias, puedan sentir la presencia de Dios por en medio de su realidad.
Vivamos la Eucaristía con espíritu de fe, de oración, de perdón, de penitencia, de alegría comunitaria, de preocupación por los necesitados, y por las necesidades de tantos hermanos y hermanas, en la certeza de que el Señor realizará aquello que nos ha prometido: la vida eterna”.
Fraternalmente en Cristo y María.
Ciudad episcopal de Santiago de Querétaro. Qro., a 25 de enero de 2018.
Fiesta de la Conversión del Apóstol San Pablo.