« “Dios es amor” (1 Jn 4, 8.16) y quiere que seamos testigos de ello »
¡Celebrar Navidad es tomar conciencia de que Dios nos ama!
1. Con alegría y con el corazón lleno de gozo, me dirijo en este día tan dichoso, a todos ustedes para ser portavoz del mensaje de salvación que desde hace más de dos mil años, Dios ha querido darnos a conocer por medio de su palabra, para vivir una vida plena. « Dios es amor » (1 Jn 4, 8.16) y nos ha dado a su Hijo Jesús, que nació de la Virgen María y que se entregó por nosotros, para redimirnos de todo pecado y purificarnos, a fin de llegar a convertirnos en pueblo suyo, fervorosamente entregado a practicar el bien (Ti 2, 14). « La misión que Jesús ha recibido del Padre ha sido la de revelar el misterio del amor divino en plenitud » (cf. Francisco, Misericordiae vultus, 8). Así, en la raíz del misterio de la salvación está la voluntad de Dios misericordioso que no se rinde ante la incomprensión, la culpa y la miseria del hombre, sino que se ‘obstina en darnos a conocer su amor’. Lo hace ¡porque nos ama!
2. Cuando parece que la vida se torna confusa y llena de incertidumbres por la crisis mundial, por la falta de paz entre los pueblos, por la violencia y por la inseguridad en nuestras ciudades, por la migración y el desempleo, por la pobreza y la falta de oportunidades para una mejor calidad de vida, Dios nos recuerda hoy que su amor y su fidelidad siguen estando presentes en medio de nosotros, buscando ser la causa de nuestra alegría y el motivo para seguir viviendo. Su nombre es el Emmanuel, es decir el Dios-con-nosotros (cf. Is 7, 14) porque desea estar con nosotros, más aún en su infinito designo de salvación ha querido hacerse uno de nosotros. ¡Es Dios-con-nosotros, porque nos ama!
¡La ternura de Dios nos sana y nos libera!
3. Al celebrar en este día el misterio de la Navidad, cobijados de manera extraordinaria por el ‘Año de la Misericordia’, Dios se hace pequeño para dialogar con cada uno de nosotros, escuchar nuestras necesidades, ahuyentar nuestros temores e incertidumbres y mediante su misericordia, ofrecernos alegría, serenidad y paz (cf. MV, 2). Deseo invitarlos para que aprovechando las gracias de este Año Santo, dediquemos un momento en nuestra vida para tocar con nuestras manos y sentir en nuestra vida, la experiencia misericordiosa del amor Dios. Especialmente, dejemos que su ternura cautive nuestras miserias, cure nuestras heridas y nos haga volver a la casa del Padre. « Abandonemos toda forma de miedo y temor, porque no es propio de quien es amado; vivamos, más bien, la alegría del encuentro con la gracia que lo transforma todo » (Francisco, Homilía en la Santa Misa y apertura de la Puerta Santa, 08 de diciembre de 2015). El esplendor del rostro divino es la fuente de la vida, es lo que permite ver la realidad; la luz de su rostro es la guía de la vida. ¡Dios nos sana, porque nos ama!
¡No tengamos miedo de reconocerle en la fragilidad humana!
4. Nuestra alegría debe fundamentarse en reconocer a Jesús como el enviado del Padre, el Hijo que vino para ser instrumento de salvación para la humanidad. Hay muchas formas de acogerlo y reconocerlo, hoy quiero invitarles a todos ustedes para que con los brazos abiertos y sin afán de fama o de gloria, lo recibamos en las personas que nosotros mismos hemos orillado con nuestra indiferencia y con nuestros egoísmos a vivir en el anonimato, en la soledad, en la angustia, en la tristeza. Quiero invitarles para que atendiendo a las palabras del Evangelio seamos capaces de reconocerle en el que tiene hambre, en el que vive solo, en el que tiene sed en el que está desnudo. « Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver » (cf. Mt 25, 35-36). Lo único que necesitamos es un poco de humildad para poder descubrir al Señor en ellos. Dejemos de lado los prejuicios culturales, sociales y morales que nos impidan ser misericordiosos como el Padre. « La humildad, es la virtud de los santos y de las personas llenas de Dios, que cuanto más crecen en importancia, más aumenta en ellas la conciencia de su nulidad y de no poder hacer nada sin la gracia de Dios (cf. Jn 15,8) » (cf. Francisco, Felicitaciones navideñas de la curia romana, 21 de diciembre de 2015). ¡Atrevámonos a ser humildes!
¡Confiemos en el Señor y practiquemos el bien!
5. Aprovechemos estos días de familia y de encuentro fraterno, para estrechar lazos de profunda hermandad, especialmente dedicando un momento para visitar a quienes por cuestiones personales, laborales familiares o de amistad hemos olvidado y hemos descuidado. ¡Siempre es bueno pedir perdón aunque sepamos que somos nosotros los que nos hemos equivocado o perdonar a quien nos ha ofendido! Tengamos en cuenta las palabras el salmo que nos dicen: « Confía en el Señor y practica el bien; habita en la tierra y vive tranquilo: que el Señor sea tu único deleite, y él colmará los deseos de tu corazón » (Sal 37, 3-4). ¡Atrevámonos a perdonar como Dios nos perdona!
6. Queridos hermanos y hermanas, volvamos la vista a la gruta de Belén: el niño que contemplamos es nuestra salvación, el Dios que es amor. Él ha traído al mundo un mensaje universal de reconciliación y de paz. Abrámosle nuestros corazones, démosle la bienvenida en nuestras vidas. Repitámosle con confianza y esperanza: abre, Señor, nuestros corazones e infunde en ellos la gracia de tu amor, y que tu misericordia sea para nosotros, el camino de nuestra vida.
A todos ustedes, queridos fieles de la Diócesis de Querétaro, les deseo de corazón, una Feliz Navidad 2015.
† Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro