Seminario Conciliar de Querétaro, Av. Hércules 216 Pte., Santiago de Querétaro, Qro., 18 de diciembre de 2017.
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Muy estimados sacerdotes,
Queridos diáconos:
- Con alegría les saludo a cada uno de ustedes en este tradicional encuentro fraterno, que ante la proximidad de las fiestas de Navidad, nos permite poder intercambiar un cordial saludo y los buenos deseos para el año que está por venir.
- En la tarjeta navideña que este año se he preparado para externarles a cada uno de ustedes mi felicitación, está escrito:
«Concede, Dios todo poderoso, que,
al vernos envueltos en la luz nueva de tu palabra hecha carne,
resplandezca por nuestras buenas obras,
lo que por la fe brilla en nuestras almas.
Por nuestro Señor Jesucristo… ».
Es la Oración Colecta para la Santa Misa de la Aurora en la Navidad. He querido tomarla como mensaje para todos ustedes, en primer lugar porque quiere ser mi deseo y a la vez mi oración, con ustedes y por ustedes, en este tiempo en el que Dios nos permite celebrar el misterio de la Navidad.
- Perfectamente estructurada la oración contiene una brillante motivación y una petición magnífica. Partiendo de la afirmación “que, al vernos envueltos en la luz nueva de tu palabra hecha carne” pide, pura y simplemente, que “resplandezca en nuestras obras, lo que por la fe brilla en nuestras almas”.
- El encuentro personal con el recién nacido iluminará la vida con una nueva luz, nos conducirá por el buen camino y nos comprometerá a ser sus testigos. Con el nuevo modo que Él nos proporcionará de ver el mundo y las personas, nos hará penetrar más profundamente en el misterio de la fe, que no es sólo acoger y ratificar con la inteligencia un conjunto de enunciados teóricos, sino asimilar una experiencia, vivir una verdad; es la sal y la luz de toda la realidad (cf. Veritatis splendor, 88).
- Hemos vivido un año un tanto difícil, por todas las situaciones sociales, climáticas, y culturales que han ocurrido en el país y en el entorno que nos rodea. La muerte y la enfermedad de algunos de nuestros hermanos sacerdotes, ha sido una situación constante. Se avecinan tiempos un tanto difíciles por el clima político. Sin embargo, la luz del evangelio ha sido y seguirá siendo, lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro sendero (Sal 119, 105), que nos anima y nos apremia a caminar con paso firme.
- Es mi súplica a Dios y es mi deseo, que para cada uno de ustedes, esta luz nueva que nos viene con la Encarnación, “les abrace con el abrazo de Dios”, hasta que lleguen a verse totalmente iluminados por su resplandor, su nitidez, el brillo y el contraste, de tal forma que en toda su vida, en todo su ministerio y en toda su realidad, resplandezca “Cristo, luz del mundo”, y así se vean disipadas todas aquellas oscuridades que les atemorizan y les impiden vivir como en pleno día, con dignidad. Esta es la grandeza y la tremenda responsabilidad, a la vez de nuestra vocación de cristianos que celebramos el Nacimiento de Jesús: que la gente vea en nuestra conducta las obras de Jesús, la persona de Jesús que vive en nosotros, que ha nacido en nosotros. Cristo, la luz, es fuego, es llama que destruye el mal, transformando así al mundo y a nosotros mismos. Como reza una palabra de Jesús que nos ha llegado a través de Orígenes, «quien está cerca de mí, está cerca del fuego». Y este fuego es al mismo tiempo calor, no una luz fría, sino una luz en la que salen a nuestro encuentro el calor y la bondad de Dios.
- Por vocación, Dios nos ha hecho centinelas suyos, por tal motivo también nosotros estamos llamados a ser luz del mundo. Una vela puede dar luz solamente si la llama la consume. Sería inservible si su cera no alimentase el fuego. Uno de los padres del desierto le decía a un joven aspirante “Tú no puedes convertirte en monje si no te conviertes totalmente en un fuego que se consume”. Permitamos que Cristo arda en nosotros, aun cuando ello comporte a veces sacrificio y renuncia. No tengamos miedo perder algo y, por decirlo así, quedarnos al final con las manos vacías. Tengamos la valentía de usar nuestros talentos y dones al servicio del Reino de Dios y de entregarnos nosotros mismos, como la cera de la vela, para que el Señor ilumine la oscuridad a través de nosotros. Tengamos la osadía de ser santos brillantes, en cuyos ojos y corazones resplandezca el amor de Cristo, llevando así la luz al mundo. La luz hace posible la vida. Hace posible el encuentro. Hace posible la comunicación. Hace posible el conocimiento, el acceso a la realidad, a la verdad.
- Valoro y agradezco todos los esfuerzos que se hacen continuamente en lo público y en el silencio de sus comunidades parroquiales y en los diferentes servicios que cada uno de ustedes presta en esta Diócesis. El perenne y constante encuentro con ustedes en sus parroquias, me ha hecho descubrir que su fe es de alabarse, que su esperanza es invencible y que su caridad es ejemplar. Sigan alimentándose con la palabra de Dios y con la vida de la gracia, en lo secreto de la intimidad con Dios Eucaristía, a quien a diario ofrecen como el pan de la vida. Continúen gustando la dicha de ser sacerdotes. Nada, ni nadie puede suplir y sustituir lo maravilloso que es, “haber sido elegidos por Dios”. Estemos atentos para no caer en la tentación pastoral de la ‘acedia egoísta’ a la que tanto nos ha hecho referencia el Papa Francisco: “Desilusionados con la realidad, con la Iglesia o consigo mismos, viven la constante tentación de apegarse a una tristeza dulzona, sin esperanza, que se apodera del corazón como «el más preciado de los elixires del demonio». Llamados a iluminar y a comunicar vida, finalmente se dejan cautivar por cosas que sólo generan oscuridad y cansancio interior, y que apolillan el dinamismo apostólico. Por todo esto, me permito insistir: ¡No nos dejemos robar la alegría evangelizadora!” (Evangelii Gaudium, 83).
- Ruego al Señor que a todos ustedes, a los fieles en sus parroquias y comunidades y a sus seres queridos, esta Navidad les haga experimentar la alegría de su luz, para que así, ustedes mismos sean portadores de esa luz, con el fin de que, a través de la Iglesia, el esplendor del rostro de Cristo entre en el mundo (cf. Lumen gentium, 1). Confío que todos ustedes sigan siendo llamas de esperanza que no queden ocultas. Queridos hermanos sacerdotes y diáconos, «Somos la luz del mundo». «Donde está Dios, allí hay futuro». Muchas felicidades les deseo de corazón. Gracias.
+ Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro