MENSAJE DE FELICITACIÓN NAVIDEÑA AL PREBITERIO DE LA DICÓCESIS DE QUERÉTARO
Seminario Conciliar de Querétaro, Av. Hércules 216, Pte. Hércules, Qro., 19 de diciembre de 2016.
***
Queridos sacerdotes y diáconos:
- El nacimiento de Cristo, que estamos próximos a celebrar, trajo consigo la experiencia de un Dios cercano, la compasión de un Dios amoroso, la oportunidad del hombre nuevo y la salvación del género humano. Fue tal el impacto y la fuerza renovadora de este acontecimiento que, incluso, ha sido transformado el modo de relación entre los hombres y Dios: ahora podemos, con toda confianza, dirigirnos a Él llamándole «abbá», mostrando, de este modo, un profundo sentimiento filial. Con la llegada de Cristo, se disipan las ideas antiguas de un Dios oculto, lejano y vengador: ahora, nos movemos en la seguridad de que el Eterno Padre mira en cada uno de nosotros la imagen de su Hijo amado.
- Este contexto familiar, de cercanía y confianza, reaviva la esperanza de que las relaciones pueden ser transformadas y que las cosas pueden ser de otro modo. Atendiendo y reconociendo este nuevo modo de comunicación que Dios nos ofrece, quisiera dirigirme a cada uno de ustedes, como un padre; un padre que acompaña, corrige, confía, protege, pero sobre todo, un padre que ama. Les invito a reflexionar cómo nos vamos preparando y cómo vamos disponiendo el corazón para celebrar el alegre nacimiento de nuestro salvador: aquel que nos llamó y nos ha hecho participar de su Santo Sacerdocio.
- Aprovecho este espacio para agradecerles su entrega en cada uno de los servicios donde ejercen su ministerio. Cargados de logros y momentos desafiantes y difíciles, miramos en cada falta u omisión, no un reclamo que nos deje hundidos en el pesimismo: sino una oportunidad de crecer; reconocemos, de igual manera, en cada triunfo, no la vanagloria del ego sino la gracia divina que actúa por nuestro medio y celebramos nuestra disposición y esfuerzos para que la obra de Dios siga avanzando. No hay acto más excelso que dar gracias. La Santa Misa, que es lo mejor y mayor que podemos ofrecer a Dios, es precisamente eso: una acción de gracias. Por todo ello, es que agradezco sinceramente, su entrega: agradezco sus esfuerzos por acercar a su pueblo a Dios, su celo en el momento de administrar los sacramentos, su dedicación a la hora de planear la pastoral, su tiempo que entregan para escuchar las penas de los que sufren y por impulsar a quienes quieren volver a Dios, sus recorridos largos por llevar el pan de Palabra hasta los últimos rincones de la parroquia, y, finalmente, les agradezco por todas aquellas acciones que nadie ve, nadie aplaude, nadie reconoce, pero que Dios que conoce la intimidad de los corazones les premiará en su momento.
- La alegría de la Encarnación, trae consigo, la alegría de la redención. En Cristo, por su pascua, nos han sido abiertas las puertas de la salvación y ambos misterios se hallan profundamente ligados. Pero, para poder hacernos partícipes de la oferta redentora del Señor, El nos pide una condición: la santidad. En medio de un mundo secularizado es muy fácil perder de vista el valor y trascendencia de la santidad. Con tristeza notamos que a veces no son muchos quienes se interesan por consolidar en su persona el ideal cristiano de la santidad; pero es precisamente de cara a la dificultad que se remarca con más insistencia su necesidad. La santidad es incómoda en un mundo que prefiere afanarse en las seducciones de lo pasajero y superficial: pero es una exigencia que lleva impresa nuestra consagración sacerdotal y nuestra misma condición de Hijo de Dios por el bautismo.
- Queridos sacerdotes, nuestra meta no está en tener el mejor lugar y más cómodo para realizar nuestra tarea, los mejor planes pastorales; nuestra valía no está en tener las más destacadas iniciativas o la más apretada agenda: nuestro horizonte es Cristo, nuestra meta la salvación, y puesto que buscamos eso, todo lo demás se da por añadidura y se ordena a conseguir la misma. No olviden ser santos, no pierdan de vista su salvación. Nosotros hemos sido tomados de entre los hombres para ser devueltos al mundo: pero no para acomodarnos a su medida: sino para ajustar al mundo a la de Cristo. No se trata de secularizar lo sagrado, el mérito está en cristianizar lo profano. Seamos sal de la tierra y luz del mundo, ofrezcamos algo más de lo que el mundo puede ofrecer: aunque ello implique apagar más el celular para abrir el breviario y la Biblia. Queridos sacerdotes: seamos santos. Oremos unos por otros.
- La santidad, sin embargo, no puede darse ni ejercitarse como una mónada cerrada o aislada, al menos no en nuestro estilo de vida diocesano. La santidad encamina a una espiritualidad de comunión que fortalece la Iglesia, evoca su nombre y expresa su esencia. La globalización y las cada vez más novedosas formas de comunicación, han traido consigo, lamentablemente, la lejanía de las personas y, más que una oportunidad para mostrar caminos de unidad ha sido ocasión de divisiones y pugnas. En la Iglesia no puede ni debe ser así: puesto que ha sido puesta para que “brille, en este mundo dividido por las discordias, como signo profético de unidad y de paz” (Misal Romano, Plegaria EucarísticaDl). Por ello, como familia en Cristo, les invito nos demos la oportunidad de superar egoísmos, envidias, críticas destructivas y sumemos esfuerzos para caminar juntos. Nuestro espíritu no es el espíritu de Babel que confunde y separa: nuestro espíritu es un Pentecostés que descubre la riqueza en la pluralidad.
- La dialéctica de la historia reclama en cada momento determinado su síntesis. Hoy es también un tiempo de síntesis. Como discípulos del Señor, les invito a darnos la oportunidad de compaginar la riqueza sapiencial y la amplia experiencia de las generaciones mayores, con la novedad, esperanza e iniciativas de las nuevas generaciones. La generación intermedia, que puede ser coyuntura o punto de quiebre, han de procurar ser quien lleve a cabo dicha síntesis. No tengan miedo de cuestionar los métodos convencionales que, aunque se sostiene en la eficiencia de sus resultados que se comprueba con la experiencia, siempre da cabida a un reajuste que puede mejorarlo y enriquecerlo aún más. Queridos hijos: seamos una comunidad sacerdotal y no un grupo de clérigos.
- Confío que este mensaje represente una motivación que nos interpele y mueva a la renovación personal y comunitaria. Que el nacimiento de Cristo reviva nuestro ser de discípulos e impulse nuestro quehacer misionero. Que la Virgen María, Reina de todos los santos y Madre de la Iglesia, con su intercesión y modelo, siga conduciéndonos hacia su Hijo. Deseo que la alegría por el nacimiento de Cristo, inunde sus corazones y contagie sus comunidades.
- Termino invitándoles a que no le cerremos las puertas al Niño que nace, de igual modo, a que no nos conformemos con facilitarle un pesebre en las periferias de nuestra casa; sino que le demos la oportunidad de habitar en medio, ahí donde nos encontramos nosotros mismos. Enhorabuena feliz navidad, reciban un fraterno abrazo y mi paternal bendición.
+ Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro