Aula magna, Seminario Conciliar de Querétaro, Av. Hércules, Col. Hércules, Qro., 16 de agosto de 2017.
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Buenos tardes,
Agradezco su presencia e interés en tomar parte en esta reunión que nos anima y nos impulsa para dar inicio a esta tarea tan exigente de la formación académica de nuestros seminaristas, futuros pastores del pueblo de Dios.
La veloz evolución del planeta actual, los cambios históricos, socioculturales y eclesiales, y los retos de la nueva evangelización han hecho precisa la actualización del proceso formativo de los sacerdotes. La Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis[1] describe este nuevo proceso desde los años del Seminario, desde 4 notas características: única, integral, comunitaria y misionera, con el objetivo de ofrecer una capacitación sacerdotal capaz de contestar a los desafíos del día de hoy. Las Conferencias Episcopales, los Obispos, los superiores y rectores de seminarios, como todos y cada uno de los interesados en fomentar una capacitación sacerdotal de calidad cuentan ahora con un instrumento actualizado y oportuno para acompañar a los aspirantes que han recibido el don de la vocación presbiteral[2].
Los medios para la formación sacerdotal son muchísimos. Privilegiar algunos significa ya hacer una opción formativa. Por este motivo, antes de hablar de medios específicos, conviene plantear un tema que suele estar pendiente en nuestros seminarios: el proyecto o itinerario de formación.
El itinerario o proyecto formativo propone una dinámica educativa y los procedimientos para conseguir el fin de cada etapa de formación con estos seminaristas concretos y en la realidad cultural de esta diócesis en particular. Aglutina en un solo proyecto todas las dimensiones de la formación. Si lo vemos en una tabla, puede ser más claro el concepto:
Etapa | Objetivo | Dinámica | Contenido fundamental |
Seminario Menor | El seminarista menor aprovecha los elementos que se le ofrecen para su maduración integral y se prepara para que en su día sea más libre para elegir el sacerdocio. | Preparación vocacional. | Amistad con Cristo.
Aprendizaje de la formación integral. Apertura al llamado. |
Curso Propedéutico | El seminarista del Curso Propedéutico hace un primer análisis de su personalidad, comienza la revisión de su iniciación cristiana y hace un primer discernimiento de la vocación sacerdotal. | Kerigma y catecumenado. | Conversión personal y grupal.
Autoconocimiento. Discernimiento vocacional. |
Etapa discipular | El seminarista profundiza su iniciación cristiana y trabaja sistemáticamente sobre sus características personales para optar por el seguimiento de Cristo como discípulo y misionero. | Confrontación y Discipulado. | Contemplación de los ejemplos de Jesús.
Diálogo formativo intenso y confrontador. Visión crítica de sí mismo y de la realidad. |
Etapa configuradora | El seminarista vive un proceso de gradual identificación con Jesús, Siervo y Pastor, interpretando toda su persona como don para el caminar del Pueblo de Dios. | Configuración con Cristo Siervo y Pastor. | Contemplación de Cristo, Siervo y Pastor.
Proyecto de vida sacerdotal. Virtudes teologales, consejos evangélicos, caridad pastoral y actitudes sacerdotales. |
Etapa de síntesis vocacional | El seminarista hace una síntesis de toda su trayectoria vocacional y se dispone convenientemente para recibir las sagradas órdenes. | Inserción y corresponsabilidad | Confrontación con la realidad pastoral.
Responsabilidad personal. Colaboración eclesial. |
Si se observa con un poco de atención la columna de los objetivos, se descubrirá pronto que existe una gradualidad. No se trata de elementos que se suceden unos a otros de un modo simple, sino de una progresión acumulativa. El muchacho opta de un modo definitivo por aprovechar los medios formativos en el Seminario Menor, por abrirse al discernimiento vocacional en el Curso Propedéutico, por el seguimiento del Señor en la Etapa Discipular, por la identificación con Cristo Siervo y Pastor en la Etapa Configuradora, por la corresponsabilidad en la Etapa de Síntesis Vocacional. Son aprendizajes que se van acumulando gradualmente y permanecen vigentes durante toda la vida, dando como resultado una mayor consistencia humana, cristiana y sacerdotal.
Si se observa la columna correspondiente a la dinámica, se puede concluir que cada etapa tiene un carácter propio, el que corresponde a su objetivo, unos objetos de aprendizaje y unos modos peculiares de proceder. También aparece aquí la gradualidad: el catecumenado es para personas que ya están preparadas y a su vez es la base para vivir la confrontación y optar por el discipulado; el discipulado es a su vez la base para la dinámica espiritual de la configuración y para asumir corresponsablemente el ministerio sacerdotal.
Evidentemente en un plan como este los formadores de cada etapa tienden a especializarse y hay una mayor exigencia pedagógica. Pero se entiende que los frutos serán también específicos. Los primeros beneficiados de este planteamiento son los seminaristas, que harán el discernimiento específico de su etapa con mayor claridad e irán dando pasos acumulativos en su formación.
A veces se ha diseñado todo el proceso de formación privilegiando la dimensión intelectual, de modo que la configuración y duración de las etapas se ha hecho depender más del programa de estudios que de la propia dinámica formativa.
Puesto este preámbulo, podemos hablar ahora de algunos medios que adquieren especial relieve en el contexto cultural en el que nos movemos.
- Primacía del encuentro con Dios. La enseñanza de la oración y de sus métodos, tanto a nivel personal como grupal adquiere un relieve fundamental. Los seminaristas necesitan crecer consistentemente en el hábito de la oración capaz de contrarrestar la influencia de los medios técnicos y de la cultura secularista. No se trata sólo de imponerles una serie de prácticas de piedad, sino de cultivar la auténtica vía de unión personal con Dios como un irrenunciable de la vida sacerdotal. Los seminaristas necesitan llegar a una comprensión y a una experiencia de su camino formativo con sentido místico y ascético. Esto implica una seria crítica del modo de presentar algunos elementos básicos de la vida espiritual en el seminario: la meditación diaria, la lectio divina, los ejercicios espirituales, la práctica sacramental. Es necesario aprender el fondo y la forma de los medios espirituales, sin dar nada por supuesto, de modo que los seminaristas aprendan efectivamente a hacer oración y a dar a la meditación de la Palabra de Dios el lugar que le corresponde en la vida sacerdotal; que aprendan a hacer ejercicios espirituales, de modo que sepan aprovechar cualquier oportunidad para ello y sepan orientar a los fieles en su búsqueda del encuentro con el Señor. ¿No es esto lo mínimo que se puede pedir a un sacerdote?
- El acompañamiento y la confrontación. La calidad de los procesos vocacionales depende en buena medida del acompañamiento personal y grupal que hacen los formadores. Los jóvenes de hoy, por muchos motivos, reclaman y necesitan el acompañamiento de un formador que verdaderamente se dedique a ellos. Frente a esta necesidad ya no vale el abandono con el que quizá tradicionalmente hemos actuado. Se trata de un acompañamiento sistemático y profundo, que no se limite a la dirección espiritual, sino que abrace la integralidad de la formación y supere cierta distinción artificial de los fueros. Hay que decir que de la calidad del acompañamiento depende la calidad de la formación. En un contexto educativo así cercano y exigente puede tener lugar la confrontación, que será un elemento indispensable para el progreso espiritual y humano de los seminaristas. Debe notarse a lo largo del proceso el crecimiento el sentido de que los seminaristas permanecen abiertos a la confrontación y disponibles para la corrección fraterna.
- Sentido social de la formación. El proceso formativo en el seminario establece una conexión profunda con la realidad social que los sacerdotes deberán evangelizar. Son muy riesgosos los modelos educativos que separan a los seminaristas de las necesidades de los demás aislándolos en una burbuja de cristal. Por ello tiene una gran importancia la actividad pastoral que realicen durante todo el proceso, la cual educa primeramente para comprender la amplitud de la misión de la Iglesia en el aprecio de su diversidad vocacional, pero también educa en las actitudes de servicio y solidaridad. De esta manera se despliega un panorama para la formación complementaria, por ejemplo, que despierte la sintonía de los seminaristas con la realidad agrícola de la diócesis, o que les capacite para trabajar pastoralmente con la juventud estudiantil de una ciudad. El sacerdote es profundamente para los demás. Esto se comprende y se vive cuando se consigue una conexión real, una inserción en la realidad social. Al contrario, un sacerdote situado como fuera de este mundo, y siempre en un estatuto social de superioridad, difícilmente prestará un servicio. El sentido social de la formación se traduce al final en una verdadera opción por los pobres y en la capacidad de salir hacia las periferias.
- La diocesanidad. Con frecuencia somos sacerdotes diocesanos pero no hemos sacado las consecuencias prácticas para nuestra vida de la diocesanidad. El término se refiere expresamente a la incardinación a una Iglesia Particular y al desarrollo del ministerio sacerdotal en este contexto. Podemos hablar de una espiritualidad diocesana, de la cual participan los distintos agentes pastorales en la Iglesia Particular. Consiste sobre todo en la aceptación de los valores y los límites de la comunidad cristiana local y en la capacidad de asumir un compromiso histórico en ella. Al hacerse en esta Iglesia y durante toda la vida, el testimonio de vida del agente de pastoral diocesano adquiere todo su relieve. Más aún cuando se trata de los sacerdotes diocesanos. En el marco de la Iglesia Particular el sacerdote tiene una espiritualidad fuerte que deriva del mismo don del sacerdocio y de la misión canónica realizada en este lugar. Quien tiene bien cimentada su espiritualidad sacerdotal diocesana no tiene necesidad de beber espiritualidad de otras fuentes. Evidentemente parte de la espiritualidad del sacerdote diocesano consiste en enriquecerse con la presencia de la diversidad de los carismas, tal como ocurre a la Iglesia Particular misma, pero tiene claridad sobre su ser de pastor y su misión al servicio de la comunión y le misión en medio de ella. La espiritualidad diocesana produce un equilibrio testimonial de grandísimo valor, que todos aprecian en el contexto de una comunidad diocesana.
- Discípulos y misioneros de la vocación. El seminario es propiamente una institución vocacional en la Diócesis. La actitud formativa de docilidad y disponibilidad se aplica particularmente al hecho vocacional mismo. En la Biblia los textos vocacionales no son un texto más, sino que constituyen un hito y un referente en el conjunto de cada uno de los libros bíblicos. De igual modo la vocación del sacerdote, entregado para servicio de la comunidad bajo el modelo de Cristo Siervo y Pastor, tiene una relevancia fundamental. Por ello debe constituirse como testigo vocacional. La pastoral de cada una de las vocaciones es algo que pertenece profundamente a su misión sacerdotal. En el seminario, tanto formadores como seminaristas han de constituir una mutua referencia vocacional y han de asumir el anuncio alegre y comprometido de la llamada de Dios como parte integral de su misión. Al contrario, un anti-testimonio vocacional de los sacerdotes y de los seminaristas dañará aún más la fecundidad vocacional de la Iglesia.
- La comunidad educativa. En un contexto cada vez más secualrista, habrá que hacer un extraordinario esfuerzo por garantizar a los seminaristas la pertenencia a una comunidad educativa. No basta con garantizar un grupo suficiente de seminaristas, también es importante poner en cuestión a la comunidad y conseguir la mayor calidad posible en la vida comunitaria. Partimos de la convicción de que la misma comunidad forma si tiene hábitos bien establecidos, si cuenta con la calidad humana y cristiana que corresponde. Este ha sido un motivo grande de sufrimiento para algunos seminaristas, constatar que, además de ser pocos, conviven en el seminario en una calidad ínfima de relaciones humanas y de vida espiritual. La comunidad educativa facilita la integración de las personas en un todo más armónico. La misma experiencia comunitaria permite que se presenten los valores vocacionales con mayor objetividad y también ofrece los medios formativos con mayor abundancia y eficacia. Todo esto se pierde cuando se toma la decisión de poner a vivir a los seminaristas en un apartamento cercano a la Universidad más o menos acompañados por un formador, privándolos precisamente de la experiencia comunitaria.
Es necesario que cada formador entienda que no debe ser en ningún modo el horizonte último o el punto de referencia de un joven. El horizonte es y permanece sólo Cristo. Es Cristo vivo en la Iglesia. Todos estamos al servicio de este reconocimiento y, a la vez, estamos llamados continuamente, con nuestro ministerio, a dilatar – y nunca a restringir – el horizonte que lleva a Cristo.
Cuando en la formación existen los desequilibrios, en vez de formar pastores formamos otra cosa, ajena a la realidad y a las exigencias de las comunidades, personas que en vez de edificar la comunidad, la destruyen.
Formar el corazón. Es y será nuestro único y principal objetivo. Se trata de adquirir el corazón del pastor, a ejemplo de Cristo Siervo y Pastor del rebaño. Pero al mismo tiempo conlleva un contenido psicológico. Se trata de formar el corazón del hombre para que sea capaz de amar con el amor de Cristo por su Pueblo. Esto también implica permanecer atentos a la solidez de la personalidad, a la madurez afectiva y sexual que tanto se reclama hoy para los clérigos. Es fundamental que exista un corazón. Cuando esto falta en el interior de la persona, desaparece el gozo de ser pueblo y surgen en el horizonte del seminarista otros intereses. Formar el corazón implica, contando con dicha complejidad de contenidos, educar en la caridad pastoral.
Gracias
+ Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro
[1] Cf. Congregación para el Clero, El don de la Vocación Sacerdotal, Ediciones Paulinas 186, 2016.
[2] Cf. Gran parte del texto ha sido tomado de la reflexión ofrecida por S. E. JORGE CARLOS PATRÓN WONG, el 4 de septiembre de 2016, en el Encuentro Nacional de Rectores de los Seminarios, España.