Estimados Padres rectores y superiores de los diferentes seminarios que integran la comunidad estudiantil del Seminario Conciliar de Querétaro y las diferentes casas de formación sacerdotal y de vida consagrada:
Pbro. J. Martín Lara Becerril, Rector del Seminario Conciliar de Querétaro.
Pbro. Miguel Ángel Peralta Valverde, Rector del Seminario Diocesano de Teotihuacán.
Pbro. Gilberto Moya, Rector del Seminario de los Operarios del Reino de Cristo.
Superior de la casa de formación “Jesús Maestro” de los Misioneros de de la Sagrada Familia.
Queridos profesores de esta “Alma Mater”:
1. Es una grande dicha poder estar con ustedes en esta mañana, quiero en primer lugar agradecer a cada uno de ustedes, la labor que con generosidad realizan en bien de los futuros pastores del pueblo de Dios. Esta oportunidad en la cual nos encontrarnos, nos permite vislumbrar el curso escolar 2011-2012 de estudios tanto de Filosofía como de Teología en nuestro seminario, el cual busca responder a las exigencias de formación que la Iglesia que peregrina en Querétaro va pidiendo. De manera particular al Pbro. Carlos Hernández, secretario de estudios, quien coordina esta noble y fundamental tarea en la formación sacerdotal y eclesiástica. Estoy seguro que el trabajo que cada uno de ustedes realiza es una pastoral que exige dedicación, esfuerzo, empeño, preparación pero sobretodo amor, pues solo así es posible ser testigos de la Verdad y del bien. Los impulso a continuar de manera incansable hasta que logremos hacer de cada uno de nuestros alumnos “un verdadero y auténtico discípulo y misionero de nuestro Señor Jesucristo”, pido al Maestro por excelencia, Jesucristo les bendiga, fortalezca y recompense su generoso servicio.
2. Las necesidades con las cuales hoy día esta comunidad estudiantil se confronta, han favorecido en la planeación y proyección del curso escolar, teniendo por acento: “El encuentro con la Palabra de Dios nos humaniza y clarifica nuestra vocación”.
3. Hemos participado de la celebración eucarística en la cual escuchamos al Apóstol Pablo que escribe a los tesalonicenses para motivarles a que continúen siendo modelo de fe, de amor y de esperanza para las demás comunidades, tarea en la cual también cada uno de nosotros hoy día, se convierte en agente activo en la promoción y extensión del Reino de los cielos.
4. A ustedes profesores del Seminario, les compete contribuir de manera directa y perenne en la Misión de hacer de cada seminarista un cristiano enamorado de su fe y comprometido con Cristo en la misión de llevar a Jesucristo hasta los últimos rincones de la diócesis. En una área donde es esencial la parte humano-intelectual, pues como dice el Apóstol Pedro (1 Pe 3, 15): “estén siempre dispuestos para dar una respuesta a quien les pida cuentas de su esperanza”.
5. Cuentan los biógrafos de Santo Tomás de Aquino que cuando a él tocaba la responsabilidad de preparar la lección inaugural, su preocupación principal era la de “señalar la misión y poner de relieve la figura del maestro ideal”, para ello alguna vez eligió un versículo del Sal 103: “desde tus altas moradas abrevas tus montañas y la tierra se sacia de tu acción fecunda”.
6. Los montes se elevan sobre la tierra y son, en su altura cimera, los que más cerca y directamente reciben los rayos del sol y el frescor de la lluvia fecundante, que ellos a su vez en arroyos transmiten a los terrenos de labor en el valle. Los montes eran también las fortalezas más naturales y seguras contra las incursiones enemigas. Así deben ser los doctores de la Palabra Sagrada:
Elevados sobre la tierra, no precisamente por desentendidos de los bienes y problemas del mundo, sino por la eminencia de su vida consagrada a una visión más alta y desinteresada de todo ello;
Iluminados y bien empapados de la verdad divina antes, con más frecuencia y avidez que nadie;
Y con todo ello fuertes y bien equipados como fortalezas para la defensa de la fe, de la doctrina y de la Iglesia.
Elevación de vida, lucidez de mente, firmeza en la argumentación define la vida integra de un programa suficiente para cualquier maestro. Pero aún falta considerar la parte y condición de los alumnos que el maestro ha de conocer y respetar e incluso educar. Como la tierra fecunda las aguas los alumnos deben sentir humildemente de sí mismos para un aprendizaje que sea fecundo y creativo.
7. Finalmente en cuanto al orden debido en la enseñanza y aprendizaje, no olvidar que ni los doctores abarcan toda la sabiduría divina, ni los alumnos captarán todo lo que el maestro sabe. Dios posee la sabiduría por naturaleza; los maestros participan abundantemente; los oyentes han de alcanzar lo suficiente para iniciar su propia ascensión y llegar a ser verdaderos ministros más bien que maestros, como Dios los requiere: limpios de mente y de corazón, inteligentes, ardorosos y obedientes según sus planes.
8. San Agustín dirá de todo verdadero maestro: “El maestro elocuente debe expresarse de tal manera, con tal diligencia en su hablar, que realmente enseñe, deleite y convenza: enseñe a los que todavía no saben deleite a los más propensos al tedio en las aulas y doblegue o convenza a los más reacios o difíciles”. (Principium… “hic est liber mandatorum”, Opuscula…, v. I, ed. Cit., n, 1119).
9. Más adelante se le ofreció a Tomás ampliar su concepción sobre el magisterio. Dice P. Chenu “El título de maestro abarca toda la actualización de la Palabra de Dios, según el desenvolvimiento de tres operaciones homogéneas: leer (un texto básico), disputar (una cuestión, un problema) y predicar”. El maestro no es autor ni dueño de la mente de sus alumnos, ni los amaestra como su amo, ni les infunde las ideas, sino sólo desde fuera les ayuda y sostiene en el trabajo personal de adquirirlas. El maestro humano recibe o participa su función extrínseca pero nobilísima, del consorcio y del propio sometimiento al único supremo Maestro que tiene su cátedra en el cielo y enseña la verdad internamente. Esa es la razón y la fuente del magisterio, así como la humildad del maestro. (M. D. Chenu, St. Thomas d’Aquín et la theologie, París, Seuil 1970)
10. La enseñanza no es un negocio que se oponga a la humildad perfecta o a la pobreza evangélica, sino un ministerio verdadero, una obra de confesión y alabanza divina, un ejercicio de caridad y misericordia. La tarea de enseñar, por tanto, es quizá más apropiada, en igualdad de condiciones a la misión, pues la enseñanza toda debe tener su punto de convergencia en Dios, en su amor y en su misión.
11. La acción docente requiere una madurez intelectual, una claridad de visión de la verdad o de la doctrina, un gusto íntimo en ella, que hacer de él un contemplativo, un clarividente enamorado del tema de su enseñanza. Especialmente en la Sagrada doctrina. “nadie será más idóneo para enseñar que el maestro que haya llegado a comprender y gustar de los divinos misterios en la contemplación”. Sólo en esta etapa de madurez, cuando se llega a una comprensión global, a una penetración intuitiva, sosegada y gozosa de presentarla a los demás con la suficiente fuerza sugestiva, con la diafanidad necesaria para ser comprendida, con la armonía y belleza tentadora que pueda incluso mover al alumno a investigarla por propia iniciativa.
12. Los maestros verdaderos, los que tienen la encomienda y responsabilidad de enseñar en la Iglesia y en la sociedad, deben hacerlo con apertura, sin segregacionismos temerosos o interesados, aunque naturalmente con altura intelectual y moral, lucidez y firmeza.
13. Por lo tanto la función del docente, no es una actividad creadora ni imperativa, sino una amigable comunicación, operativa entre maestro y discípulo, a fin de que este vaya actualizando en su mente las virtualidades latentes de su potencia cognoscitiva los gérmenes de ciencia que recibió por naturaleza. Porque el hombre no se encuentra, con relación a la ciencia, en un estado de pura potencia pasiva, sino en potencia activa.
14. El maestro, no es un artista ni un autor que pueda poner su ideal y su gloria en la originalidad de su obra, sino un asistente cuya actitud fundamental debería ser de humildad y de servicio, siempre atento a despertar y no suplantar la natural perspicacia de cada alumno. Porque puede suceder incluso, que, para talentos particularmente dotados, la pretensión intemperante de enseñarles resultara un auxilio innecesario, es decir, un impedimento más bien. Un maestro digno de tal nombre y de la aureola de honor que se le debe, eminente en ciencia y no poder, contento con la oportunidad de comunicar aquella, y exento de la presunción de ejercer cualquier potestad, es aquel que acepta los condicionamientos de esas dos leyes que se le imponen: la iniciativa del alumno a quien sirve, y las exigencias de la verdad y la sabiduría que le perfeccionan y capacitan a él para servir y ayudar.
15. Termino diciendo “la enseñanza es un acto de caridad y misericordia, y también de sabiduría en cuanto que ésta es la fuente o principio rector de su acción docente”. “Para el maestro bueno y fiel, la mejor gloria que corone su carrera será la vida virtuosa del discípulo” (Super Ep. Ad Tit., c. 2, lec, 2, n. 66).
† Faustino Armendáriz Jiménez IX Obispo de Querétaro