Queridos hermanos y hermanas:
1. Me es grato poder saludarles cordialmente a cada uno de ustedes, quienes se encuentran reunidos para celebrar este IV Encuentro Diocesano de Ministros Extraordinarios de la Comunión, con la finalidad de profundizar más en la identidad y en la importancia del ministerio en la vida de las comunidades cristianas, presentes en nuestra Diócesis de Querétaro. Pues la vida de la Iglesia resplandece y se fortalece cuando asumimos cada quien nuestro compromiso bautismal, guiados por la fuerza renovadora del Espíritu Santo, el cual, “no sólo santifica y dirige el Pueblo de Dios mediante los sacramentos y los misterios y le adorna con virtudes, sino que también distribuye gracias especiales entre los fieles de cualquier condición, distribuyendo a cada uno según quiere (1 Co 12,11) sus dones, con los que les hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia, según aquellas palabras: «A cada uno… se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad» (1 Co 12,7)”(cf. Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, 12).
2. Particularmente en este año jubilar diocesano, que providencialmente coincide con la celebración eclesial del año de la fe, deseo invitarles para que tengamos presentes las palabras del Evangelio según san Mateo donde se narra la multiplicación de los panes que Jesús realiza para una multitud de personas que lo seguían para escucharlo y ser curados de diversas enfermedades (cf. Mt 14, 14). Al atardecer, los discípulos sugieren a Jesús que despida a la multitud, para que puedan ir a comer. Pero el Señor tiene en mente otra cosa: “Dadles ustedes de comer” (Mt 14, 16). Ellos, sin embargo, no tienen “más que cinco panes y dos peces”. Jesús entonces realiza un gesto que hace pensar en el sacramento de la Eucaristía: “Alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos, y los discípulos se los dieron a la gente” (Mt 14, 19). El milagro consiste en compartir fraternalmente unos pocos panes que, confiados al poder de Dios, no sólo bastan para todos, sino que incluso sobran, hasta llenar doce canastos. El Señor invita a los discípulos a que sean ellos quienes distribuyan el pan a la multitud; de este modo los instruye y los prepara para la futura misión apostólica: en efecto, deberán llevar a todos el alimento de la Palabra de vida y del Sacramento.
3. En este signo prodigioso se entrelazan la encarnación de Dios y la obra de la redención. Jesús, de hecho, “baja” de la barca para encontrar a los hombres. San Máximo el Confesor afirma que el Verbo de Dios “se dignó, por amor nuestro, hacerse presente en la carne, derivada de nosotros y conforme a nosotros, menos en el pecado, y exponernos la enseñanza con palabras y ejemplos convenientes a nosotros” (Ambiguum 33: PG 91, 1285 C). El Señor nos da aquí un ejemplo elocuente de su compasión hacia la gente. Esto nos lleva a pensar en tantos hermanos y hermanas que en nuestro tiempo, en las comunidades, colonias, barrios y periferias de una ciudad, que crece sin medida, sufren las dramáticas consecuencias de la carestía, agravadas por el desempleo, la pobreza y por la falta de instituciones sólidas. Cristo está atento a la necesidad material, y por eso nos exhorta a que les demos nosotros de comer desde lo poco o mucho que tengamos, pero quiere dar algo más, porque el hombre siempre “tiene hambre de algo más, necesita algo más” En el pan de Cristo está presente el amor de Dios; en el encuentro con él nos alimentamos, por así decirlo, del Dios vivo, comemos realmente el “pan del cielo” (cf. Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 315-316).
4. Queridos amigos, en la Eucaristía Jesús nos hace testigos de la compasión de Dios por cada hermano y hermana. Nace así, en torno al Misterio eucarístico, el servicio de la caridad para con el prójimo (cf. Benedicto XVI, Exhort. apost, post. Sacramentum Cartatis, 88). También nosotros, si queremos seguirle y permanecer con Él, no debemos contentarnos con permanecer en el recinto de las noventa y nueve ovejas, debemos «salir», buscar con Él a la oveja perdida, aquella más alejada. Recordad bien: salir de nosotros, como Jesús, como Dios salió de sí mismo en Jesús y Jesús salió de sí mismo por todos nosotros (cf. Francisco, Audiencia general, 27/Marzo/2013). Nuestros pueblos no quieren andar por sombras de muerte; tienen sed de vida y felicidad en Cristo. Lo buscan como fuente de vida. Anhelan esa vida nueva en Dios, a la cual el discípulo del Señor nace por el bautismo y renace por el sacramento de la reconciliación. Buscan esa vida que se fortalece, cuando es confirmada por el Espíritu de Jesús y cuando el discípulo renueva en cada celebración eucarística su alianza de amor en Cristo, con el Padre y con los hermanos. Acogiendo la Palabra de vida eterna y alimentados por el Pan bajado del cielo, quiere vivir la plenitud del amor y conducir a todos al encuentro con Aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida (cf. DA, 350). Les pido que unamos esfuerzos para que cada día sean muchos más los enfermos que reciban la comunión y el acompañamiento de una Pastoral de la Salud.
5. Confiemos a la Virgen María nuestra oración, para que abra nuestro corazón a la compasión hacia el prójimo y al compartir fraterno, principalmente llevando a muchos al encuentro vivo con la Eucaristía y con la misericordia de Dios.
† Faustino Armendáriz Jiménez Obispo de Querétaro