Después de llamar a sus discípulos cerca del mar de Galilea, la acción de Jesús se concentra en Cafarnaum, ciudad situada a orillas del lago. En este ambiente Jesús despliega su acción, que es, en primer lugar la de enseñar. Entra en la sinagoga y siguiendo el ritmo de la celebración, toma la palabra, seguramente para comentar, las lecturas de la Escrituras que se habrían leído. Los presentes quedaron muy sorprendidos de sus palabras y se dieron cuenta de que “enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas”.
El pueblo distingue entre su anuncio y la enseñanza de los escribas, entre su práctica liberadora y el formalismo religioso de los escribas. Y se asombra por lo que ve en Jesús: “¿Qué nueva doctrina es esta?”.
La autoridad de Jesús es puesta a prueba por la presencia de un hombre que tenía un mal espíritu; ante esto se hace presente la práctica eficaz y poderosa de Jesús contra el Mal que daña al ser humano.
El poder del Mal está presente en el mundo y toda la actividad de Jesús es una lucha contra el mal. El espíritu inmundo protesta desesperado (“Has venido a perdernos”), pero la presencia de Jesús lo priva de actuar contra la vida. Los espíritus opresores saben que Jesús ha venido a luchar contra ellos y se resisten. El Mal sabe muy bien quien es Jesús e intenta dominarlo pero no puede; Jesús le increpa con valentía, y el mal sale increpando y dando coletazos. Quien asume con Jesús, ser liberador recibirá sus golpes.
La presencia de Jesús que nos libera del mal es una realidad, y cada uno de nosotros somos testigos de como el Señor nos ayuda a vencer el mal; el compartir esta experiencia personal es parte del anuncio del amor de Dios, que nos lanza a proclamar que el mal no vence sobre el bien. En el camino de la vida espiritual los maestros de espiritualidad nos subrayaban, “lo malo no es sentir, sino consentir”.
La invitación es a seguir en la lucha con la súplica confiada que repetimos tantas veces en el Padre Nuestro, “no nos dejes caer en la tentación”… “libéranos de todo mal”.
† Faustino Armendáriz Jiménez IX Obispo de Querétaro