Una vez más Querétaro saltó a la fama esta semana que termina, la noticia de la detención de Héctor Beltrán Leyva, presunto líder del cártel de Los Beltrán Leyva dio la vuelta al mundo: lo detuvieron en San Miguel de Allende, Gto., pero vivía en Querétaro; llevaba dicen, un estilo de vida un tanto discreto para pasar desapercibido en la ciudad.
En el Estado de Guanajuato nació el famoso cantautor y psicólogo de México José Alfredo Jiménez; siempre he tenido la idea que fue un filósofo existencialista, muy a la mexicana por supuesto y orgullosamente. En el ’68 tenía 42 años, Sartre contaba ya 63 y Camus 55. ¿Acaso no es una nausea existencial el “que me sirvan de una vez pa’ todo el año” y no suena a sin sentido y absurdo su “la vida no vale nada, comienza siempre llorando y así llorando se acaba”, evocando a Camus?
En su canción “Las ciudades” José Alfredo expresa en uno de sus versos:
“Las distancias apartan las ciudades,
las ciudades destruyen las costumbres”.
Querétaro y San Miguel de Allende siempre han sido cercanas y no sólo en las distancias sino también en su vocación católica e insurgente, hoy en el turismo y los tristes cambios de las costumbres de las que los medios de comunicación dan cuenta en estos días. Y no sólo estas ciudades, éstas son una muestra más de eso que el sociólogo polaco Zygmunt Bauman llama la “Vida líquida”: es decir, “la manera habitual de vivir en nuestras sociedades modernas contemporáneas” y una de cuyas características es que no mantienen ningún rumbo determinado, puesto que no mantienen por mucho tiempo la misma fisonomía, y esto define el estilo de vida de los ciudadanos: la precariedad y la incertidumbre constantes. En palabras del autor citado la sociedad “moderna líquida” es aquella “en que las condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las formas de actuar se consoliden en unos hábitos y en una rutinas determinadas”; las características de las “ciudades líquidas” son el consumismo, lo desechable, la rapidez con que cambian las cosas, el desarraigo del terruño, el relativismo, etc. Se olvida en este estilo de la vida la eternidad, pero se apuesta al infinito: vivir al límite en una sola vida aquí y ahora lo que antes se esperaba vivir en la eternidad; lo que importa es la velocidad y no la duración. A este estilo de vida se sienten atraídos sobremanera no sólo los jóvenes, sino muchos de quienes detentan el poder.
Bauman en su obra “Vida líquida” (Paidós, México 2013) cita a Italo Calvino a propósito de su obra “Las ciudades invisibles”, y dice cómo en Eutropía, una de sus ciudades fantásticas, los habitantes, en cuanto “se sienten presa del hastío y ya no pueden soportar su trabajo ni a sus parientes ni su casa ni su vida”, “se mudan a la ciudad siguiente”, donde “cada uno de ellos se conseguirá un nuevo empleo y una esposa distinta, verá otro paisaje al abrir la ventana y dedicará el tiempo a pasatiempos, amigos y cotilleos diferentes”. Cosa nada distante de lo que ahora presenciamos; tal vez eso mismo intuía en la misma canción José Alfredo, pues empieza diciendo:
“Te vi llegar y sentí la presencia de un ser desconocido,
Te vi llegar y sentí lo que nunca jamás había sentido”.
Si bien él lo decía de una persona en especial, como seguramente así fue, podríamos extenderlo a esta imagen del “hombre líquido” que tristemente se aproxima cada vez más a las ciudades de nuestra patria, con la complacencia muchas veces, al menos por omisión, de los que anhelamos un estilo de vida alternativo: ciudades en paz, de trabajo, fraternas, justas, libres.
Pbro. Filiberto Cruz Reyes Publicado en el periódico «Diócesis de Querétaro» del 5 de octubre de 2014