La renuncia de Benedicto XVI a la sede de Pedro ha puesto de manifiesto las dificultades que tiene que enfrentar diariamente el supremo Pontífice católico, y para las cuales el Papa alemán se ha declarado ya sin fuerzas físicas. Pero, ¿el Santo Padre simplemente se va como si admitiera una gran derrota?
El Pontificado de Benedicto XVI se puede calificar como un período en el que los medios estuvieron más centrados en las gestiones del Santo Padre y el manejo de las crisis, pues el Papa enfocó sus fuerzas más en el interior de la propia Iglesia que en viajes apostólicos.
El Papa Ratzinger con valentía abordó los temas más complicados que, antes como Cardenal, había afrontado al lado de Juan Pablo II: los escándalos de clérigos pederastas, la disciplina litúrgica, la Iglesia perseguida en China, en algunos países de África y sobre todo de Medio Oriente, el ecumenismo y la formación de los candidatos al sacerdocio, entre otros.
Ya desde su época de Prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe, gestionó momentos de crisis como el auge de la “Teología de la liberación”. Como Sucesor de Pedro, Benedicto XVI enfrentó los abusos a menores y retiró de su cargo a los obispos que habían incurrido en ese delito o que lo habían encubierto; además, dictó normas para atender a las víctimas y para castigar a los pederastas.
Ante la renuncia del Santo Padre, surge una gran pregunta. Si es un experto en “apagar fuegos”, si lleva décadas manejando los asuntos más complicados, ¿por qué se retira ahora? ¿se sintió incapaz de resolver las duras situaciones que hoy afectan a la Iglesia?
En realidad, lejos de declararse derrotado, el Papa Ratzinger está a punto de realizar una doble “jugada maestra”. Por una parte, para que la Iglesia pueda ser servida como se requiere hoy día, cede su puesto para un nuevo Pontífice más joven y fuerte, que pueda realizar viajes pastorales y tenga la energía para continuar la limpieza al interior de la Iglesia.
Pero además, Benedicto XVI le está apostando con gran fe a la oración. Cree con todo su corazón que lo mejor que puede hacer ahora mismo por la Iglesia es rezar. Así lo manifestó en su discurso de renuncia, en el que afirmó: “deseo servir devotamente a la Santa Iglesia de Dios en el futuro a través de una vida dedicada a la oración”.
En una homilía del 2006, el Papa expresó su gran convicción de que la oración es el gran remedio antes las dificultades. “A nosotros muchas veces nos parece que Dios deja demasiada libertad a Satanás; que le concede la facultad de golpearnos de un modo demasiado terrible; y que esto supera nuestras fuerzas y nos oprime demasiado. Siempre de nuevo gritaremos a Dios: ¡Mira la miseria de tus discípulos! ¡Protégenos!”.
Y añadió: “La oración de Jesús es el límite puesto al poder del maligno. La oración de Jesús es la protección de la Iglesia. Podemos recurrir a esta protección, acogernos a ella y estar seguros de ella” (Homilía, 29.junio.2006).
Sí, ésa es la gran jugada: implorar la ayuda de Dios mediante la oración. Así lo dijo en su despedida del clero de Roma: “Aunque me retiro ahora, en la oración estoy siempre cercano a todos vosotros y estoy seguro de que también todos vosotros estaréis cercanos a mí, aunque permaneceré escondido para el mundo” (Discurso, 14.feb.2013).
Y lo reiteró en su último Angelus desde el balcón del Apartamento Pontificio, rodeado por unos cien mil fieles, expresó: «El Señor me llama … a dedicarme aún más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa abandonar a la Iglesia, al contrario, si Dios me pide esto es justamente para que yo pueda seguir sirviéndola con la misma dedicación y el mismo amor con el que lo he hecho hasta ahora, pero en un modo más adecuado a mi edad y mis fuerzas» (24.feb.2013).
Se retira de la vida pública pero su fuerza espiritual seguirá. Estará lejos de la opinión pública pero su oración sostendrá a la Iglesia y al nuevo Papa. Su oración seguirá combatiendo las crisis que continúan vapuleando la Barca de Pedro.