1. Este primer domingo de Cuaresma se suele llamar el Domingo de las “tentaciones”, es decir, de las pruebas que sufrió Jesús y de su victoria anticipada sobre el poder del Maligno, de Satanás. Jesús fue hombre verdadero; por eso, pudo redimirnos a los humanos. Fue tentado, pero no sucumbió a la tentación, no cometió pecado. La tentación es humana, porque somos criaturas libres, pero limitadas; el pecado, en cambio, no es humano, es diabólico. Jesús venció al Diablo, no cometió pecado, pero nos enseña y da fuerza para superar la tentación.
2. Jesús venció al Tentador en el desierto. Ese es el campo de batalla, el desierto de la vida fuera del paraíso. Sus armas fueron la oración, el ayuno, y la escucha de la Palabra de Dios. Por eso la Iglesia nos invita a ayunar, a escuchar la palabra de Dios, a hacer oración y a hacer penitencia, compartiendo el pan con el prójimo necesitado. Jesús ayunó para enseñarnos a compartir el pan con los demás, superando nuestro egoísmo.
3. ¿Cómo lo vamos a hacer?, ¿Haciendo que las piedras se conviertan en pan? No. Es verdad, no hay nada más duro y triste que el hambre. ¿Qué hay de más noble que el dar de comer al hambriento? ¿Por qué hay quien no tiene qué comer? Jesús mismo dio de comer a la multitud en el desierto al multiplicar los panes, ¿por qué entonces la Iglesia no hace ahora lo mismo? Miremos bien: Jesús multiplicó los panes y dio de comer a la multitud, porque hacía varios días que lo seguían para escuchar la Palabra de Dios; porque buscaban primero el Reino de Dios y cómo ser justos. El alimento les vino de las manos de Jesús “como por añadidura”, casi como consecuencia natural. Dios da alimento abundante para todos cuando lo obedecemos y cumplimos sus mandamientos y practicamos la justicia. La Iglesia asegura el alimento para todos cuando busquemos la justicia y practiquemos la caridad con los demás.
4. Lo que falta en el mundo no son alimentos sino cristianos de verdad. Primero es buscar el Reino de Dios y luego el poder terreno. Nosotros vamos a contrapelo. Habrá pan para todos cuando venzamos nuestro egoísmo, superemos la corrupción y nos comprometamos a buscar sinceramente el bien de los demás. La Iglesia nos dice como Jesús al Tentador: No sólo de pan vive el hombre, sino de escuchar la palabra de Dios, pues no se puede gobernar el mundo prescindiendo de Dios, que es su Creador. Pan para todos, sí; pero primero debemos obedece a Dios. De lo contrario nos convertimos en demagogos que prometen pan para las multitudes y terminan repartiendo piedras. Sin obediencia a los mandamientos divinos es imposible vencer la pobreza.
5. Hay otra multiplicación del pan que ofrece Jesús: la santa Eucaristía, el Pan de vida, el Pan bajado del cielo, el Pan verdadero, el Pan de vida eterna: La santa Misa, especialmente la Misa del Domingo, es la Misa de la familia, de la Misa de la comunidad; es la Mesa que Dios prepara para la familia de los hijos de Dios. “Si eres hijo de Dios”, le dijo el Diablo a Jesús, “haz que las piedras se conviertan en pan”; aquí es al revés: porque eres hijo de Dios, Jesús se convierte para ti en Pan de vida, para que tengas la vida de Dios, para que escuches su Palabra, orientes tu vida por el camino de sus mandamientos y para que aprendas a compartir el pan con tus hermanos. Dios te invita a comer de su Pan de vida para que tú tengas vida y lleves vida, no muerte, a los demás, a los que tienen hambre. La santa Eucaristía, la Misa dominical es una escuela de vida, de fraternidad, de compartir, de gratuidad. Sólo experimentando la gratuidad de Jesús podemos nosotros ser generosos con los demás.
6. Lo mismo podemos decir de las otras tentaciones: de la sed de poder y de la búsqueda afanosa del prestigio. En la Misa del domingo reconocemos la primacía de Dios; le presentamos nuestras ofrendas, lo que Él mismo nos ha dado. No hay mérito nuestro: venimos a devolver algo, un signo, de lo que le debemos: Todo. Si no reconocemos la soberanía de Dios en nuestra vida, estamos sencillamente equivocados del camino de la justicia y de la verdad, y sólo sembraremos muerte y confusión. La Misa del domingo cura también nuestras heridas, pues comenzamos reconociendo nuestros pecados. Sólo la Iglesia enseña la humildad, es decir, la verdad, pues nos enseña a reconocernos pecadores, a pedir perdón y nos lo ofrece en nombre de Dios. En la Misa del domingo se cura el corazón y se restaura la vida familiar y social.
7. La Cuaresma es tiempo de decisión: de seguir a Jesús en su penitencia y oración o de continuar bajo el dominio del Maligno, de Satanás. La Iglesia nos ofrece algo muy práctico: Las siete Obras de Misericordia corporales: 1) Visitar y cuidar a los enfermos. 2) Dar de comer al hambriento.3) Dar de beber al sediento. 4) Dar posada al peregrino. 5) Vestir al desnudo. 6) Redimir al cautivo, y 7) Enterrar a los muertos: Los pobres, los emigrantes, los enfermos, ¿no nos pertenecen? Los hombres y mujeres asesinados por la violencia criminal ¿no son nuestros muertos?
8. Cumpliendo con estas obras de misericordia practicaremos el ayuno que Dios quiere y entonces se curarán nuestras heridas y brillará nuestra luz como la aurora. Amanecerá para nosotros una nueva vida.
† Mario De Gasperín Gasperín Obispo de Querétaro