El Card. Bergoglio en Buenos Aires habló con fuerza sobre los grandes temas sociales como la injusticia y la pobreza. Ahora que está al frente de la Iglesia universal, ¿continuará en la misma línea?
Como muestra la experiencia de los últimos pontificados, cada Papa va forjando su pensamiento y consolidando sus líneas de acción desde su época de obispo, como hemos podido observar –por citar sólo dos casos– en Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Lo mismo ocurre con el Papa Francisco. De manera que para conocer su pensamiento y para “predecir” las orientaciones maestras de su Pontificado es necesario saber un poco sobre actuación pastoral en la Arquidiócesis bonaerense.
En su época de obispo de la Capital argentina, Mons. Bergoglio con acciones –y no sólo con palabras– mostró una gran sensibilidad hacia la justicia social. En innumerables ocasiones, vistió las “villas miseria” para mostrar su cercanía a los más desfavorecidos de la sociedad; cercanía que también expresó mediante su austero tenor de vida (p. ej. viajaba en metro).
Y desde el púlpito, el Cardenal predicó tanto la importancia de la igualdad como la necesidad de todos de vivir desprendidos de los bienes materiales. Así, en el mensaje por la fiestas patrias del 2102, Mons. Bergoglio afirmó: “La justicia es la que alegra el corazón: cuando hay para todos, cuando uno ve que hay igualdad, equidad, cuando cada uno tiene lo suyo. Cuando uno ve que alcanza para todos, si es bien nacido, siente una felicidad especial en el corazón”
Y el futuro Papa advirtió de la situación opuesta a esa justicia: “Qué despreciable en cambio el que atesora solo para su hoy, el que tiene un corazón chiquito de egoísmo y solo piensa en manotear esa tajada que no se llevará cuando se muera. Porque nadie se lleva nada. Nunca vi un camión de mudanza detrás de un cortejo fúnebre. Mi abuela nos decía: ‘la mortaja no tiene bolsillos’ ” (Te Deum, 25 mayo 2012).
Con un gran sentido de los problemas de nuestra época, el entonces Cardenal supo poner atención al individualismo es que se ha ido desarrollando más y más en las sociedades occidentales y que constituye un gran obstáculo para la solidaridad cristiana.
Mediante una alegoría, el Obispo jesuita daba la alarma contra el individualismo: “La puerta cerrada es todo un símbolo de este hoy. Es algo más que un simple dato sociológico; es una realidad existencial que va marcando un estilo de vida, un modo de pararse frente a la realidad, frente a los otros, frente al futuro. La puerta cerrada de mi casa, que es el lugar de mi intimidad, de mis sueños, mis esperanzas y sufrimientos así como de mis alegrías, está cerrada para los otros. Y no se trata solo de mi casa material, es también el recinto de mi vida, mi corazón. Son cada vez menos los que pueden atravesar ese umbral. La seguridad de unas puertas blindadas custodia la inseguridad de una vida que se hace más frágil y menos permeable a las riquezas de la vida y del amor de los demás” (Mensaje, 1 octubre 2012).
Con estos gestos y estos mensajes, resulta ahora más fácil intuir por dónde irá el Pontificado de Francisco, que desde el inicio ha convivido con las personas menos favorecidas: visitó un cárcel para menores, celebró la Misa para los jardineros del Vaticano, etc.
La grandeza de Francisco consiste en la sinceridad de su predicación y de sus gestos, porque dice y realiza lo que predica. Se trata de una “sensibilidad vital” hacia los problemas del prójimo, a diferencia de la “sensibilidad” teórica de algunos activistas sociales.