Pbro. Mtro. Filiberto Cruz Reyes
Para Susi y Álvaro con gratitud
Hay situaciones en la vida de todos los días que nos hacen sentir en un callejón sin salida, ante una aporía. Una situación clásica es cómo explicar el mal en el mundo. En su Mensaje para la celebración de la XLIX Jornada Mundial de la paz este 1º de Enero, el Papa Francisco menciona algunas de estas situaciones: “las guerras y los atentados terroristas, con sus trágicas consecuencias, los secuestros de personas, las persecuciones por motivos étnicos o religiosos, las prevaricaciones”. Suele cuestionarse al que cree en Dios de la siguiente manera, con esta aparente aporía: Si Dios existe, si es bueno, si es todo poderoso ¿por qué entonces vemos el mal por doquier? ¿Por qué Dios lo permite o incluso será que lo quiere? Porque si Dios es bueno ¿por qué permite el mal? ¿por qué en realidad lo quiere? O no queriéndolo ¿por qué no lo impide, acaso porque no puede? Entonces Dios no sería bueno o no sería todopoderoso, porque aún no queriendo el mal sería incapaz de evitarlo. ¿Por qué la humanidad no encuentra la paz?
El Papa, en su Mensaje mencionado, nos da la respuesta de una manera sencilla y profunda: “la paz es don de Dios y obra de los hombres. La paz es don de Dios, pero confiado a todos los hombres y a todas las mujeres, llamados a llevarlo a la práctica”.
Decían los antiguos romanos ubi homo, ibi societas: donde existe el hombre, existe la sociedad. El cristiano tiene la profunda convicción convicción de que no podemos renunciar a vivir en comunidad; en palabras de Francisco: “como creaturas dotadas de inalienable dignidad, nosotros existimos en relación con nuestros hermanos y hermanas, ante los que tenemos una responsabilidad y con los cuales actuamos en solidariedad. Fuera de esta relación, seríamos menos humanos”. De ahí este fuerte llamado que como consecuencia nos hace: “no perder la esperanza en la capacidad del hombre de superar el mal, con la gracia de Dios, y a no caer en la resignación y en la indiferencia”. El concepto resignarse puede significar devolver un encargo que se ha recibido al renunciar; también, aceptar el sometimiento de la propia voluntad a otro o soportar alguna circunstancia, dolorosa generalmente. El ser humano no puede resignarse al mal. Para ello es necesario, dice Francisco ir “más allá de los intereses individualistas, de la apatía y de la indiferencia ante las situaciones críticas”. En otras palabras, el mal es la ausencia del bien, dirían los filósofos. Una ausencia que no nos es permitida, ni por egoísmo ni por ser pasivos; no podemos permitir el mal ni por acción ni por omisión, es el corazón del hombre donde esta batalla se libra todos los días del año nuevo que estamos iniciando. En la Bula con la cual Francisco ha convocado al año de la misericordia ya nos decía que no podemos caer “en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye” (cfr. MV 14-15); sí, la vida del hombre es una constante “agonía” (“lucha, batalla” literalmente). Una batalla no contra los semejantes, sino contra el mal, el pecado, contra ese instinto de dominio y sometimiento de los demás a nuestros propios intereses ¿Acaso no fueron militares muchos de los grandes santos? Un ejemplo de ello es San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, de los jesuitas. Ya el mismo nombre del grupo lo afirma y la historia da cuentas de su gran combatividad en la Iglesia y en el mundo.
La historia y la paz la construimos Dios y los hombres. Una historia no abierta a la trascendencia, a Dios, termina en un gran sinsentido, en una cierta frustración cuya gran tentación extrema es el suicidio; si sólo Dios hiciera la historia no seríamos más que títeres en sus poderosas manos; por eso Francisco nos exhorta a “no perder la esperanza en la capacidad del hombre de superar el mal, con la gracia de Dios, y a no caer en la resignación y en la indiferencia”. ¡Feliz y combativo año nuevo!