Introducción. La mesa de la Palabra lleva naturalmente a la mesa del Pan eucarístico y prepara a la comunidad a vivir sus múltiples dimensiones, que en la Eucaristía Dominical tienen un carácter de particular solemnidad.
1. En el ambiente festivo del encuentro de toda la comunidad en el «Día del Señor», la EUCARISTÍA se presenta, de un modo más visible que en otros días, como la gran «ACCIÓN DE GRACIAS», con la cual la Iglesia, llena del Espíritu, se dirige al Padre, uniéndose a Cristo y haciéndose voz de toda la humanidad. El ritmo semanal invita a recordar con complacencia los acontecimientos de los días transcurridos recientemente, para comprenderlos a la luz de Dios y darle gracias por sus innumerables dones, glorificándole «por Cristo, con Él y en Él, […] en la unidad del Espíritu Santo».
De este modo la comunidad cristiana toma conciencia nuevamente del hecho de que todas las cosas han sido creadas por medio de Cristo (cf. Col 1,16; Jn 1,3) y, en Él, que vino en forma de Siervo para compartir y redimir nuestra condición humana, fueron recapituladas (cf. Ef 1,10), para ser ofrecidas al Padre, de quien todo recibe su origen y vida. En fin, al adherirse con su «Amén» a la Doxología Eucarística, el Pueblo de Dios se proyecta en la fe y la esperanza hacia la meta escatológica, meta definitiva, cuando Cristo «entregue a Dios Padre el Reino […] para que Dios sea todo en todo» (1 Co 15,24.28).
Este movimiento «ascendente» es propio de toda Celebración Eucarística y hace de ella un acontecimiento gozoso, lleno de reconocimiento y esperanza, pero se pone particularmente de relieve en la Misa Dominical, por su especial conexión con el recuerdo de la Resurrección. Por otra parte, esta alegría «eucarística», que «levanta el corazón», es fruto del «movimiento descendente» de Dios hacia nosotros y que permanece grabado perennemente en la esencia Sacrificial de la Eucaristía, celebración y expresión suprema del misterio de la kénosis, es decir, del abajamiento y anonadamiento por el que Cristo «se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp 2,8).
2. En efecto, la Misa es la viva actualización del Sacrificio de la Cruz. Bajo las especies de pan y vino, sobre las que se ha invocado la efusión del Espíritu Santo, que actúa con una eficacia del todo singular en las palabras de la consagración, Cristo se ofrece al Padre con el mismo gesto de inmolación con que se ofreció en la Cruz. «En este Divino Sacrificio, que se realiza en la Misa, este mismo Cristo, que se ofreció a sí mismo una vez y de manera cruenta sobre el altar de la Cruz, es contenido e inmolado de manera incruenta». A su Sacrificio Cristo une el de la Iglesia: «En la Eucaristía el Sacrificio de Cristo es también el sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo».
Conclusión. Esta participación de toda la comunidad asume un particular relieve en el Encuentro Dominical, que permite llevar al altar la semana transcurrida con las cargas humanas que la han caracterizado, sus penas y alegrías, sus llantos y sonrisas.
Pbro. José Guadalupe Martínez Osornio Publicado en el semanario «Diócesis de Querétaro» del 25 de mayo de 2014