Hay cosas en la vida que se aprenden dentro de la familia.
En una ocasión, cierta familia había plantado en su jardín un árbol de guayabas. Cada año crecía y daba abundantes frutos. La familia compartía muchos de ellos a sus familiares, amigos, vecinos, etc. Un año, una persona convenció a sus miembros que en lugar de regalar aquella fruta, se debían hacer pequeñas bolsas y venderlas. Al año siguiente de la venta de las guayabas, aquel árbol dio escasos frutos. La familia entendió perfectamente la lección de vida: aprender a ser generosos con los demás.
La generosidad es una virtud que se aprende en la familia. Y consiste, no en dar aquello que sobra, sino compartir con los demás los bienes que Dios te ha dado. Cuando en el seno familiar se comprende que todo se ha recibido por gracia del Señor, entonces se convierten en administradores y no en propietarios de los bienes materiales.
Los padres son los primeros responsables de fomentar las virtudes en sus hijos. Estos últimos las aprenden principalmente por el testimonio que reciban en su casa.
La Sagrada Escritura nos muestra que Dios ha sido el más generoso con nosotros. Cuando una familia es generosa con los demás, Dios la bendice y la colma de bienes. Él no se deja ganar en generosidad. Cuando se da a manos llenas, se ensancha el corazón y se desprende uno de las cosas materiales para apegarse más a las espirituales.
Cuando nos cueste dar algo nuestro a los demás, debemos recordar que Dios ama al que da con alegría.
Pbro. Laureano López Saloma Publicado en el periódico «Diócesis de Querétaro» del 9 de noviembre de 2014