El libro La infancia de Jesús por fin llegó a nuestras librerías y después de tanto comentario, me lo he devorado con la misma rapidez que un lagarto a un sapo. Algunos al verlo expresaron sorpresa pues se ve delgado, no tan grueso como los anteriores. El libro tiene una fuerte impronta científica, nada de anécdotas piadosas. A mi modo de ver se trata de un brindis que una mente brillante nos ofrece dejándonos un concierto de sabiduría universal, pues su pensamiento echa mano de los textos bíblicos, lo mismo que de los autores clásicos como Virgilio o de científicos hodiernos como Rudolf Kilian o Gerhard Dellin.
Plantea los problemas con claridad y responde con rigurosa exactitud. Argumenta fuerte y no deja cabos sueltos. Sabe reconocer con candorosa sencillez aspectos que quedan aún sin resolver. El Papa se ha lucido, remata su producción literaria haciendo exégesis bíblica, crítica histórica, hermenéutica, al tiempo que desvela, sin pudor, su vena mística en la contemplación del misterio del niño Dios en Belén. Se pasea por el pensamiento de sus predecesores, como un cura por su iglesia. Al concluir he experimentado tristeza por los primeros comentarios que salieron al aire sobre la mula y el buey, auténticos rebuznos. Este libro hay que leerlo despacio, orando y contemplando.