Luis-Fernando Valdés
En cuestión de horas el Santo Padre se jubilará y se retirará a Castelgandolfo. Poco a poco irá desapareciendo de la escena pública. ¿Te has preguntado por cuál de sus cualidades será recordado a lo largo de la historia el Papa Joseph Ratzinger?
Como sucede después la muerte de un personaje, se le evoca por una de sus cualidades más características. Así Juan Pablo I es conocido como el “Papa de la sonrisa”, y Juan Pablo II como el “Papa viajero”. Posiblemente el epíteto de Benedicto XVI sea el “Papa humilde”.
Para algunos esto puede resultar paradójico, porque el prestigio personal de este gran teólogo y obispo es muy grande y la palabra “humildad” evoca casi lo contrario. Como si grandeza y humildad fueran antagónicas. Pero en Joseph Ratzinger ambas van de la mano.
En alguna entrevista, el card. Joachim Meisner, Arzobispo de Colonia, dijo sobre Benedicto XVI: “Es inteligente como doce profesores y piadoso como un niño de primera comunión.” Además, este Cardenal también afirmó que “el Santo Padre es entre los teólogos como Mozart entre los músicos. Su teología es verdadera y es bonita. Es como la música de Mozart.”
La humildad del Santo Padre no consiste en que carezca de cualidades, sino que en que ha puesto sus talentos para servir a la Iglesia. El Papa alemán ha tenido una brillante trayectoria de servicio eclesial. A los 50 años de edad, fue ordenado Obispo de Munich y Frisinga en marzo de 1977, y un mes después fue creado Cardenal por Pablo VI.
Juan Pablo II lo llamó para colaborar en la Curia romana, y le pidió presidir la Congregación para la Doctrina de la Fe, la cual vela por la ortodoxia doctrinal de la Iglesia. Estuvo al frente de la comisión redactora del Catecismo de la Iglesia Católica y, por su discreta eficacia fue nombrado para otros cargos en la Curia.
Por si fuera poco, el teólogo Ratzinger ha recibido ocho doctorados “honoris causa” por universidades de Europa y de América. Y el reconocimiento anual de la Santa Sede a los mejores teólogos y humanistas lleva el nombre de “Premio Ratzinger”, conocido también como el “Premio Nobel” de la teología.
Sin embargo, Benedicto XVI no considera sus talentos como el centro de su personalidad. Cuando en 2005 fue elegido Papa, en sus primeras palabras fueron para reconocerse “un simple y humilde trabajador de la viña del Señor.” Y añadió “me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con instrumentos insuficientes” (Mensaje, 19.abril.2005).
El Santo Padre también nos manifestó su humildad cuando, en diciembre de 12012 perdonó a su ex mayordomo Paolo Gabriele, quien fue condenado a 18 meses de prisión por el caso llamado “Vatileaks”, o seas, por robar y filtrar documentos reservados del Pontífice.
Quizá la muestra más grande de humildad fue su renuncia al Solio Pontificio, reconociendo que “por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”. Con sencillez admitió que “para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado” (Declaratio, 11.feb.2013).
Estos son los dos rasgos por los que posiblemente el Santo Padre sea recordado: poseer grandes talentos y ponerlos al servicio de Dios y de los demás. La grandeza de Benedicto es su humildad y su humildad lo ha hecho un grande del historia de la Iglesia contemporánea.
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