(Ars longa, vita brevis) A muchos especialistas en derecho les parece algo sorprendente que en Derecho canónico (el derecho de la Iglesia) los poderes ejecutivo, legislativo y judicial los ostente la misma persona: el Obispo y el Romano Pontífice; esto porque en las democracias modernas están divididos para garantizar un sano equilibrio. En derecho canónico la interpretación de la norma la hace el legislador, en otros sistemas jurídicos, como el de nuestra Patria, la interpretación de la ley la hace el Poder Judicial Federal.
La Iglesia explica su pensamiento por el concepto de “comunión” entre otros, pues es la Palabra de Dios la que sustenta tanto los principios teológicos como jurídicos, y es esta Palabra la que indica que la “salvación de las almas” es la suprema ley de la Iglesia; es decir, la autoridad en la Iglesia no puede querer para los súbditos cosa distinta a la que ella aspira, esto hace que tenga instancias de diálogo y participación en los que al final recoge el consenso y se pronuncia en cumplimiento de su oficio. Dice la escritura “Santifícalos en la verdad; tu Palabra es la verdad” (Jn 17, 17). Esto lo dice Jesucristo en el contexto de la última cena, y Él mismo se santifica a través del sacrificio de la cruz; es decir, él muere por estar en la verdad; Pilato le preguntó qué cosa es la verdad y Él calló. ¿Qué es la verdad que hay quien es capaz de morir por ella y quien puede matar para que la verdad no aparezca?
En este México nuestro parece imposible reflexionar sosegadamente los acontecimientos, pues se suceden uno tras otro con tal vértigo que la reflexión parece no tener oportunidad, a eso hay quien le apuesta.
En días recientes México ha dicho adiós a grandes personajes de la cultura y las letras, entre ellos a Vicente Leñero, autor polifacético. En una de sus obras, afirma el periodista: “le faltaba eso que se ve siempre en un periodista nato: carácter, inventiva, empuje, agallas de buen periodista” (La vida que se va. Alfaguara, México 2013, p. 12). Es cierto, es una novela, sin embargo la escribe un periodista, ese que tantos han elogiado por su coherencia e integridad, el que dio las batallas por decir la verdad aún a costa del precio que pagó.
Por otra parte, esta semana que termina, en el contexto de su Informe Anual de Labores, el Ministro presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Juan N. Silva Mesa afirmó acerca de los acontecimientos lamentables que México ha vivido, también más allá de sus fronteras, “son motivo de dolor nacional y de profunda indignación, dentro y fuera de nuestras fronteras: violaciones graves a derechos fundamentales, cometidas por quienes deberían brindar seguridad a la población. Nuestra nación se encuentra afectada y no será el transcurso del tiempo, ni el silencio de las instituciones, lo que permita superar la adversidad” (http://www.jornada.unam.mx/ultimas/2014/12/11/asiste-pena-nieto-al-informe-del-presidente-de-la-corte-876.html). Esto lo pronunció delante del jefe del Ejecutivo, si bien es cierto que es el poder Judicial quien parece que tiene consigna de legislar a golpe de sentencias.
Sí, fue ese Vicente Leñero, en su decir, el testigo de frases referentes a la verdad, como “No pago para que me peguen”, o “¿Cómo trascender a Julio Scherer?” (Proceso N° 1988); es el mismo Leñero que no tuvo toda la verdad (solo Dios la tiene) el que nos deja su testimonio, no del llamado “Cuarto poder” (la prensa, también susceptible de corromper), sino de esa fuerza interior que Dios ha puesto en nuestro interior, la verdad, y que no podemos eludir; como católico no vergonzante lo sabía.
Pbro. Filiberto Cruz Reyes Publicado en el periódico «Diócesis de Querétaro» del 14 de diciembre de 2014