Alocución en la Peregrinación de Consejos Parroquiales de Pastoral al Santuario de Nuestra Señora de los Dolores de Soriano.
1. Es un hecho que el sacerdote se encuentra con frecuencia, en su labor pastoral, como en un estado de equilibrio inestable y hasta de perplejidad, al no saber qué movimientos o grupos apostólicos atender, a cuáles darles preferencia y qué hacer con la gran población de la parroquia. No es remoto que opte por alguna solución parcial, haciendo a un lado a grupos o movimientos menos redituables pastoral o afectivamente, y se dedique sólo a la atención de algunos, o prefiera atender, casi en exclusiva, a la gran comunidad, generalmente dispersa en diversos poblados. Esto depende del tipo de parroquia, según se trate de una rural o de una citadina, del centro de la ciudad o de la periferia. Así se crea un cierto desequilibrio, no sólo en la marcha de la parroquia, sino hasta en la estabilidad anímica del sacerdote. La pregunta que suscita esta situación es la siguiente: ¿A quién atender, o a quién dar preferencia, a los movimientos y grupos apostólicos o a la gran comunidad parroquial? Este planteamiento es también válido para las parroquias donde existen comunidades religiosas y otras instituciones que gozan de cierta autonomía, como son los colegios. Ahora no nos vamos a referir a éstas, aunque no dejan de hacer más compleja la pastoral parroquial, sino sólo a los grupos y movimientos apostólicos parroquiales.
2. Hay que recalcar, en primer lugar, que la legitimidad de los movimientos y grupos apostólicos en la parroquia (y en la Iglesia) no están a discusión ni al arbitrio de nadie; tienen plena legitimidad y es un derecho de los fieles asociarse para vivir de acuerdo al “carisma” que han recibido. Nadie en la Iglesia puede “apagar” el Espíritu, sino que debe más bien cultivarlo y discernirlo, de modo que contribuya al “bien común”, para la “edificación de la Iglesia”: Todo carisma es necesariamente eclesial, o no es carisma, y debe recibirse con humildad y gratitud, y cultivarse con esmero.
3. Por otra parte, no hay que perder de vista que la salvación de Dios por medio de la Iglesia es para todos. Que la Iglesia es sacramento universal de salvación e instrumento de unidad de todo el género humano (cf. LG. 1), porque Jesucristo es el Salvador del hombre y de todos los hombres. Si la salvación es para todos, el primer destinatario de la acción pastoral es el pueblo de Dios, llamado a ser “iglesia”, “comunidad de salvación” en cuanto la recibe y debe comunicarla a los demás; pues, enseña el concilio, “fue voluntad de Dios santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara de verdad y le sirviera santamente” (LG 9). Por eso de dice que la salvación es eclesial.
4. En la parroquia se ofrece a los fieles todo lo necesario para su salvación; esto es posible en cuanto la parroquia está y permanece integrada a la Iglesia diocesana, presidida por un sucesor de los apóstoles y así en comunión con la Iglesia universal. Por eso en la diócesis se hace presente y actúa la “una, santa, católica y apostólica Iglesia de Jesucristo”. Así, “la parroquia es una concretacommunitas fidelium, constituida establemente en el ámbito de una Iglesia particular, y cuya cura pastoral es confiada a un párroco como pastor propio, bajo la autoridad del Obispo diocesano” (c. 515 &1). La relación íntima de la parroquia con la comunidad diocesana y con su Obispo es la que le garantiza a ésta su pertenencia a la Iglesia universal y la legitimidad de su apostolado y de su misión.
5. Una consecuencia importante de esta verdad es que “la comunitas christifidelium, en la noción de parroquia, constituye el elemento esencial básico, de carácter personal, y, con tal expresión, se quiere subrayar la relación dinámica entre personas que, de manera determinada, bajo la guía indispensable de su pastor, la componen”, dice la Instrucción de la Congregación para el Clero titulada: “El Presbítero, Pastor y Guía de la Comunidad parroquial” (2002). Esto quiere decir que la “comunidad parroquial” es un componente esencial de la parroquia al que el párroco debe atender y, por ningún motivo, descuidar. No puede existir la parroquia sin comunidad de fieles. La “comunidad de fieles” o “comunidad parroquial” es la prioridad pastoral del párroco. Él tiene bajo su encomienda y responsabilidad personal, como pastor propio, a todos y a cada uno de los fieles que integran la parroquia (generalmente dentro de un territorio), incluso a los que no creen.
6. Los movimientos y grupos apostólicos necesariamente forman parte de esta “comunidad parroquial”, de lo contrario no serían eclesiales ni católicos. El punto clave es ahora ver si estos movimientos y grupos se perciben y actúan “dentro” de la Iglesia (integrados en la comunidad) o “como” Iglesia (sintiéndose parte de ella) o, quizá, como alternativa a la misma (pequeña eclesiola) o, lo que es más común, “al margen” de la Iglesia (iglesia paralela). Para evitar este dislate teológico y pastoral, debemos recordar que la Diócesis se constituye como un “coetus fidelium, es decir, como una reunión de fieles entre los cuales tiene lugar preferente la parroquia” (SC, 42), y desde allí se construye la Iglesia local y la parroquia, donde el primado lo tiene el pueblo de Dios. Por tanto, los grupos y movimientos apostólicos deben integrarse a la gran comunidad parroquial dentro de la comunidad diocesana.
7. Frecuentemente la parroquia se describe como “comunidad de comunidades”; esto es aceptable y hasta deseable, siempre y cuando esas “comunidades” se entiendan como comunidades parciales, integradas a la comunidad parroquial, que es de índole “sacramental” y teológica, porque sólo la parroquia tiene la Eucaristía y al sacerdocio. El párroco es el pastor de toda la comunidad parroquial, no de cada comunidad menor y por separado. Lo mismo vale de los movimientos y grupos apostólicos. Cada parroquia “está fundada en una realidad teológica, porque ella es una comunidad Eucarística, lo cual significa que es una comunidad idónea para celebrar la Eucaristía, en la que se encuentran la raíz viva de su edificación y el vínculo sacramental de su existir en plena comunión con toda la Iglesia. Toda idoneidad radica en ser la parroquia una comunidad de fe y una comunidad orgánica, es decir, constituida por los ministros ordenados y por los demás cristianos, en la que el párroco –que representa al Obispo diocesano- es el vínculo jerárquico con toda la Iglesia particular” (CFL, 26).
8. La función de guiar a la comunidad como pastor, propia del párroco, radica en su asimilación a Cristo, sacerdote, cabeza y pastor de su Iglesia y, por tanto, es función de carácter sacramental. Sólo Cristo tiene autoridad para convocar, para decir “vengan a mí” y “escúchenme”. El sacerdote sólo lo hace en su nombre y con su autoridad. Por eso, en la parroquia, Cristo se hace presente en la persona del sacerdote y en el misterio de la Eucaristía, junto con los demás sacramentos y en su santa palabra. Es esta centralidad de Cristo la que hace de la parroquia una auténtica comunidad de fieles y su máxima expresión es la celebración de la Misa dominical: “Entre las numerosas actividades que desarrolla la parroquia ninguna es tan vital o formativa para la comunidad como la celebración dominical del día del Señor y de su Eucaristía” (Dies Domini, 35). Sin Eucaristía dominical no hay vida cristiana ni comunidad parroquial. Nada podrá suplirla jamás. Los movimientos y grupos apostólicos aquí tienen su fuente primaria de espiritualidad, su vida y vigor.
9. La parroquia es “comunidad orgánica”. En vivir y hacer vivir esta realidad maravillosa y misteriosa consiste el “arte de la pastoral”, que no es más que la “espiritualidad de comunión” propia del Cuerpo místico de Cristo. La Instrucción citada la describe así: “Toda la vida de la parroquia, así como el significado de sus tareas apostólicas ante la sociedad, deben ser entendidos y vividos con un sentido de comunión orgánica entre el sacerdocio común y el sacerdocio ministerial, y por tanto, de colaboración fraterna y dinámica entre pastores y fieles en el más absoluto respeto de los derechos, deberes y funciones ajenos, donde cada uno tiene sus propias competencias y su propia responsabilidad” (No. 18). Así se evitará tanto “el autoritarismo extemporáneo como modalidades de gestión democratizante ajenas a la realidad más profunda del ministerio” (Ibid.).
10. La función propia de los movimientos y grupos apostólicos es vivir su carisma “para la edificación de la Iglesia” y, tratándose de la parroquia, para la construcción de la comunidad parroquial. Ningún carisma tiene un valor absoluto, sino relativo “a la comunidad”, como los miembros respecto de la totalidad del cuerpo. Esto deben entenderlo los movimientos y grupos apostólicos. Pero, al mismo tiempo, como los miembros conforman al cuerpo y éste no gozaría de integridad ni de funcionalidad sin ellos, así los carismas son indispensables para la edificación y el enriquecimiento de la parroquia. Y no sólo esto, sino que cada carisma es un don particular, diverso a los demás; debe, por tanto, enriquecer al cuerpo eclesial con su don propio y particular. La mano enrique al cuerpo como mano, no como pié; su aporte es ser siempre mano y no transformarse en pié. Una parroquia sin carismas, sin grupos y sin movimientos apostólicos sería una comunidad monolítica y apagada. Esto debe tenerlo presente el párroco y cultivar la variedad en la unidad. Así lo exige la eclesiología y espiritualidad de comunión o comunión orgánica. Esto puede y debe dar origen a una rica variedad de dones y ministerios en las parroquias y en las diócesis, adquiriendo cada una su propia identidad dentro de la superior unidad, como aparecen las diversas iglesias en en el Nuevo Testamento, de modo que la esposa del Cordero se vea engalanada con la multiforme riqueza del Espíritu.
11. Si la parroquia es una realidad teológica fundada en la Eucaristía y en el sacramento del Sacerdocio de Cristo, necesariamente la celebración de la Eucaristía será su expresión litúrgica y sacramental privilegiada como lo recomienda el Concilio, cuando recuerda que el “sentido de comunidad parroquial se manifiesta sobretodo en la celebración de la Eucaristía dominical” (cf. SC. 42), pues es la Eucaristía la que “edifica a la Iglesia” y construye la comunidad parroquial. Este es el gran desafío de toda parroquia: Hacer que tanto la comunidad parroquial como los alejados lleguen a percibir la presencia salvadora de Dios en medio de su pueblo. Ésta es la fuente primaria de vida cristiana y de santificación tanto para el sacerdote como para todos los fieles y, desde luego, para los movimientos y grupos apostólicos. De aquí debe partir la renovación parroquial, porque “sin el culto eucarístico, como su corazón palpitante, la parroquia se vuelve estéril” (Juan Pablo II, 23-XI-2001)- La santa Eucaristía es la fuente vitalizadota y renovadora de la comunidad parroquial.
12. Además de la celebración de la Eucaristía dominical, los movimientos y grupos apostólicos, como también los demás fieles, tienen como auxilios ordinarios de vida cristiana y santificación la Misa diaria y la homilía del sacerdote, la celebración de la Liturgia de las Horas, la Lectio divina y recurso a la sagrada Escritura, la adoración y bendición con el Santísimo Sacramento, las prácticas piadosas como el santo Rosario, el Víacrucis, etcétera. Es evidente que también necesitan la guía autorizada y el cuidado pastoral y paternal de su párroco para alimentar y encauzar debidamente su propio carisma y hacerlo fructificar; pero lo anterior no se debe descuidar, sino aprovechar. Los movimientos y grupos apostólicos, así como la vida consagrada, deben no sólo considerarse sino experimentarse como “un don del Padre del cielo a la Iglesia mediante el Espíritu”, como decía el Papa Juan Pablo II. Las fuerzas centrípetas y centrífugas que se dan en la comunidad, son para infundir vitalidad y dinamismo, no para crear fatiga ni mucho menos enfrentamiento a la comunidad parroquial.
13. Finalmente, la función del Consejo Pastoral en la parroquia debe ser el de representar esta riqueza y, mediante su consejo y sabiduría, auxiliar al párroco para que el funcionamiento de los dones y carismas se exprese mejor dentro de la comunión orgánica y se viva la espiritualidad de comunión. El Consejo Parroquial no es para que cada uno vaya a defender su propia bandera, sino para mostrar cómo el Espíritu enriquece y adorna a la Esposa de Cristo en su parroquia. Para esto es necesario tener presente, como nos recuerda el Papa Juan Pablo II, que “no es la comunidad quien se da a sí misma el sacerdote, sino que, por medio del obispo, le viene del Señor. Reafirmar esto con claridad y desempeñar esta función con humilde autoridad constituye un servicio indispensable a la verdad y a la comunión eclesial. La colaboración de otros que no han recibido esta configuración sacramental con Cristo es de desear y, a menudo, resulta necesaria. Sin embargo, éstos de ninguna manera pueden realizar la tarea de pastor propia del párroco… El párroco cuenta ciertamente con la ayuda de los organismos de consulta previstos por el Derecho (cf. cc. 536-537); pero éstos deberán mantenerse fieles a su finalidad consultiva. Por tanto, será necesario abstenerse de cualquier forma que, de hecho, tienda a desautorizar la guía del presbítero párroco, porque se desvirtuaría la fisonomía misma de la comunidad parroquial” (Instrucción, Nº 5).
14. De este modo, la parroquia aparecerá como un nuevo y viviente cenáculo, donde el Espíritu Santo reparte sus dones y todos escuchan, cada uno en su propia lengua, el mensaje de los Apóstoles en comunión con la Madre de Jesús, y quedan llenos del fuego sagrado de Pentecostés, para ser testigos de Cristo “hasta los últimos confines de la tierra”.
Santuario de Nuestra Señora de los Dolores de Soriano,
Colón, Qro., Febrero 7 de 2007.
† Mario De Gasperín Gasperín Obispo de Querétaro