El cine mexicano en su época de oro nos dejó no solo imágenes imborrables, sino también miles de palabras bellas, llenas no solo de sentido literario sino también verdades a trasluz. Un ejemplo entre tantos es el de cierta película cuyo nombre no quiero recordar, pero de la cual la protagonista llega apresurada al templo en horas que este se está cerrando y el sacristán le dice: -Señora el templo ya está cerrado. A lo que ella responde: “No sabía que la Casa de Dios, tuviera puertas”.
Sabias palabras ante una realidad de ayer y de hoy, y es que no se refiere a las iglesias que solo se abren a la hora de Misa y luego se cierran, si no aquellas que están siempre cerradas para ciertos visitantes, porque no cabe duda, en nuestras comunidades de fe siempre hay celosos católicos que cierran el paso a los que consideran impuros o no aptos de presentar el alma desnuda ante el Señor. Nuevos fariseos vestidos de aparente pulcritud, de almas llenas de tradiciones viejas, pero faltas de esperanzadora misericordia. Cercanos al rito celoso inmaculado, pero alejados del Espíritu que mueve todos los ritos que celebramos.
La casa de Dios ciertamente no tiene puertas ni ventanas ni límites catastrales, es todo espacio y toda libertad, es todo cielo y toda tierra, es todo momento y toda luz en el corazón de los que viven oscuridades, que somos todos, pues quien más, quien menos, llevamos nuestras oscuridades muchas veces disfrazadas de luz.
Jesús Maestro en el Evangelio nos enseña que a Dios se le encuentra en Espíritu y Verdad, ante una samaritana celosa de su espacio de encuentro y culto; el Mesías aclara, este espacio que no es espacio sino el todo que Dios habita y donde le podemos encontrar. La verdadera tarea del apóstol de hoy y de siempre es mostrarnos el camino, mas no es poniendo obstáculos como llegamos a esa casa de puertas abiertas solo desde la actitud y rostro que Jesús nos reveló de su Padre: la Misericordia, podemos llegar seguros al abrazo del Padre que siempre espera a que sus hijos regresen al regazo del cual un día se marcharon.
Me preguntaba un pequeño al darme la paz en el Domingo: ¿es verdad lo que dice mi abuela, que al padrecito no se le saluda en la Misa? Porque yo quiero saludarte. Le respondí seguro: -No solo puedes saludarme, dame el beso de la Paz.
No terminaba de decirlo cuando ya sentía el beso inocente de hijo al padre en la mejilla, y es que cuando te llaman todos padre y no lo ejerces desde la cercana caridad del alma que se asoma al corazón de los otros, que lejos estaríamos de percibir este título que nos rebasa, pero que diario nos exige a ser uno en todos y todos en el corazón sacerdotal de puertas abiertas, sin horarios, sin esquemas, sin agendas, simplemente en la tierra una casa sin puertas ni ventanas una casa siempre abierta.
Definitivamente que frase tan cierta y tan necesaria a ser gritada desde las azoteas: “La Casa de Dios no tiene puertas”.
Con mis pobres oraciones, necesitado siempre de las vuestras.
Pbro. José Rodrigo López Cepeda Publicado en el periódico «Diócesis de Querétaro» del 19 de octubre de 2014