Este es el título con que Jesús se presenta a Saulo en la camino de Damasco al ser derribado por el esplendor del Resucitado: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues”. Un “yo” y un “tú” frente a frente; Jesús frente a Saulo; Jesús, el perseguido, frente a Saulo, el perseguidor”. Saulo había oído hablar de Jesús y lo consideraba traidor a su pueblo, pues anunciaba la formación de un “nuevo Israel”, la Iglesia, heredera de las promesas divinas. Esto era, para el fariseo Saulo, una blasfemia, pues Dios era fiel a su pueblo. Dios había sellado con Abraham, con Moisés y con David una “alianza eterna”. Los discípulos de Jesús, continuadores de su doctrina y de su obra, eran un peligro para Israel; por eso, confiesa sincero: “perseguía a la Iglesia de Dios y la arrasaba” (Gal 1, 13).
Pero “quiso Dios, por su misericordia, revelarme a su Hijo, para que lo anunciara a los paganos” (V. 16), dirá después lleno de gratitud y de firmeza. El Jesús a quien Saulo –ahora convertido en Pablo- perseguía, era la Iglesia de Dios. Jesús le revela su presencia misteriosa en la persona de cada uno de sus discípulos. Los cristianos son miembros vivos del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. El mismo Pablo dirá que sus sufrimientos completan la pasión de Cristo. Tarde o temprano, todo perseguidor de la Iglesia tendrá que encontrarse cara a cara con Jesús.
Jesús sigue padeciendo en sus discípulos, comenzando por los apóstoles Pedro y Pablo, como señala el papa Clemente Romano en su primera Carta a los Corintios. Dice: “Por emulación y envidia fueron perseguidos los que eran las máximas columnas de la Iglesia y sostuvieron combate hasta la muerte… Pedro, quien por inicua emulación, hubo de soportar no uno ni dos sino muchos trabajos y así, después de dar su testimonio, marchó al lugar de la gloria que le era debido… Por envidia y rivalidad mostró Pablo el galardón de la paciencia. Después de haber enseñado a todo el mundo la justicia,… salió de este mundo y marchó al lugar santo” (No. V). La persecución suele comenzar por la traición de los amigos y concluir en las manos de los enemigos. Es el gran misterio que esconde el corazón humano. Y el plan de Dios.
† Mario De Gasperín Gasperín Obispo de Querétaro