1. En la vida de la Iglesia el Sacramento de la Eucaristía ocupa el mismo lugar importante y central que el acontecimiento del Calvario en la obra de nuestra Redención. Todo deriva de allí y allí confluye como punto culminante del Misterio de nuestra Salvación.
La Misa es un Sacrificio porque en ella voluntariamente Jesús, el Hijo de Dios hecho Hombre, se ofrece al Padre por su Iglesia, elevándola con Él, por Él y en Él hasta la plenitud del Misterio Trinitario, y haciendo descender sobre ella los frutos de su inmolación. La Misa y el Calvario son el único y eterno Sacrificio con el cual glorificamos a Dios y reparamos nuestros pecados.
2. Los sacrificios del Antiguo Testamento no eran suficientes, por sí mismos, ni para expiar los pecados ni para glorificar a Dios. ¿Cómo podría la criatura pecadora satisfacer a la Justicia de Dios? ¿Cómo podrían glorificar a Dios perfectamente quienes, aún, no habían recibido la perfecta Revelación de la Grandeza Infinita?
Dios rechazó los antiguos sacrificios y realizó con su poder inconmensurable un milagro extraordinario de justicia y de misericordia, de sabiduría y de amor. Las víctimas ya no serán los ganados o los frutos de la tierra, sino su mismo Hijo Divino quien se ofrendará en Sacrificio. En el Calvario, Jesús –Víctima Purísima, capaz de ofrendar una satisfacción de valor infinito– ofreció a Dios una expiación plena y sobreabundante por el pecado y, al mismo tiempo, le tributó una glorificación perfecta, ya que el conocimiento de la Majestad de Dios se hizo divino en Jesús y (la kénosis) el anonadamiento del Dios-Hombre llegó hasta las profundidades del dolor y de la muerte.
3. Podemos considerar llenos de admiración y gratitud a: ¡Dios que muere para glorificar a Dios! Jesús, el Verbo Eterno hecho Hombre, conociendo la inefable perfección de esta glorificación suprema, de este acto de adoración y reparación de valor infinito, SE INMOLA con un amor inmenso.
Por eso, una vez realizado el Divino Misterio, la excelencia de un Sacrificio Único, determinó y tuvo a bien cristalizarlo y hacerlo permanente. Jesús, nuestro Redentor, realiza este prodigio en cada Misa. La Misa no es un Sacrificio distinto del Calvario, porque el Sacrificio del Calvario es único, ocurrió en el tiempo pero por voluntad divina permanece en la eternidad. “El Misterio Pascual de Cristo se celebra, no se repite; son las celebraciones las que se repiten; en cada una de ellas tiene lugar la efusión del Espíritu Santo que actualiza (hace presente) el Misterio” (Catecismo de la Iglesia Católica 1104).
La Misa es Cristo Sacerdote y Víctima, en su Único y Eterno Sacrificio del Calvario. Ahora en medio de nosotros para darnos la oportunidad de contemplarlo con los ojos de la fe.
CONCLUSIÓN
La Misa no es sino el mismo Sacrificio del Calvario. La Misa es la celebración del Primer Viernes Santo actualizada en este lugar y tiempo. Aquí estamos inmersos en un Misterio enormemente profundo y, a la vez, grandemente consolador: pues nos encontramos presentes en el instante eterno de la Muerte del Señor, y Él nos quiere unidos con Él.
Cuando explica este punto Santo Tomás de Aquino indica: “TODO EL MISTERIO DE NUESTRA SALVACIÓN, AQUÍ SE ENCIERRA” (Suma Teológica III, q. 83, a. 4).
Pbro. José Guadalupe Martínez Osornio Publicado en el periódico «Diócesis de Querétaro» del 31 de agosto de 2014