Santa Iglesia Catedral, 05 de mayo de 2019.
El día 05 de mayo de 2019, en la Santa Iglesia Catedral se celebró la Santa Eucaristía que fue presidida por Mons. Faustino Armendáriz Jiménez, Obispo de la Diócesis de Querétaro, y concelebrara por Pbro. Rafael Gavidia Arteaga, Pbro. José Luis López Gutiérrez, Pbro. Francisco Gavidia Arteaga y M.I. Sr. Cango. J. Guadalupe Martínez Osornio, Rector de la Catedral. A la cual asistieron los miembros de los movimientos Apostólicos de nuestra Diócesis, entre ellos el Movimiento Llama de Amor, al M.F.C, entre otros. Cabe mencionar que esta celebración dio inicio con la aspersión de agua bendita a la asamblea reunida para recordar el agua de nuestro bautizo. Al iniciar Mons. Faustino da la bienvenida a los movimientos que asistieron en esta ocasión para ser enviados como misioneros, para ir de casa en casa a ejemplo de Jesús. Y en su Homilía Mons. Faustino les compartió: “Hemos escuchado de la narración de la tercera aparición de Jesús Resucitado, a los discípulos en la orilla del lago de Galilea y que nos describe, la pesca milagrosa es la vida cotidiana, tras una noche de pesca las redes estaban vacías, y en cierto sentido estas redes representan el balance de su experiencia con Jesús, lo habían conocido, lo habían dejado todo para seguirlo, llenos de esperanza y ahora lo habían visto resucitado y esto ha sido un sueño pero Jesús les dice que no, por su presencia”.
En su Homilia Completa Mons Faustino les dijo: «Estimados hermanos y hermanas todos en el Señor. Con alegría les saludo a todos en el Señor, gozosos de celebrar durante este tiempo de pascua, el triunfo del Señor resucitado, mediante el cual los bautizados “hemos podido recuperar la gracia de la adopción filial” y así, al vernos renovados y rejuvenecidos, regocijarnos siempre en el Señor (cf. OC, MR, p. 360).
Saludo a los movimientos asistólicos que el día de hoy están presentes en esta Catedral, para celebrar en comunión la fe y aprovechar la gracia de la Indulgencia Plenaria que el Año Jubilar Mariano nos regala.
El Evangelio de hoy narra la tercera aparición de Jesús resucitado a los discípulos a orillas del lago de Galilea, con la descripción de la pesca milagrosa (cf. Jn 21, 1-19). El relato se sitúa en el marco de la vida cotidiana de los discípulos, que habían regresado a su tierra y a su trabajo de pescadores, después de los días tremendos de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Era difícil para ellos comprender lo que había sucedido. Pero, mientras que todo parecía haber acabado, Jesús va nuevamente a «buscar» a sus discípulos. Es Él quien va a buscarlos. Esta vez los encuentra junto al lago, donde ellos habían pasado la noche en las barcas sin pescar nada. Las redes vacías se presentan, en cierto sentido, como el balance de su experiencia con Jesús: lo habían conocido, habían dejado todo por seguirlo, llenos de esperanza… ¿y ahora? Sí, lo habían visto resucitado, pero luego pensaban: «Se marchó y nos ha dejado… Ha sido como un sueño…».
He aquí que al amanecer Jesús se presenta en la orilla del lago; pero ellos no lo reconocen (cf. v. 4). A estos pescadores, cansados y decepcionados, el Señor les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis» (v. 6). Los discípulos confiaron en Jesús y el resultado fue una pesca increíblemente abundante. Es así que Juan se dirige a Pedro y dice: «Es el Señor» (v. 7). E inmediatamente Pedro se lanzó al agua y nadó hacia la orilla, hacia Jesús. En aquella exclamación: «¡Es el Señor!», está todo el entusiasmo de la fe pascual, llena de alegría y de asombro, que se opone con fuerza a la confusión, al desaliento, al sentido de impotencia que se había acumulado en el ánimo de los discípulos. La presencia de Jesús resucitado transforma todas las cosas: la oscuridad es vencida por la luz, el trabajo inútil es nuevamente fructuoso y prometedor, el sentido de cansancio y de abandono deja espacio a un nuevo impulso y a la certeza de que Él está con nosotros.
Desde entonces, estos mismos sentimientos animan a la Iglesia, la Comunidad del Resucitado. ¡Todos nosotros somos la comunidad del Resucitado! Si a una mirada superficial puede parecer, en algunas ocasiones, que el poder lo tienen las tinieblas del mal y el cansancio de la vida cotidiana, la Iglesia sabe con certeza que en quienes siguen al Señor Jesús resplandece ya imperecedera la luz de la Pascua. El gran anuncio de la Resurrección infunde en el corazón de los creyentes una íntima alegría y una esperanza invencibles. ¡Cristo ha verdaderamente resucitado! También hoy la Iglesia sigue haciendo resonar este anuncio gozoso: la alegría y la esperanza siguen reflejándose en los corazones, en los rostros, en los gestos, en las palabras. Todos nosotros cristianos estamos llamados a comunicar este mensaje de resurrección a quienes encontramos, especialmente a quien sufre, a quien está solo, a quien se encuentra en condiciones precarias, a los enfermos, los
refugiados, los marginados. A todos hagamos llegar un rayo de la luz de Cristo resucitado, un signo de su poder misericordioso.
No guardemos para nosotros el estupor y la alegría de saber que el Señor está vivo. Salgamos a los cuatro puntos cardinales y gritemos a los cuatro vientos que el Señor ha resucitado. Como recientemente nos ha dicho el Papa Francisco “Jesús ha resucitado y nos quiere hacer partícipes de la novedad de su resurrección. Él es la verdadera juventud de un mundo envejecido, y también es la juventud de un universo que espera con «dolores de parto» (Rm 8,22) ser revestido con su luz y con su vida. Cerca de Él podemos beber del verdadero manantial, que mantiene vivos nuestros sueños, nuestros proyectos, nuestros grandes ideales, y que nos lanza al anuncio de la vida que vale la pena” (Christus vivit, 32).
La Iglesia de Cristo siempre puede caer en la tentación de perder el entusiasmo porque ya no escucha la llamada del Señor al riesgo de la fe, a darlo todo sin medir los peligros, y vuelve a buscar falsas seguridades mundanas. Son precisamente los jóvenes quienes pueden ayudarla a mantenerse joven, a no caer en la corrupción, a no quedarse, a no enorgullecerse, a no convertirse en secta, a ser más pobre y testimonial, a estar cerca de los últimos y descartados, a luchar por la justicia, a dejarse interpelar con humildad. Ellos pueden aportarle a la Iglesia la belleza de la juventud cuando estimulan la capacidad «de alegrarse con lo que comienza, de darse sin recompensa, de renovarse y de partir de nuevo para nuevas conquistas (Christus vivit, 37).
Queridos hermanos, esto será posible solamente si como Pedro respondemos a la triple pregunta del Señor. Hagamos esto una realidad, respondiéndole al Señor: «Señor, tú lo sabes todo; tu bien sabes que te quiero». “La premisa del discipulado es el amor al Resucitado, cuanto más vivo sea más intensa será la misión. Para redescubrir el amor, es necesario volver al origen, a nuestra Galilea, donde empezaron los grandes sueños y aspiraciones, donde dijimos una vez sí. A pesar de nuestros errores e infidelidades, hoy Jesús Resucitado vuelve su mirada hacia nosotros, para ayudarnos a no perder el rumbo de nuestra historia. Cuantas veces, nosotros, como Pedro hemos afirmado querer seguir al Señor, hacer las cosas bien, según el proyecto de Dios, pero nuestra fragilidad ha hecho que sucumbamos ante la dificultad. La Pascua es la oportunidad siempre nueva de recomenzar. Dejemos que la mirada amorosa del Resucitado nos interpele, que ella sane nuestro corazón y nos dé ánimo para seguir nuestra vida cristiana.” (Palabra Dominical).
Que Él, el Señor, renueve también en nosotros la fe pascual. Que nos haga cada vez más conscientes de nuestra misión al servicio del Evangelio y de los hermanos; nos colme de su Santo Espíritu para que, sostenidos por la intercesión de María, con toda la Iglesia podamos proclamare la grandeza de su amor y la riqueza de su misericordia. Amén».
Al terminar la celebración, Mons. Faustino les dio la bendición y los felicito por los visiteos misioneros que realizaran, para ser una iglesia en salida misionera.