Pbro. Mtro. Filiberto Cruz Reyes
El 8 de diciembre de 1965 terminaba el Concilio Vaticano II, es decir, la reunión de todos los Obispos católicos del mundo, realizada en la ciudad del Vaticano. Pocos días antes, el 15 de septiembre, el Papa Pablo VI creaba el Sínodo de los Obispos, que en sus propias palabras sería el “consejo estable de Obispos para la Iglesia universal, sujeto directa e inmediatamente a Nuestra autoridad”. Es decir, frente a la imposibilidad de reunir a todos los Obispos católicos del mundo de manera frecuente, éstos enviarían a sus representantes de manera constante para reunirse con el Romano Pontífice cuando éste los convoque, y los fines de estas reuniones serán:
“1. Los fines generales del Sínodo de los Obispos son:
a) fomentar la íntima unión y colaboración entre el Sumo Pontífice y los Obispos de todo el mundo;
b) procurar que se tenga conocimiento directo y verdadero de las cuestiones y de las circunstancias que atañen a la vida interna de la Iglesia y a su acción propia en el mundo actual;
c) facilitar la concordia de opiniones, por lo menos en cuanto a los puntos fundamentales de la doctrina y en cuanto al modo de proceder en la vida de la Iglesia.
- Los fines especiales y próximos son los siguientes:
a) intercambiarse noticias oportunas;
b) dar consejo acerca de aquellas cuestiones para las que sea convocado el Sínodo en cada ocasión” (Carta Apostólica “Apostolica sollicitudo”, Pablo VI, 15 de septiembre de 1965).
El sábado 17 de este mes de octubre el Papa francisco pronunció un discurso con motivo del 50 aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos. En este texto Francisco insiste en “la necesidad y la belleza de «caminar juntos»”. Caminar juntos puede resultar algo no fácil cuando los individualismos que proceden del egoísmo se manifiestan de diversas maneras en la vida de la iglesia, por ejemplo en protagonismos temerarios y enfermizos; en envidias que terminan dañando a quien se considera una amenaza potencial para los propios fines (ahí está la vida del Beato Antonio Rosmini como un ejemplo de una víctima del no saber caminar juntos), etc. Todo esto entre otras causas por la falta de una sana eclesiología, por eso Francisco afirma en su discurso: “Caminar juntos —laicos, pastores, Obispo de Roma— es un concepto fácil de expresar con palabras, pero no es tan fácil ponerlo en práctica”.
Caminar juntos es un deber y derecho en primer lugar de los Pastores, sobre todo para ejercer la autoridad, por eso el Papa dice que caminar juntos inicia por la capacidad de escuchar al otro: “Pueblo fiel, colegio episcopal, Obispo de Roma: uno en escucha de los otros; y todos en escucha del Espíritu Santo”.
Francisco señala de manera profunda y clara la razón de la obediencia a la autoridad en la iglesia: “no es una limitación de la libertad, sino una garantía de la unidad”, por eso el Sínodo no es un Parlamento, sino una asamblea que está “con Pedro” y “bajo Pedro”. La Iglesia, dice Francisco, tiene estructuras que ayudan a caminar juntos a quien ejerce la autoridad y a quienes obedecen en la libertad; en la diócesis están: el Sínodo diocesano en primer lugar (el cual no ha sido realizado por muchas diócesis en los últimos años); el consejo presbiteral; el colegio de consultores; el capítulo de los canónigos y el Consejo pastoral. Y afirma Francisco tajantemente: “Solamente en la medida en la cual estos organismos permanecen conectados con lo «bajo» y parten de la gente, de los problemas de cada día, puede comenzar a tomar forma una Iglesia sinodal: tales instrumentos, que algunas veces proceden con desanimo, deben ser valorizados como ocasión de escucha y participación”. No hacer lo que propone Francisco evidencia una especie de esquizofrenia pastoral: el discurso protagónico por una parte y la realidad por otra.
Un segundo nivel de sinodalidad en la Iglesia, dice el Papa, “es aquel de las provincias y de las regiones eclesiásticas, de los consejos particulares y, en modo especial, de las conferencias episcopales”.
Finalmente, afirma Francisco: “El último nivel es el de la Iglesia universal. Aquí el Sínodo de los Obispos, representando al episcopado católico, se transforma en expresión de la colegialidad episcopal dentro de una Iglesia toda sinodal”.
O caminamos juntos o no somos iglesia, por eso San Juan Crisóstomo decía que «Iglesia y Sínodo son sinónimos», y, ¿acaso no decía Santo Tomás de Aquino que el infierno no es otra cosa que la eterna soledad?