HOMILÍA: XXIV DOMINGO ORDINARIO Y XXXIV ANIVERSARIO ORDENACIÓN SACERDOTAL, Mons. Faustino Armendáriz Jiménez.

HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN DEL XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO Y XXXIV ANIVERSARIO DE MI ORDENACIÓN SACERDOTAL

Santa iglesia catedral, ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., a 11 de septiembre de 2016.
Año de la Misericordia
***

escudo del obispo

Estimados hermanos y hermanas todos en el Señor:

1. Con alegría esta mañana celebramos nuestra fe. Una fe que se fundamenta en el triunfo de Cristo resucitado, quien ha venido al mundo para revelarnos el secreto de Dios: la misericordia. Precisamente en Jesús se revela extraordinariamente ese corazón, lleno de amor y de misericordia siempre dispuesto a perdonar. “La misericordia… es el nombre mismo de Dios, el rostro con el que Él se ha revelado en la Antigua Alianza y plenamente en Jesucristo.” (Benedicto VI, Regina coeli, 30 marzo 2008). Sin embargo, hoy por muchas razones nos cuesta trabajo creer en la misericordia de Dios. Más aún, nos cuesta entender la obstinación de Dios por el hombre y su salvación.

2. Así lo constatamos en las lecturas que acabamos de escuchar. Ante la murmuración que los escribas y fariseos le hacen a Jesús porque recibe a los pecadores y come con ellos, Jesús en el evangelio que escuchamos este domingo (Lc 15, 1-32) ofrece una gran enseñanza que vale también para nosotros en este tiempo: “Dios, es un Dios entrañablemente misericordioso, que goza y se alegra hasta el extremo cuando ve que sus hijos reconocen, a pesar de su condición, que su mano es una mano siempre abierta para perdonar, acoger y devolver la dignidad perdida.

3. El evangelista san Lucas recogió en el capítulo 15, tres parábolas sobre la misericordia divina: la de la oveja perdida, la de la moneda perdida y una tercera, que es un poco más larga, la célebre parábola del Padre misericordioso, llamada habitualmente del “hijo pródigo”.

4. En dichos relatos podemos ver plasmado el secreto de Dios, es decir, podemos ver y escuchar que Dios, sabiendo de nuestra debilidad y fragilidad humana, nos ofrece su amor que nace de sus entrañas. Es fácil entender que para Dios cada uno de nosotros somos como esa “oveja que se ha extraviado en el camino” o esa “moneda de plata perdida” o esa “hijo pródigo que en su egoísmo reniega de todo y se va de la casa paterna”. Dios no quiere que se pierda ni siquiera uno de sus hijos y su corazón rebosa de alegría cuando un pecador se convierte.

5. La gran noticia que hoy debe alégranos a todos es que Dios ha enviado a su hijo Jesucristo en persona como “Pastor bueno” para buscarnos a todos aquellos que como las ovejas nos hemos perdido, cargarnos sobre sus hombros, y llevarnos así al redil con las demás ovejas; Dios ha enviado a su hijo para que como aquella “mujer”, con su palabra ilumine la oscuridad que nos rodea y pueda así encontrar la moneda de plata que estaba perdida; Dios ha enviado a su hijo para que como el “Padre misericordioso” salga a nuestro encuentro y nos llene de besos, nos vista la túnica, nos devuelva el anillo y nos haga una gran fiesta.

6. Sin embargo, nos damos cuenta que como en tiempos de Jesús, hoy en día nos muchas veces con nuestras actitudes parecemos a los escribas y fariseos, que ante la bondad de Dios y su misericordia con lo que la necesitan, nos sentimos incómodos, violentos y lo más triste egoístas. El camino que Jesús muestra a los que quieren ser sus discípulos es este: “No juzguen…, no condenen…; perdonen y serán perdonados…; den y se les dará; sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso” (Lc 6, 36-38). En nuestro tiempo, la humanidad necesita que se proclame y testimonie con vigor la misericordia de Dios. Que no nos de miedo o envidia que tantos hombres y mujeres se sientan tocados por la misericordia de Dios. Debemos estar atentos para no caer en este peligro. El Papa Francisco comentando este texto decía: “¿El peligro cuál es? Es que presumamos de ser justos, y juzguemos a los demás. Juzguemos también a Dios, porque pensamos que debería castigar a los pecadores, condenarles a muerte, en lugar de perdonar. Entonces sí que nos arriesgamos a permanecer fuera de la casa del Padre” (Ángelus, 15/09/ 2013). En estas palabras encontramos indicaciones muy concretas para nuestro comportamiento diario de creyentes.

7. Busquemos promover, que sean muchos lo que hoy se encuentren con la misericordia de Dios, a través de la vida de la gracia que nos da el Señor, en su palabra y en sus sacramentos. Evitemos actitudes como las del “hijo mayor” quien, cegado por su egoísmo y ceguera espiritual, se enoja de ver desbordarse el amor del padre hacia su hijo. Que la misericordia de Dios para con el prójimo sea nuestra alegría. Sólo la fe puede transformar el egoísmo en alegría y restablecer relaciones justas con el prójimo y con Dios. Seamos puentes de misericordia y no cristianos de élite que hagamos de la gracia un suvenir para unos cuantos, para unos pocos.

8. Quiero aprovechar esta celebración para agradecer a Dios que, por pura gracia, me haya concedido desde hace 34 años, ser sacerdote, ministro de su misericordia. Hoy hago misas las palabras del apóstol que dicen: “Doy gracias a aquel que me ha fortalecido, a nuestro Señor Jesucristo, por haberme considerado digno de confianza al ponerme a su servicio” (1 Tim 1, 12). La Palabra de Dios hoy me confirma en su llamada para seguir siendo pedagogo de su misericordia. Vivir el sacerdocio como un don, fruto de la misericordia divina, implica el ministerio como un regalo que Dios nos ha otorgado para servir generosa y diligentemente a su Iglesia, administrando los más grandes tesoros, como es el hacer llegar la misericordia y el perdón a los hombres de hoy, haciéndonos servidores de nuestros hermanos a ejemplo de Cristo.

9. Me siento muy agradecido con Dios, por tantos dones y gracias que me ha concedido a lo largo de estos años. Ser sacerdote de Cristo es para mí la mayor muestra de que Dios me ama y me pide ser mensajero de este amor a todos y en todo momento. Sigan pidiendo por mi para que el señor me conserve en su amor y en la fidelidad.

10. Que la Virgen Santísima de los Dolores, sea para todos nosotros el modelo de madre misericordia a la escucha de la palabra. y podamos así alegrarnos siempre de ver cumplida en nosotros y en los demás la misericordia del Padre.

+ Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro