HOMILÍA EN LA SANTA MISA CON OCACIÓN DE LA SEGUNDA PREASAMBLEA DIOCESANA DE PASTORAL
Seminario Conciliar de Querétaro, Hércules 216, Pte., Col. Hércules, Qro., sábado 13 de agosto de 2016.
Año de la Misericordia
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Queridos hermanos y hermanas todos en el Señor:
1. Al terminar esta Segunda Pre Asamblea Diocesana de Pastoral nos congregamos para celebrar nuestra fe y depositar en las manos de Dios todo este trabajo, que busca poner las bases para proyectar nuestro Plan Diocesano de Pastoral y así ser, como lo quiere Dios “una iglesia viva, capaz de comunicar la alegre noticia del evangelio”. Sin duda que para llegar a este momento han tenido que llevarse a cabo un gran número de reuniones en las cuales cada uno de ustedes –sacerdotes y laicos- desde su realidad y experiencia, han buscado que los resultados sean lo más concretos y objetivos que se pueda.
2. Debemos sentirnos agradecidos con Dios que nos da la oportunidad de detenernos un poco en el camino y hacer una mirada crítica sobre nosotros mismos para revisar no sólo lo que estamos haciendo y cómo lo estamos haciendo, sino algo que es más importante, revisar “si lo que somos como Iglesia, corresponde realmente a la Iglesia que Cristo pensó para Dios”. Es fundamental recordar aquellas palabras del Beato Papa Pablo VI: “La Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma, debe meditar sobre el misterio que le es propio […] De esta iluminada y operante conciencia brota un espontáneo deseo de comparar la imagen ideal de la Iglesia —tal como Cristo la vio, la quiso y la amó como Esposa suya santa e inmaculada (cf. Ef 5,27)— y el rostro real que hoy la Iglesia presenta […] Brota, por lo tanto, un anhelo generoso y casi impaciente de renovación, es decir, de enmienda de los defectos que denuncia y refleja la conciencia, a modo de examen interior, frente al espejo del modelo que Cristo nos dejó de sí” (Pablo VI, Carta enc. Ecclesiam suam, 3). Solo así, haremos posible que las estructuras que sostienen el ser y quehacer de nuestra Iglesia, favorezcan para que nuestra Iglesia Diocesana de Querétaro sea “el sujeto primario de la evangelización” (EG, 30).
3. En este contexto, las palabras del evangelio que acabamos de escuchar son un mensaje claro y contundente que nos ayuda a entender que la Iglesia debe ser una Iglesia cercana con los pequeños, con los más débiles y que menos cuentan a los ojos del mundo, incluso de quienes estamos cerca de Jesús. Una Iglesia con un rostro amoroso, que acoja y no regañe, pues dice el texto que le presentaron a Jesús unos niños para que les impusiera las manos y orase por ellos. Sin embargo, los discípulos regañaron a la gente pero Jesús les dijo: “Dejen a los niños y no les impidan que se acerquen a mí, porque de los que son como ellos es el Reino de los cielos” (Mt 19, 13-15). No queremos ser una Iglesia de discípulos regañones, que en vez de acoger a la gente ahuyenta a los débiles, a los enfermos, a los tristes, a los que han sufrido alguna situación en el camino.
4. En este sentido creo que convendrá que todos: obispo, sacerdotes, diáconos, catequistas, coordinadores de alguna pastoral, responsables de templos, sacristanes, secretarias, revisemos nuestras actitudes en el servicio que prestamos y, haciendo un serio examen de conciencia veamos qué cosa impide que los que “son como niños”, se acerquen a Jesús y puedan recibir de él, la imposición de manos, que es el mayor signo de la bendición. Queremos ser una Iglesia que acoja, que bendiga, que acompañe y haga crecer a los “pequeños”. El Papa Francisco en la bula para el Año de la Misericordia nos ha dicho: “¡Cuánto mal hacen las palabras cuando están motivadas por sentimientos de celos y envidia! Hablar mal del propio hermano en su ausencia equivale a exponerlo al descrédito, a comprometer su reputación y a dejarlo a merced del chisme. No juzgar y no condenar significa, en positivo, saber percibir lo que de bueno hay en cada persona y no permitir que deba sufrir por nuestro juicio parcial y por nuestra presunción de saberlo todo.” (cf. Misericordiae Vultus, 14).
5. Hoy nos encontramos ante el drama de tantos que viven situaciones difíciles en torno a la familia: madres y padres solteros, hijos con padres divorciados, muchas veces orillados a la marginación, a la soledad y al sufrimiento. Los fracasos dan origen a nuevas relaciones, nuevas parejas, nuevas uniones y nuevos matrimonios, creando situaciones familiares complejas y problemáticas para la opción cristiana. En todas las situaciones, «la Iglesia siente la necesidad de decir una palabra de verdad y de esperanza […] Los grandes valores del matrimonio y de la familia cristiana corresponden a la búsqueda que impregna la existencia humana». Si constatamos muchas dificultades, ellas son un llamado a «liberar en nosotros las energías de la esperanza traduciéndolas en sueños proféticos, acciones transformadoras e imaginación de la caridad». (cf. AL, 57).
6. Estamos invitados para que hagamos nuestras las palabras de Jesús que dicen: “Dejen a los niños y no les impidan que se acerquen a mí, porque de los que son como ellos es el Reino de los cielos” (Mt 19, 13-15). Dejemos que quienes “son como niños” por su situación familiar pueda de Jesús recibir su bendición. El Papa nos ha dicho: “La Iglesia quiere llegar a las familias con humilde comprensión, y su deseo «es acompañar a cada una y a todas las familias para que puedan descubrir la mejor manera de superar las dificultades que se encuentran en su camino». No basta incorporar una genérica preocupación por la familia en los grandes proyectos pastorales. Para que las familias puedan ser cada vez más sujetos activos de la pastoral familiar, se requiere «un esfuerzo evangelizador y catequístico dirigido a la familia», que la oriente en este sentido” (cf. AL, 200).
7. Sin embargo, “Junto con una pastoral específicamente orientada a las familias, se nos plantea la necesidad de «una formación más adecuada de los presbíteros, los diáconos, los religiosos y las religiosas, los catequistas y otros agentes pastorales»” (cf. AL, 202). Es por ello que les animo para que nos preparemos adecuadamente y con profesionalismo y con el espíritu de la madre amorosa, sepamos acoger, bendecir y acompañar.
8. Dejemos que sea la Virgen María, Madre de misericordia, la que nos enseñe como acoger a los que son “como niños”. Que su maternal intercesión, sea siempre para nosotros el referente cristológico y eclesiológicos de todo nuestro ser y actuar pastoral. Amén.
+ Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro