Santa Iglesia Catedral, ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., a 09 de abril de 2016.
Año de la Misericordia – Año de la Evaluación y Programación del PDP
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Estimados sacerdotes y diáconos,
queridos seminaristas,
queridos consagrados y consagradas,
estimados miembros de la Cofradía de la Sma. Virgen,
hermanos y hermanas todos en el Señor:
1. Con el gozo y la alegría que llena el corazón y el alma de todos los cristianos en esta Pascua, esta mañana de sábado nos hemos reunido para la celebración de nuestra fe y honrar con devoción la memoria de Nuestra Señora, la Santísima Virgen María, en su advocación de El Pueblito. Lo hacemos sabiendo que Ella, partícipe del misterio de la resurrección y asunta al cielo, acompaña con amor a la Iglesia peregrina en este pueblo suyo, asistiéndolo como Madre piadosa y misericordiosa, mientras caminamos a la patria celeste, esperando la venida gloriosa del Señor (cf. Prefacio, Misal franciscano, p. 33). En este tiempo de Pascua la Santísima Virgen María, acompaña la vida de la Iglesia naciente que ha vivido el gozo de morir y renacer junto con Cristo, a la vida nueva de la gracia, especialmente en las dificultades de la vida.
2. En la liturgia de la palabra que hemos escuchado, en la lectura del libro de los hechos de los Apóstoles (6, 1-7), se nos ha narrado cómo la naciente comunidad cristiana se enfrenta a las primeras dificultades para lograr el sano equilibrio entre la predicación y el anuncio del evangelio. Realidad que lleva a los Doce a tomar decisiones que favorezcan que la esencia del evangelio no se desvirtúe, se trasmita con fidelidad y logre penetrar en el corazón de las personas, incluso en las instituciones y realidades sociales; por un lado es necesario que se continúe la predicación del evangelio pero también, es necesario que se siga atendiendo las exigencias sociales y aquellas en orden a la caridad como es el caso de la atención a las viudas. El texto narra que ante esta realidad, los Doces tomaron la firme determinación de convocar a la comunidad y elegir a siete varones de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría. Eligieron a siete y les encomendaron les servicio de la caridad. Esto nos enseña dos cosas:
3. En primer lugar, nos enseña a ser conscientes que ayer como hoy, la Iglesia debe estar atenta para no perder de vista su naturaleza y la razón de ser en el mundo. La Iglesia está llamada a predicar el evangelio con energía y sin desfallecer, cuidando su integridad, frescura y originalidad, pero también está llamada a dar respuesta a las necesidades y exigencias sociales que conllevan la salvaguarda de la integridad de los que más sufren. En aquel tiempo eran las viudas. Hoy hay ‘nuevas viudas’, que como en aquel tiempo, se ven desprotegidas y que exigen de nosotros la Iglesia tomar determinaciones que respondan a sus necesidades. Hablemos por ejemplo de las nuevas formas de pobreza y de marginación como: la pobreza política que impide al ser humano ser capaz de construir las propias oportunidades, tomar el destino en las manos, vencer la ignorancia históricamente producida, cultivada y perpetuada. La pobreza moral, que sobaja las verdades y los valores universales por intereses particulares, llevando al hombre a nuevas esclavitudes morales, muchas veces incluso al sinsentido de la vida y la pérdida de identidad. La pobreza cultural, es decir aquella que niega y orilla a las comunidades a no valorar al hombre mismo, muchas veces tomándole como medio e instrumento social, no respetando las dimensiones naturales y trascendentes de la vida. Donde la familia, la fe, y la vida misma ya no son valores fundamentales sino un accidente fácilmente reemplazable.
4. En segundo lugar, nos enseña que como Iglesia debemos discernir los signos de los tiempos y reinventar el quehacer en la Iglesia, de manera que la ministerialidad no sea vea sólo como una cuestión práctica, sino esencialmente como una institución divina, pues es Dios quien actúa en su Iglesia mediante sus ministros. Los ministros de la Iglesia no somos funcionarios. Somos hombres llenos del espíritu y de sabiduría, llamados a trascender en la vida de oración, en el anuncio del evangelio y en el ejercicio de la caridad. Me alegra que esté presente el seminario en esta santa Misa y de modo particular, quienes en días próximos serán ordenados sacerdotes y hoy hacen su profesión de fe y los juramentos necesarios al asumir el ministerio presbiteral, pues me permite hacer eco de la palabra de Dios en Ustedes. Convénzanse que Dios les llama a colaborar con él para hacer presente en medio de la realidad presente y futura, la caridad. Sería muy difícil entender que un joven que se siente llamado por Dios a su servicio, tenga miedo de ser un ejemplo de caridad. La diaconía es y será siempre una realidad insustituible en la Iglesia. No se es diacono sólo por un tiempo determinado. —Claro algunos son llamados de manera específica para ello, pero todo bautizado a ejemplo de Cristo, debe ser diácono de los demás—. Necesitamos reinventar nuevas formas que nos ayuden como Iglesia y como clero a responder a las nuevas formas de pobreza y las nuevas exigencias pastorales que la realidad nos presenta. En este sentido debemos ser expertos en el ejercicio de la caridad.
5. Queridos hermanos y hermanas, María participa en el gozo de la gente común y contribuye a aumentarlo; intercede ante su Hijo por el bien de los hombres. Tenemos una Madre con ojos vigilantes y compasivos, como los de su Hijo; con un corazón maternal lleno de misericordia, como Él; con unas manos que quieren ayudar, como las manos de Jesús, que partían el pan para los hambrientos, que tocaban a los enfermos y los sanaba. Esto nos llena de confianza y nos abre a la gracia y a la misericordia de Cristo. para el pueblo queretano, la Santísima Virgen María es modelo de caridad porque su auxilio e intercesión se ve especialmente por lo que más sufren o padecen alguna enfermedad o necesidad. El Papa Francisco no lo ha dicho: En la solicitud de María se refleja la ternura de Dios. Y esa misma ternura se hace presente también en la vida de muchas personas que se encuentran junto a los enfermos y saben comprender sus necesidades, aún las más ocultas, porque miran con ojos llenos de amor. Cuántas veces una madre a la cabecera de su hijo enfermo, o un hijo que se ocupa de su padre anciano, o un nieto que está cerca del abuelo o de la abuela, confían su súplica en las manos de la Virgen. Para nuestros seres queridos que sufren por la enfermedad pedimos en primer lugar la salud (cf. Francisco, Mensaje Jornada Mundial del Enfermo 2016).
6. Confiemos a la Santísima Virgen, en su advocación de El Pueblito, la diaconía en la Iglesia; confiémosle a Ella, estos jóvenes seminaristas que quieren ser diáconos siguiendo el ejemplo del Gran diacono Jesucristo; confiémosle a Ella, estos 10 diáconos que hoy le dicen sí a Jesús, para que siempre velen por los más pobres y necesitados. Amén.
+ Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro