HOMILÍA EN LA SANTA MISA DE LA FIESTA EN SANTO TOMÁS MORO
Templo parroquial de Nuestra Señora de la Paz, Col. Satélite, 26 de junio de 2016.
Año de la misericordia
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Hermanos y hermanas todos en el Señor:
1. Les saludo a cada uno de ustedes en el Señor, al celebrar juntos la fe en Jesucristo en esta Eucaristía y recordar la memoria de Santo Tomás Moro, patrono principal de quienes se dedican a la promoción del bien común y a la construcción una sociedad más justa, mediante el ejercicio de la política. Agradezco la aceptación de cada uno de ustedes para asistir a este encuentro que cobra un significado muy especial en el marco del año del Año de la Misericordia, ya que “bien común y misericordia” son dos realidades que se explican una con la otra y juntas hacen de la sociedad un mejor especio para llevar la ser humano a tener y vivir una mejor forma de vida. Es para mí una oportunidad grata el poder saludarles y poder externar mi afecto y mi cercanía, con el firme propósito de unir esfuerzos en la noble tarea de construir juntos una sociedad cada vez más justa y más comprometida con la persona y con todas las personas.
2. En este contexto y en este ambiente de fe, hemos escuchado la Palabra de Dios, que hoy nos invita a reflexionar en una realidad fundamental de todo ser humano: La libertad. Como al vocación a la que Dios nos ha llamado (Ga 5, 1) y en la cual cada persona está llamada a fundamentar la vida cristiana y el seguimiento radical a Cristo. El evangelista san Lucas nos presenta a Jesús que, mientras va de camino a Jerusalén, se encuentra con algunos hombres, probablemente jóvenes, que prometen seguirlo dondequiera que vaya. Con ellos se muestra muy exigente, advirtiéndoles que «el Hijo del hombre —es decir él, el Mesías— no tiene donde reclinar su cabeza», es decir, no tiene una morada estable, y que quien elige trabajar con él en el campo de Dios ya no puede dar marcha atrás (cf. Lc 9, 57-58.61-62). A otro en cambio Cristo mismo le dice: «Sígueme», pidiéndole un corte radical con los vínculos familiares (cf. Lc 9, 59-60).
3. Estas exigencias pueden parecer demasiado duras, pero en realidad expresan la novedad y la prioridad absoluta del reino de Dios, que se hace presente en la Persona misma de Jesucristo. En última instancia, se trata de la radicalidad debida al Amor de Dios, al cual Jesús mismo es el primero en obedecer. Quien renuncia a todo, incluso a sí mismo, para seguir a Jesús, entra en una nueva dimensión de la libertad, que san Pablo define como «caminar según el Espíritu» (cf. Ga 5, 16). «Para ser libres nos libertó Cristo» —escribe el Apóstol— y explica que esta nueva forma de libertad que Cristo nos consiguió consiste en estar «los unos al servicio de los otros» (Ga 5, 1.13). Libertad y amor coinciden. Por el contrario, obedecer al propio egoísmo conduce a rivalidades y conflictos. Como iglesia y como sociedad necesitamos promover que cada vez más las personas vivan y ejerzan la libertad y para ello debemos propiciar acciones de conjunto que lo favorezcan, especialmente en el campo de la educación. “El curso de la historia depende en gran medida de la libertad humana […]Es tal la importancia de la libertad que podemos considerarla como uno de los distintivos básicos del ser humano en contraste con el resto de los seres que integran el universo” (cf. Educar para una sociedad, pp. 85-86).
4. Esto es lo que hoy día Santo Tomás Moro nos puede enseñar, este gran erudito inglés y hombre de Estado, quien es admirado por creyentes y no creyentes por la integridad con la que fue fiel a su conciencia, incluso a costa de contrariar al soberano de quien era un “buen servidor”, pues eligió servir primero a Dios que a los hombres, negándose a sí mismo, defendiendo la verdad y muriendo en el martirio. Solo viviendo la vocación a la libertad y negándose a sí mismo, supo seguir a Cristo sin mirar hacia tras y obedecer a Dios antes que a los hombres. Los gobiernos deben garantizar que la libertad no se vea como una realidad que el Estado otorga, sino más bien, deben su tarea es garantizar que existan las condiciones para el ejercicio pleno de ella. “En el ejercicio de la libertad está la posibilidad de mejorar nuestra vida logrando una realización personal y social, o de arruinar el futuro por decisiones equivocadas, ya sea del propio sujeto o de la sociedad en su conjunto, ya que la libertad es una oportunidad y un riesgo, sobre todo tomando en cuenta que nos
desenvolvemos en circunstancias que muchas veces nos impiden actuar con claridad y oportunidad” (cf. Educar para una sociedad, pp. 85-86). Eduquemos en la libertad. Que será lo que mejor podamos hacer en pro de las personas, la cultura la sociedad. Es importantísimo no perder de vista esto pues como lo ha dicho el Papa Francisco al parlamento europeo: “Se trata de un compromiso importante y admirable, pues persisten demasiadas situaciones en las que los seres humanos son tratados como objetos, de los cuales se puede programar la concepción, la configuración y la utilidad, y que después pueden ser desechados cuando ya no sirven, por ser débiles, enfermos o ancianos” (cf. Francisco, Discurso al parlamento europeo, Estrasburgo. Francia, 25. 11.14). La educación no puede limitarse a ofrecer un conjunto de conocimientos técnicos, sino que debe favorecer un proceso más complejo de crecimiento de la persona humana en su totalidad. Los jóvenes de hoy piden poder tener una formación adecuada y completa para mirar al futuro con esperanza, y no con desilusión.
5. Que el ejemplo de Santo Tomás Moro, quien con el martirio ―la bella demostración de su fidelidad a Dios y a la Iglesia― nos enseñe a confirmar en cada acto de nuestra vida, la fe que profesamos. Y que Santa María de Guadalupe, brille en nuestra vida de cada día como la mujer dócil al Evangelio y así podamos aprender de ella a cumplir siempre la voluntad de Dios. Amén.
+ Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro