Templo parroquial del Sagrado Corazón de Jesús (Santa Clara), Santiago de Querétaro Qro., a 22 de febrero de 2019.
Año Jubilar Mariano
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Estimados padres formadores
Queridos seminaristas:
- Con alegría me complace poder saludarles y dirigirle a Dios, junto con ustedes, el sacrificio vespertino, mediante el cual damos gracias por todos los beneficios recibidos durante el día. Con esta oración, recordamos el regalo preciosísimo de la Redención y el sacrificio vespertino de la última cena. Gozando ya de estos beneficios, pedimos a Cristo que nos ilumine al final de nuestra vida con la gracia de luz eterna (cf. IGLH, 37).
- La liturgia latina celebra hoy la Fiesta de la Cátedra de San Pedro. Se trata de una tradición muy antigua, atestiguada en Roma desde el siglo IV, con la que se da gracias a Dios por la misión encomendada al apóstol san Pedro y a sus sucesores. La “cátedra”, literalmente, es la sede fija del obispo, puesta en la iglesia madre de una diócesis, que por eso se llama “catedral”, y es el símbolo de la autoridad del obispo, y en particular de su “magisterio”, es decir, de la enseñanza evangélica que, en cuanto sucesor de los Apóstoles, está llamado a conservar y transmitir a la comunidad cristiana. Cuando el obispo toma posesión de la Iglesia particular que le ha sido encomendada, llevando la mitra y el báculo pastoral, se sienta en la cátedra. Desde esa sede guiará, como maestro y pastor, el camino de los fieles en la fe, en la esperanza y en la caridad.
- Sucesivamente, la sede de Pedro fue Antioquía, ciudad situada a orillas del río Oronte, en Siria (hoy en Turquía), en aquellos tiempos tercera metrópoli del imperio romano, después de Roma y Alejandría en Egipto. De esa ciudad, evangelizada por san Bernabé y san Pablo, donde “por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de cristianos” (Hch 11, 26), por tanto, donde nació el nombre de cristianos para nosotros, san Pedro fue el primer obispo, hasta el punto de que el Martirologio romano, antes de la reforma del calendario, preveía también una celebración específica de la Cátedra de San Pedro en Antioquía.
- Desde allí la Providencia llevó a Pedro a Roma. Por tanto, tenemos el camino desde Jerusalén, Iglesia naciente, hasta Antioquía, primer centro de la Iglesia procedente de los paganos, y todavía unida con la Iglesia proveniente de los judíos. Luego Pedro se dirigió a Roma, centro del Imperio, símbolo del “Orbis” —la “Urbs” que expresa el “Orbis”, la tierra—, donde concluyó con el martirio su vida al servicio del Evangelio. Por eso, la sede de Roma, que había recibido el mayor honor, recogió también el oficio encomendado por Cristo a Pedro de estar al servicio de todas las Iglesias particulares para la edificación y la unidad de todo el pueblo de Dios.
- Celebrar la “Cátedra” de san Pedro, como lo estamos haciendo esta tarde, significa, por consiguiente, atribuirle un fuerte significado espiritual y reconocer que es un signo privilegiado del amor de Dios, Pastor bueno y eterno, que quiere congregar a toda su Iglesia y guiarla por el camino de la salvación. De esta manera manifestamos nuestra comunión y neutros vínculos de fe y esperanza con quien tiene ahora la autoridad del apostal Pedro, el Papa Francisco.
- ¿Qué tiene que enseñarnos esta celebración a cada uno de nosotros? ¿Cómo ilumina nuestra realidad formativa? Para responder a estas preguntas, traigo a la memoria un texto de san Gerónimo que escribió al obispo de Roma, donde hace referencia explícita precisamente a la “cátedra” de Pedro, presentándola como fuente segura de verdad y de paz. Escribe así san Jerónimo: “He decidido consultar la cátedra de Pedro, donde se encuentra la fe que la boca de un Apóstol exaltó; vengo ahora a pedir un alimento para mi alma donde un tiempo fui revestido de Cristo. Yo no sigo un primado diferente del de Cristo; por eso, me pongo en comunión con tu beatitud, es decir, con la cátedra de Pedro. Sé que sobre esta piedra está edificada la Iglesia” (Cartas I, 15, 1-2).
- Tengo entendido que durante estos dos días, dedicarán tiempo para reflexionar en el discernimiento. En este sentido es muy providencial lo que acabamos de escuchar, pues para poder hacer un buen discernimiento, necesitamos indudablemente una vinculación muy estrecha con la Iglesia. ¿En qué sentido? Para responder a esta pregunta tengamos en algo fundamental: ¿Qué cosa es el discernimiento? El acompañamiento vocacional es la dimensión fundamental de un proceso de discernimiento por parte de la persona que ha de tomar una decisión. El término “discernimiento” se usa en una multitud de acepciones, si bien relacionadas entre ellas. En un sentido más general, discernimiento indica el proceso por el que se toman decisiones importantes; en un segundo sentido, más propio de la tradición cristiana y en el que nos detendremos particularmente, corresponde a la dinámica espiritual a través de la que una persona, un grupo o una comunidad intentan reconocer y aceptar la voluntad de Dios en su situación concreta: «Examinadlo todo; quédense con lo bueno» (1 Ts 5,21). El discernimiento, como atención a reconocer la voz del Espíritu y a recibir su llamada, es una dimensión esencial del estilo de vida de Jesús, una actitud de fondo más que un acto puntual. A lo largo de la historia de la Iglesia, las diferentes espiritualidades han afrontado el tema del discernimiento, con distintos acentos según las diversas sensibilidades carismáticas y épocas históricas. Durante el reciente Sínodo de los obispos, celebrado en Roma, los padres sinodales han reconocido algunos elementos comunes, que no eliminan la diversidad de lenguajes: la presencia de Dios en la vida y en la historia de cada persona; la posibilidad de reconocer su acción; el papel de la oración, de la vida sacramental y de la ascesis; la continua confrontación con las exigencias de la Palabra de Dios; la libertad con respecto a las certezas adquiridas; la constante verificación en la vida cotidiana y la importancia de un acompañamiento adecuado.
- En cuanto «actitud interior que tiene su raíz en un acto de fe», el discernimiento remite constitutivamente a la Iglesia, cuya misión es hacer posible que cada hombre y cada mujer encuentre al Señor que ya obra en sus vidas y en sus corazones. El contexto de la comunidad eclesial favorece un clima de confianza y de libertad en la búsqueda de la propia vocación, en un ambiente de recogimiento y de oración; ofrece una oportunidad concreta para una nueva lectura de la propia historia y para descubrir los propios dones y vulnerabilidades a la luz de la Palabra de Dios; permite confrontarse con testigos que encarnan las diferentes opciones de vida. También el encuentro con los pobres exige profundizar en lo que es esencial en la existencia, mientras que los sacramentos —en particular la Eucaristía y la Reconciliación— alimentan y sostienen a quien se encamina hacia el descubrimiento de la voluntad de Dios. Todo discernimiento implica siempre el horizonte comunitario, no se puede limitar únicamente a la dimensión individual. Al mismo tiempo, cada discernimiento personal interpela a la comunidad, instándola a ponerse a la escucha de aquello que el Espíritu le sugiere a través de la experiencia espiritual de sus miembros: como cada creyente, también la Iglesia está en continuo proceso de discernimiento. (Documento final del Sínodo de los Obispos al Santo Padre Francisco, 27 de octubre de 2018, n. 104).
- En este sentido la fiesta que hoy celebramos nos enseña que “La conciencia de todo creyente, en su dimensión más personal, está siempre relacionada con la conciencia eclesial. Solo a través de la mediación de la Iglesia y de su tradición de fe podemos acceder al rostro auténtico de Dios, que se revela en Jesucristo. Por lo tanto, el discernimiento espiritual se presenta como la labor sincera de la conciencia, en su empeño por conocer el bien posible, sobre el que decidir responsablemente el ejercicio correcto de la razón práctica, en la relación personal con Jesús Nuestro Señor y a la luz de esta” (Documento final del Sínodo de los Obispos al Santo Padre Francisco, 27 de octubre de 2018, n. 109).
- Queridos seminaristas y padres formadores, le animo para que en esta etapa propedéutica nunca pierdan de vista que si se quiere hacer un sano discernimiento la “dimensión eclesial”, desempeña un papel fundamental. Un discernimiento serio tiene como nota esencial la comunión con la Iglesia y en ella, con el sentir del Papa, los obispos, los formadores y la comunidad cristiana. Especialmente estando atentos para descubrir los caminos por donde Dios quiere que caminemos y así, asumir la formación que esto exige, que esto requiere. ¡Ánimo, la Iglesia les necesita; Dios les necesita! Y si se deciden a seguir al Señor por el camino sacerdotal, déjense formar con entrega y con generosidad.
- Pidámosle a Dios que nos envíe constantemente su Espíritu y que por intercesión de la Virgen María a quien invocamos constantemente como Madre del buen consejo, esté atenta para que siempre hagamos de nuestra vida y nuestra vocación un buen discernimiento. Amén.
+ Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro