Homilía en la XLIII Asamblea General de la CIRM

Santiago de Querétaro, Qro., 1º de Mayo de 2008


Audio de la homilía

Queridas Hermanas Religiosas y Religiosos,

Consagradas y Consagrados:

1. “Dichoso el que teme al Señor y cumple su voluntad. Él gozará del fruto de su trabajo, tendrá prosperidad y alegría” reza el salmo (127,1-2) que la liturgia pone como antífona de entrada para esta celebración en honor de San José Obrero. Ustedes han venido impulsados por el santo temor de Dios a buscar su voluntad para cumplirla a cabalidad y, por eso, la santa palabra de Dios les promete gozar del fruto de este trabajo, arduo sin duda, pero que es recompensado con la prosperidad y la alegría que da el Señor. Esta alegría está fuertemente matizada por el aleluya de la Pascua. Que este encuentro fraterno les permita disfrutar, como en la mañana de pascua en el jardín que rodeaba el sepulcro vacío, de la presencia consoladora de Jesús resucitado. Que podamos escuchar a Jesús que nos llama, como a María Magdalena, por nuestro nombre, y que, de rodillas ante sus plantas, le digamos ¡Rabbuni! y lo reconozcamos como maestro, y llevemos a los hermanos la experiencia gozosa del encuentro con el Resucitado.

2. La palabra de Dios que nos ofrece la liturgia en esta celebración, nos describe la frenética actividad de Pablo en Corinto, después del “fracaso” de su predicación en Atenas. Vemos a Pablo ganándose el pan con el trabajo de sus manos; a Pablo discutiendo en la sinagoga y adoctrinando a judíos y griegos; a Pablo dedicándose de tiempo completo a la predicación y rompiendo violentamente con sus paisanos: “Que la sangre de ustedes caiga sobre su propia cabeza: yo soy inocente. De ahora en adelante, iré a los paganos”; a Pablo haciendo el paso de la sinagoga a la casa de un pagano, Tito Justo, en la cual recibe a Crispo, jefe de la sinagoga quien, “junto con su familia, creyó en el Señor”. Allí, se inicia la nueva comunidad, “pues muchos de los corintios creyeron y recibieron el bautismo”. Aquí se inicia la nueva forma y dimensión que va tomando la iglesia, la comunidad de salvación; rompe el cerco estrecho de la sinagoga y se convierte en iglesia universal. Esta lectura nos pone ante los ojos, con una fuerza descriptiva inmejorable, cómo vive y actúa un “discípulo misionero de Jesucristo”, y lo explica cuando confiesa que debe hacerse “todo para todos para ganarlos a todos para Cristo”. Le pedimos al Apóstol esta gracia en este año dedicado en su honor.

3. En el evangelio tenemos un retazo de la vida de comunidad familiar y pueblerina de Jesús en Nazaret, después de su primera salida misionera. Jesús enseñaba en la sinagoga de su pueblo y “todos estaban asombrados” y se preguntaban sobre el origen de su autoridad y de sus milagros. Sus paisanos, como todo hombre que se encuentra con Jesús, tenía dos opciones: o abrirse a la trascendencia, o quedarse a ras de tierra. Sus paisanos optan por quedarse a nivel de su experiencia sensible sobre Jesús: su Madre se llama María, están sus hermanas y hermanos, parientes cercanos, y se le conoce como “el hijo del carpintero”, y consecuentemente, “se negaban a creer en él”. ¡Era demasiado humano! Así nos pasa y pasa a la santa Iglesia. La demasiada “humanidad” pesa mucho, nos hace dudar, y cerrarnos a la gracia: “No hizo muchos milagros por la incredulidad de ellos”. Cuando nuestro juicios terrenales, aunque sean verdaderos, se absolutizan, se cierran a la gracia, al don. Sin embargo, la salvación viene por la encarnación: caro cardo salutis, decía Tertuliano. Nuestra carne mortal sólo se cura con el contacto con la carne vivificada por el Espíritu.

4. Cuando Jesús, en el ejercicio de su ministerio, recibe la visita de su Madre y hermanos, pregunta: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Mirando a su alrededor a los que lo seguían, exclamó: Estos son mi madre y mis hermanos. Quien hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mc 3, 33s). La nueva familia de Dios no es la nacida de la carne y de la sangre, sino la nacida de Dios por medio de la fe en su palabra y el cumplimiento de su voluntad. Como todo profeta, Jesús fue despreciado en su patria y en su casa; por igual lo fue Pablo por sus paisanos. Pero el apóstol y misionero de Jesucristo ya no tiene estos límites; aunque siempre encuentre rechazo, su horizonte es el mundo entero: “Vayan por todo el mundo…”Los caminos del evangelio comenzaron en Nazaret, pero ahora sus horizontes son los países extranjeros, la patria, las zonas marginas, la periferia de nuestras ciudades, la “Gran Misión Continental” a la que nos convoca Aparecida.

5. Hermanos y hermanas, consagrados y consagradas: San José es buen custodio, buen protector.  Como esposo solícito y padre providente supo velar, vigilar, custodiar y proteger a la familia del Hijo de Dios, misión que continúa en la Iglesia y en el mundo entero. Hoy le encomendamos el mundo del trabajo para que, de tal manera se ordene al perfeccionamiento de la creación, que el obrero encuentre empleo digno, salario justo y sustento suficiente para cumplir con su misión de fiel custodio y protector de su familia. Que así sea.

 
† Mario de Gasperín Gasperín
Obispo de Querétaro