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A lo largo de estos días hemos podido entrar en una dimensión espiritual fantástica que la litúrgica nos ha ofrecido, en la cual, la Palabra de Dios nos ha revelado el amor que el Padre nos ha tenido, manifestado en su Hijo Jesucristo, quien padeció y murió por nosotros; sin embargo, la grandeza y la importancia de esta noche, supera los límites de la lógica humana, del regocijo y de la alegría, pues el anuncio de la resurrección de Cristo, es sin duda para nosotros, el misterio central de nuestra fe. “Esta es la noche en que rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo” (cf. Pregón Pascual). Esta es la noche en que Cristo, le devuelve a nuestra vida y a nuestra historia, la luz y la claridad de la dignidad humana; es la noche en la que Dios nos reconcilia consigo.
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Quiero invitarles esta noche a centrar nuestra reflexión en el evangelio que acabamos de escuchar según San Mateo (Mt 28, 1-10) donde se nos narra de manera muy particular el acontecimiento de la Resurrección y la reacción que este acontecimiento provoca en aquellos que reciben esta noticia. El texto se articula en tres escenas o momentos que nos ofrecen una grande enseñanza:
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En un primer momento, bajo signos teofánicos, ocurre algo fuera de lo normal, Dios manifestado en sus Ángeles, nos deja en claro que ha llevado acabo algo extraordinario, en aquello que hasta este momento para los discípulos ―manifestado en las mujeres― era sólo tristeza, dolor, angustia y sobretodo muerte. El ángel hizo rodar la piedra y se sentó sobre ella, enseñándonos que sólo Dios puede cambiar las cosas, puede quitar la piedra que cubre la muerte, el pecado y las tinieblas; y se sienta sobre ella para darnos a entender que de ahora en adelante la muerte no tiene más poder sobre nosotros. Queridos hermanos y hermanas, dejemos que Dios quite la roca de aquellas realidades que cubren nuestros pecados, de aquellas realidades que son signos de muerte en nuestra vida, en nuestra familia, en nuestro trabajo y en nuestra sociedad. Dejemos que Dios se siente sobre aquello que no deja que la luz esplendorosa de la resurrección, ilumine nuestra tristeza, nuestro dolor y nuestros miedos. Que el brillo de su rostro y sus vestiduras, ilumine lo que más nos causa angustia. Es curioso que en los soldados aquel acontecimiento y aquella luz provocó, miedo, temblor, dejándolos como muertos; esto les pasó porque no tenían fe, no sabían qué estaba ocurriendo, cumplían sencillamente con una orden de custodiar el sepulcro. ¡No nos vaya a pasar de esta manera a nosotros, que al darnos cuenta que Cristo resucitó, nos angustiemos y casi muramos!
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El texto continua diciendo que el ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: “No teman. Ya sé que buscan a Jesús, el crucificado. No está aquí ha resucitado como lo había dicho. Vengan a ver e lugar donde lo habían puesto. Y ahora vayan a prisa a decir a sus discípulos: Ha resucitado e irá delante de ustedes a Galilea” (Mt 28, 5-7). Queridos hermanos y hermanas, el testimonio de la resurrección nos viene de Dios no del sepulcro vacío. La resurrección es parte del proyecto divino, y por lo tanto es una verdad divina que en vez de miedo, como en el Antiguo Testamento, debe llevarnos a vivir una vida llena de alegría. La resurrección debe ser la “Gran Noticia” que nos ayude a renovar nuestra fe y a cambiar nuestros planes y proyectos cuando parece que todo está terminado. Sobre todo en aquellas situaciones tristes y dolorosas de nuestra vida, causados por la pobreza, la enfermedad, la muerte, la falta de trabajo. El Papa Francisco nos ha dicho: “Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua” (EG, 6), queriéndonos decir que no podemos quedarnos en la contemplación del sepulcro.
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Lo que me sorprende y que me anima en esta noche es que al escuchar el mensaje del ángel, se renueva la invitación a ser testigo de este acontecimiento. Tú y yo, como las mujeres que le escucharon decir al ángel que Jesús resucitó, que no está muerto y que está vivo, estamos llamados a “ir de prisa” a propagar esta alegre noticia a los discípulos. Hoy, muchos hombres y mujeres quizá por situaciones diversas se encuentran así: desilusionados quizá de su fe, tristes porque aparentemente Jesús está muerto y lo que les prometió no ha sido cierto. Queridos hermanos y hermanas, Jesús prometió que resucitaría y así lo ha cumplido. Hoy, como María Magdalena y la otra María, estamos llamados a decirle a los discípulos que vayan a Galilea, es decir, que vayan al lugar físico o experiencial donde ha comenzado todo, donde Jesús les miró con amor y les llamó para ser sus discípulos. Allí donde enseñó su doctrina y su estilo de vida, invitando a Pedro a dejar las redes y a seguirlo. Allí donde nos rescató de la enfermedad, de la indiferencia de la comunidad, de las lepras y de las cegueras.
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El evangelio es muy incisivo y muy claro en sus detalles, ―como decíamos― en los soldados provocó miedo y casi la muerte, en las mujeres provocó miedo y alegría. Dejemos que este anuncio de la resurrección nos transforme y nos mueva a vivir alegres, capaces de “ir a prisa” a “a los creyentes, también a los tibios o no practicantes, para llevarles una nueva alegría en la fe y una fecundidad evangelizadora. Él hace a sus fieles siempre nuevos; aunque sean ancianos, «les renovará el vigor, subirán con alas como de águila, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse» (Is 40,31). Cristo es el «Evangelio eterno» (Ap 14,6), y es «el mismo ayer y hoy y para siempre» (Hb 13,8), pero su riqueza y su hermosura son inagotables. Él es siempre joven y fuente constante de novedad” (cf. EG, 11).
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Finalmente, el tercer momento del evangelio nos narra que de repente “Jesús, salió al encuentro de las mujeres y las saludó. Ellas se les acercaron, le abrazaron los pies, y lo adoraron” (cf. Mt 28,9). Con esta detallada descripción de la acción de las mujeres, Mateo deja claro que ellas reconocen enseguida a Jesús: el Resucitado es el mismo a quien ellas habían acompañado desde Galilea hasta la cruz y el sepulcro. El hecho de que se puedan agarrar de sus pies nos da a entender que no se trata de un espíritu o de algo imaginario, sino que es realmente con Jesús mismo con quien se encuentran. Queridos hermanos y hermanas, después de la resurrección Jesús no es un fantasma, no es un Espíritu, es una persona viva, una persona que nos sale al encuentro en nuestra vida común y ordinaria. Jesús resucitado cumple su palabra profética antes de su muerte de permanecer con su comunidad. Sólo que como comenta San León Magno: “Su parte visible pasó a los misterios” (Sermón 74, 2), es decir, lo que del Señor era visible pasó en la Iglesia por los sacramentos. En los sacramentos Jesús se hace presente en medio de su Iglesia, y nos acompaña en las diferentes tapas de nuestra vida, especialmente en los Sacramentos del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía.
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Queridos hermanos y hermanas, lo más interesante es lo que Jesús le dice María Magdalena y a la otra María: “No tengan miedo. Vayan a decir a mis hermanos que se dirijan a Galilea. Allá me verán” (Mt 28, 10). Estas palabras salidas de la boca de Jesús hoy son para cada uno de nosotros palabras llenas de esperanza, palabras que nos confirman en la fe del Resucitado. Él mismo Jesús nos invita a considerarnos familia suya, pues a pesar del abandono y de la negación antes de padecer, nos sigue llamando sus hermanos, nos confirma en su familia como hijos de Dios. En esta noche santa Jesús nos invita a llevar el anuncio de la resurrección. Nos invita a volver a iniciar el camino junto con él, no se trata de un volver a empezar, se trata de recuperar la intención y el objetivo de nuestro camino con él. El Papa Francisco nos enseña que “Jesucristo puede romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina. Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual. En realidad, toda auténtica acción evangelizadora es siempre «nueva»” (cf. EG, 11).
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En esta liturgia Diana Paola y Zulema, mediante el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, verán cumplidas en su persona estas palabra de evangelio, Jesús les saldrá a su encuentro a través de los sacramentos y los injertará en la familia de Dios, pues quiere que como María Magdalena y la otra María se le acerquen, lo abracen de los pies y lo adoren. Reconociendo en él a su Señor. El Señor de sus vidas y el Señor de su historia. De igual manera esta Pequeña Comunidad Neocatecumenal, quienes después de caminar durante más de veinte años, hoy junto con nosotros renuevan su filiación a Dios, renunciando a Satanás y haciendo la profesión pública de su fe. Conscientes de que la fe no es sólo algo para comprender, algo intelectual, algo para memorizar —ciertamente, también es esto—; toca también el intelecto, toca también nuestro vivir, sobre todo. No es algo intelectual, una pura fórmula. Es un diálogo de Dios con nosotros, una acción de Dios con nosotros, y una respuesta nuestra; es un camino. La verdad de Cristo sólo se puede comprender si se ha comprendido su camino. Sólo si aceptamos a Cristo como camino comenzamos realmente a estar en el camino de Cristo y podemos también comprender la verdad de Cristo. La verdad que no se vive no se abre; sólo la verdad vivida, la verdad aceptada como estilo de vida, como camino, se abre también como verdad en toda su riqueza y profundidad. Así pues, esta fórmula es un camino, es expresión de nuestra conversión, de una acción de Dios. Y nosotros queremos realmente tener presente también en toda nuestra vida que estamos en comunión de camino con Dios, con Cristo. Y así estamos en comunión con la verdad: viviendo la verdad, la verdad se transforma en vida, y viviendo esta vida encontramos también la verdad.
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Queridos hermanos y hermanas, que la alegre noticia de la resurrección, logre transformarnos y llevarnos a la plenitud de la gracia. No la guardemos para nosotros mismos; corramos de prisa como María Magdalena y la otra María a llevar el anuncio, ahí donde muchos de los cristianos tienen miedo y se sienten decepcionados.
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Que la Santísima Virgen María nos acompañe en este itinerario pascual y que ella como la Reina del cielo que se alegró por la resurrección nos bendiga y nos acompañe. ¡Felices Pascuas de Resurrección. Muchas felicidades! Amén.
† Faustino Armendáriz Jiménez Obispo de Querétaro