HOMILÍA EN LA SOLEMNE VIGILIA PASCUAL
Santa Iglesia Catedral, Santiago de Querétaro, Qro., a 20 de abril de 2019.
Año Jubilar Mariano
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Queridos catecúmenos,
Hermanos y hermanas todos en el Señor:
- Una vez más en esta noche santa, nuestra Madre Iglesia nos recuerda que Dios no está muerto sino que vive y que el lugar donde lo podemos encontrar, no es entre los muertos. Como en aquella noche, valiéndose de la fuerza que caracteriza al Evangelio, a través de su palabra, vuelve a dirigirse hacia nosotros para interrogarnos: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? Y nos invita a buscar en donde realmente lo podemos encontrar: “No está aquí; ha resucitado” (cf. Lc 24, 1-12).
- La liturgia de esta noche santa, nos enseña que al Resucitado lo podemos encontrar en específicamente en cuatro lugares: la Luz, la Historia, el Bautismo, la Eucaristía.
a. El primero de ellos: la Luz. Al Resucitado lo podemos encontrar en la luz. Más aún, él mismo es la luz. La luz representa la verdad, representa la fe. Por eso la fe, que nos muestra la luz de Dios, es la verdadera iluminación, es una irrupción de la luz de Dios en nuestro mundo, una apertura de nuestros ojos a la verdadera luz. Al inicio de la Misa, esta iglesia estaba oscura y era imposible ver. Cuando entró la luz y todos tomamos de esa llama, esta asamblea se iluminó y comenzamos a ver; comenzamos a reconocer al otro, comenzamos a saber distinguir. Esta es una luz que vive en virtud del sacrificio. La luz de la vela ilumina consumiéndose a sí misma. Da luz dándose a sí misma. Así, representa de manera maravillosa el misterio pascual de Cristo que se entrega a sí mismo, y de este modo da mucha luz. La luz de la vela es fuego. El fuego es una fuerza que forja el mundo, un poder que transforma. Y el fuego da calor. También en esto se hace nuevamente visible el misterio de Cristo. Cristo, la luz, es fuego, es llama que destruye el mal, transformando así al mundo y a nosotros mismos. Y este fuego es al mismo tiempo calor, no una luz fría, sino una luz en la que salen a nuestro encuentro el calor y la bondad de Dios.
b. El segundo lugar es: la historia de la salvación, contenida en las Sagradas Escrituras, en el Evangelio. Como hemos podido constatar, en las nueve lecturas, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, Dios no es ajeno a la historia del hombre, más aún, él mismo es el Escritor de la historia. “En los libros sagrados, el Padre que está en el cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos” (DV 21). Quien se deja guiar por este plan, vive feliz; quien se obstina y pretende irse por otro camino, se pierde. Buscar a Dios en la propia historia significa, buscar lo que Dios quiere para mí, y por ende para mi entorno, para mi tiempo, para mi cultura. Esto incluye también los momentos duros, que deben ser vividos a fondo para llegar a aprender su mensaje. El hecho de que Dios esté presente en la historia, no quiere decir que la historia, será una historia sin problemas sin dificultades. Ante una situación así, nuestra opción ha de ser aquella de “vivir el momento presente colmándolo de amor” (cf. Christus vivit, n. 148).
c. El tercer lugar donde podemos encontrar al Resucitado es en el Bautismo. La puerta para encontrarnos con el Resucitado es el Bautismo. Al Resucitado lo podemos encontrar en el Bautismo, sobre todo cuando dejamos que sea él, el Agua viva, quien purifique nuestra vida, quien lave nuestros pecados. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión (CEC, 1213). En su Pascua, Cristo abrió a todos los hombres las fuentes del Bautismo. La Iglesia no conoce otro medio que el Bautismo para asegurar la entrada en la bienaventuranza eterna; por eso está obligada a no descuidar la misión que ha recibido del Señor de hacer «renacer del agua y del Espíritu» a todos los que pueden ser bautizados.
d. Finalmente, el cuarto lugar para encontrar al Resucitado es en la Eucaristía. Indudablemente que el lugar por excelencia para encontrarse con al resucitado es en la Eucaristía. Por este sacramento nos unimos a Cristo que nos hace partícipes de su Cuerpo y de su Sangre para formar un solo cuerpo. Para dejarnos una prenda de este amor, para no alejarse nunca de nosotros y hacernos partícipes de su Pascua, instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y de su resurrección. Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, hace memoria de la Pascua de Cristo y ésta se hace presente: el sacrificio que Cristo ofreció de una vez para siempre en la cruz, permanece siempre actual (cf. Hb 7,25-27): “Cuantas veces se renueva en el altar el sacrificio de la cruz, en el que “Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado” (1Co 5, 7), se realiza la obra de nuestra redención” (LG 3).
- Queridos hermanos, acojamos la invitación que la liturgia nos hace en esta noche para acudir presurosos a encontrarnos con el Resucitado. Pero antes es necesario y muy importante algo que es esencial, que renunciemos al deseo de seguir buscando entre los muertos. No es en las obras de satanás y en sus seducciones, donde vamos a encontrar la vida, donde vamos a encontrar la resucitado. No es el pecado lo que nos traerá felicidad a nuestra vida. No es la mentira lo que nos hará hombres y mujeres libres. No es la corrupción lo que nos hará hombres y mujeres virtuosos. Por eso, queridos hermanos, acojamos la invitación que en breve se nos hará para renunciar al pecado, a las obras y seducciones del mal. Renunciemos a todo aquello que nos impida encontrarnos con el Señor resucitado. Cada uno sabemos muy bien a qué cosa debemos renunciar si queremos que en nuestra vida reine la verdad, la justicia, la libertad, el amor, la bondad y la belleza.
- Hoy, necesitamos renunciar a una cultura que poco a poco se convierte en “cultura de muerte”, donde el mal pretende imponerse con la forma del bien. Basta pensar en los temas referentes a la vida y a la familia, a la sexualidad y a la honestidad, a la legalidad y a la justicia. Es muy triste y muy lamentable que actualmente estemos luchando para “defender la vida” y que ésta no se respete desde su concepción hasta su muerte natural. Es muy triste y muy lamentable que se esté luchando para “defender la libertad religiosa y sus consecuencias”, como si esta fuera un derecho que los Estados le otorgan a las personas. La cultura de la muerte es aquella donde no hay Luz, donde no hay historia de salvación, donde no hay fe, donde mucho menos está Dios presente.
- Por lo tanto, queridos hermanos, no busquemos al que está vivo entre los muertos. Busquemos al Resucitado, ahí donde los santos y los grandes hombres se han inspirado para darle color y sentido a su vida. Ahí donde los santos y los grandes hombres han hecho de su historia, una historia de salvación. Busquemos al Resucitado, ahí donde los grandes hombres y mujeres de fe, han dado testimonio de su bautismo, incluso al grado de no importarles dar la vida derramado su sangre. Busquemos al Resucitado, ahí donde incluso niños y niñas han hecho de la Eucaristía, el alimento más exquisito para su vida. Hoy la libertad y la vida cristiana, la observancia de los mandamientos de Dios, van en direcciones opuestas: ser cristiano es considerado como una esclavitud, mientras que la libertad sería emanciparse de la fe cristiana, emanciparse a fin de cuentas, de Dios». Ser bautizados significa sustancialmente un emanciparse, un liberarse de esta cultura.
- Como veremos más adelante, a estas renunciar le sigue la confesión de fe en la Trinidad santa y en la santa Iglesia. Creer en Dios Padre, en Dios Hijo y en el Espíritu Santo y la Iglesia. “La confesión de fe no es solo algo que se debe entender, una cosa intelectual o por memorizar –aunque esto es cierto– (…) sino que toca especialmente a nuestro vivir. Y esto me parece muy importante. No es una cosa intelectual, una pura fórmula. Es un diálogo de Dios con nosotros, una acción de Dios con nosotros, es una respuesta nuestra, es un camino”.
- Queridos catecúmenos, en esta noche cada uno de ustedes tendrá la oportunidad de encontrarse con el Resucitado, quiero exhórtales para que se dejen interpelar por su Evangelio, y así, asumiendo las actitudes de la las mujeres en el sepulcro anuncien “estas cosas” (Lc, 24, 10) a sus hermanos; después de esta noche, vayan y anuncien que Cristo vive, que ha resucitado; vayan y den a conocer a sus hermanos, los lugares donde es posible poder encontrarse con él, pues quizá muchos piensen que la resurrección es algo fuera de la realidad poco creíble y poco aceptable.
- Agradezcamos a Dios la obra de la Redención, y como hemos dicho los obispos de México: “No podemos cansarnos de repetir que Jesucristo resucitado es nuestra verdad y la verdad que tenemos para comunicar al México de hoy. Al Querétaro de hoy. ¡Hay que volver a Jesús! ¡Hay que conocerlo como si fuera la primera vez que oímos hablar de él! ¡Hay que recuperar sus palabras como buenas y como nuevas! Hay que redescubrir la pasión que envolvió a aquellos que lo escucharon y que transformaron su vidas por Él; en sus palabras vivas y frescas, encontramos un tesoro por el que todo lo demás podía ser dejado de lado”. (Proyecto Global de Pastoral, CEM, n. 111).
¡Cristo vive!
¡Cristo ha resucitado!
Aleluya, Aleluya, Aleluya…
Amén.
+Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro