Santa Iglesia Catedral, ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., a 19 de noviembre de 2017.
Año de la Juventud
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Muy queridos hermanos y hermanas todos en el Señor,
Con alegría les saludo a todos ustedes, reunidos en eta mañana para celebrar nuestra fe. Unidos al deseo de la Iglesia universal, de celebrar la Primera Jornada Mundial de los Pobres, a la que nos ha convocado nuestro Santo Padre el Papa Francisco, para que “en todo el mundo las comunidades cristianas nos convirtamos cada vez más y mejor en signo concreto del amor de Cristo por los últimos y los más necesitados”. Especialmente, cuando de manera silenciosa la cultura del descarte se apodera de nuestras instituciones y de nuestros modos de vivir y de relacionarnos.
En este contexto la palabra de nos ilumina de manera sorprendente, al ofrecernos la célebre parábola de los talentos —que narra el evangelista Mateo (cf. 25, 14-30)—. En ella, Jesús habla de tres siervos a los que el señor, en el momento de partir para un largo viaje, les confía sus bienes. Dos de ellos se comportan bien, porque hacen fructificar el doble los bienes recibidos. El tercero, en cambio, esconde el dinero recibido en un hoyo. Al volver a casa, el señor pide cuentas a los siervos de lo que les había confiado y, mientras se complace con los dos primeros, el tercero lo defrauda. En efecto, el siervo que mantuvo escondido el talento sin valorizarlo hizo mal sus cálculos: se comportó como si su señor ya no fuera a regresar, como si no hubiera un día en que le pediría cuentas de su actuación.
Con esta parábola, Jesús quiere enseñar a los discípulos a usar bien sus dones: Dios llama a cada hombre a la vida y le entrega talentos, confiándole al mismo tiempo una misión que cumplir. Sería de necios pensar que estos dones se nos deben, y renunciar a emplearlos sería incumplir el fin de la propia existencia.
¿Cuáles son los talentos que Dios me ha reglado? ¿Cómo hago para que crezcan en los demás? ¿Los he puesto al servicio de mi salvación o más bien los he escondido de manera egoísta?
Comentando esta página evangélica, san Gregorio Magno nota que el Señor a nadie niega el don de su caridad, del amor. Escribe: «Por esto, es necesario, hermanos míos, que pongan sumo cuidado en la custodia de la caridad, en toda acción que tengan que realizar» (Homilías sobre los Evangelios 9, 6). Y tras precisar que la verdadera caridad consiste en amar tanto a los amigos como a los enemigos, añade: «Si uno adolece de esta virtud, pierde todo bien que tiene, es privado del talento recibido y arrojado fuera, a las tinieblas» (ib.)
Acojamos la invitación a la vigilancia, a la que tantas veces nos exhortan las Escrituras. Esta es la actitud de quien sabe que el Señor volverá y querrá ver en nosotros los frutos de su amor. La caridad es el bien fundamental que nadie puede dejar de hacer fructificar y sin el cual cualquier otro don es vano (cf. 1 Co 13, 3). Si Jesús nos ha amado hasta el punto de dar su vida por nosotros (cf. 1 Jn 3, 16), ¿cómo podríamos no amar a Dios con todas nuestras fuerzas y amarnos de todo corazón los unos a los otros? (cf. 1 Jn 4, 11). Sólo practicando la caridad, también nosotros podremos participar en la alegría de nuestro Señor.
Que mejores palabras para darnos a entender que nuestros talentos, cualidades y capacidades tanto humanas como institucionales, han de estar al servicio de la caridad y de los más pobres. El Papa en su mensaje para este día nos ha dicho: “Hoy en día, desafortunadamente, mientras emerge cada vez más la riqueza descarada que se acumula en las manos de unos pocos privilegiados, con frecuencia acompañada de la ilegalidad y la explotación ofensiva de la dignidad humana, escandaliza la propagación de la pobreza en grandes sectores de la sociedad entera. Ante este escenario, no se puede permanecer inactivos, ni tampoco resignados. A la pobreza que inhibe el espíritu de iniciativa de muchos jóvenes, impidiéndoles encontrar un trabajo; a la pobreza que adormece el sentido de responsabilidad e induce a preferir la delegación y la búsqueda de favoritismos; a la pobreza que envenena las fuentes de la participación y reduce los espacios de la profesionalidad, humillando de este modo el mérito de quien trabaja y produce; a todo esto se debe responder con una nueva visión de la vida y de la sociedad”.
¡No nos dejemos engañar por el miedo, sino devolvamos confianza con confianza! El miedo nos puede privar de la bienaventuranza perfecta en el cielo. A la tarde de nuestra vida —como decía San Juan de la Cruz— seremos examinados en el amor.
“Benditas las manos que se abren para acoger a los pobres y ayudarlos: son manos que traen esperanza. Benditas las manos que vencen las barreras de la cultura, la religión y la nacionalidad derramando el aceite del consuelo en las llagas de la humanidad. Benditas las manos que se abren sin pedir nada a cambio, sin «peros» ni «condiciones»: son manos que hacen descender sobre los hermanos la bendición de Dios”. Benditos los talentos que son puestos al servicio del amor.
Veo que están presentes algunos de los miembros de Caritas Diocesana. Gracias por todo ese trabajo tan hermoso que hacen en pro de la caridad. Continúen dando testimonio de cómo se hace el bien, administrando con legalidad y transparencia, los bienes que los fieles y hombres de buena voluntad ofrecen al servicio del que menos tiene.
Me complace poder recibir y saludar, en esta Iglesia Madre, a los miembros del Movimiento Encutro para Novios, que celebra en esta ciudad durante estos dos días la Reunión Nacional de Equipos Eclesiales. Les animo para que inspirados en la palabra de Dios que hemos escuchado, continúen trabajando en la construcción de la civilización de la amor en esta etapa tan esencial para la vida de los matrimonios como los es el noviazgo. “todas las acciones pastorales tendientes a ayudar a los matrimonios a crecer en el amor y a vivir el Evangelio en la familia, son una ayuda inestimable para que sus hijos se preparen para su futura vida matrimonial” (cf. AL, 208).
Que como nos ha dicho el Papa Francisco: “Si deseamos ofrecer nuestra aportación efectiva al cambio de la historia, generando un desarrollo real, es necesario que escuchemos el grito de los pobres y nos comprometamos a sacarlos de su situación de marginación. Al mismo tiempo, a los pobres que viven en nuestras ciudades y en nuestras comunidades les recuerdo que no pierdan el sentido de la pobreza evangélica que llevan impresa en su vida”.
Que la Virgen María, modelo de caridad, nos ayude siempre para saber poner todos nuestros talentos al servicio de la caridad. Amén.
+ Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro