Santa iglesia Catedral, ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., a 18 de febrero de 2018.
Año Nacional de la Juventud
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Muy queridos alumnos y profesores de la Escuela de Música Sacra, y del Conservatorio de Música J. Gpe. Velázquez,
Hermanos y hermanas todos en el Señor:
Con alegría nos reunimos en esta mañana para celebrar esta santa Misa, agradecidos por Dios por tantas bendiciones, especialmente a lo largo de estos 126 años de existencia de la Escuela Diocesana de Música Sacra y del Conservatorio “José Guadalupe Velázquez”. Durante estos años, muchas han sido las cosas buenas que como instituciones académicas han ofrecido a la Iglesia, a la cultura, a la fe. La misión de instituciones como estas, no se puede entender sin la misión de la Iglesia y viceversa, no se puede entender la misión de la Iglesia sin el apoyo de estas nobles instituciones, pues la música genera cultura, y la cultura evangeliza.
En el contexto de la emergencia educativa en la cual nos encontramos, se acrecienta la demanda de instituciones que sepan formar a las nuevas generaciones en los valores que hacen trascender el espíritu, que forman a la persona, sí desde a técnica pero sobre todo desde el testimonio. Es necesaria una formación espiritual, una escuela de la fe a la luz del evangelio de Jesucristo, bajo la guía del Espíritu para vivir la experiencia de la paternidad de Dios. es necesario que en la formación profesional no solo se mire la parte retributiva sino lo mas importante, lo que nos hace sentir plenos.
Muchas felicidades a la Escuela Diocesana de Música Sacra y al Conservatorio “José Guadalupe Velázquez”, que al celebrar en este día está feliz efeméride, cada uno de ustedes —alumnos, profesores y personal administrativo— renueven el deseo de formar y formarse con el espíritu con el cual los padres fundadores gestaron y llevaron a la realidad estas nobles instituciones. Por el contrario, habremos traicionado los ideales que les dieron vida y razón de ser.
Hemos empezado junto con toda la Iglesia este itinerario cuaresmal, que nos conducirá al misterio central de nuestra fe: La Pascua del Señor. En este primer domingo de Cuaresma el Evangelio de san Marcos nos presenta de forma muy sintética la experiencia de Jesús en el desierto, porque desea invitarnos para que también nosotros vivamos nuestro desierto espiritual..
El Espíritu es la fuerza que ha impulsado a los Jueces y a los Profetas a realizar la misión que Dios les encomienda. En este caso, el Espíritu impulsa a Jesús al desierto, este impulso corresponde al Plan de Dios sobre Jesús. El desierto es signo del Éxodo, representa el lugar de la venida de la liberación de Dios, es en el desierto donde el Pueblo de Israel ha comenzado a existir como el pueblo escogido de Dios, por tanto, ir al desierto supone recordar el acontecimiento fundante, es en el desierto donde se puede recordar los orígenes y la identidad, pero es también en el desierto donde Israel ha experimento la prueba de verse al límite de sus fuerzas, donde vio probada su fe, y donde mostro de que estaba hecho realmente su corazón. Pues es en el desierto donde Israel dudo de Dios, su rebeldía le hizo cambiar al Dios de la vida por un buey que come pasto (cf. Sal 106,20). Es en el desierto donde Israel a causa de su rebeldía debe peregrinar durante cuarenta años para superar sus errores y prepararse para entrar en la tierra prometida. En seste sentido el profeta Oseas, Jeremías e Isaías hablaron de la necesidad de la vuelta al desierto como medio de purificación y conversión.
«Por eso voy a seducirla voy a llevarla al desierto y allí le hablaré a su corazón» (Os 2,16) el Dios de Oseas se queja porque su pueblo se ha olvidado por eso planea llevarlo al desierto para enamorarlo de nuevo y volver al comienzo, volver al comienzo de un encuentro donde las dificultades eran estímulo y germen de confianza fuerte y amor sincero. Jeremías escribirá: «Me acuerdo de ti, de la fidelidad de tu juventud, del amor de tu desposorio cuando andabas en pos de mí en el desierto (Jr 2,2).
El desierto es el lugar del primer amor y de la confianza fruto del amor, pero también el desierto es lugar de la dificultad, de la prueba y del peligro. Por eso san Marcos hará esta curiosa mención de las fieras y los ángeles que están cargadas de simbolismo, pues con estas dos figuras se sintetiza el drama de la existencia humana y la cercanía de Dios. Recodemos el Salmo 91,11-13 «A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en sus caminos, te llevarán en sus palmas para que no tropiece tu pie en la piedra caminarás sobre áspides y víboras, pisotearás leones y dragones». Jesús, en el desierto, sufre la tentación de Satanás y por si fuera poco tiene el peligro latente de ser devorado por las bestias. Pero Dios está a su lado, lo protege mediante sus ángeles, y hace que triunfe de todos los peligros. Los peligros representados por los animales y las falacias de la vida representadas por satanás realmente existen y no son eliminados por Dios, sino que por el contrario Dios nos ofrece su ayuda para no ser presa de ellos. Ver la vida de esta forma nos ayuda a tener una visión más realista de la existencia humana y a acrecentar nuestra confianza en Dios.
Estos elementos (la tentación, vivir con los animales, servicio de los ángeles) recuerdan al relato de Adán en el paraíso, tal como se contaba en las tradiciones rabínicas. De este modo, san Marcos presenta a Jesús como el nuevo Adán, que, a diferencia del primero, no sucumbe a la tentación, sino que la supera.
Al comenzar la Cuaresma, un tiempo que constituye un camino de preparación espiritual más intenso, Nuestra Madre la Iglesia nos ofrece una ocasión providencial para profundizar en el sentido y el valor de ser cristianos, Hijos de Dios. La Iglesia nos Invita a cada uno de nosotros, entrar impulsados por el Espíritu al desierto, es decir entrar en una dinámica de reflexión que nos ayude a tomar conciencia de nuestro ser, para recordar quien soy yo, de dónde vengo y hacia dónde voy, pues en medio de una sociedad tan agitada es común vivir de forma mecánica perdiendo el sentido profundo de nuestra existencia. Hacer un alto en nuestras vidas para entrar en el ‘desierto’ es decir con nuestro yo, nos ayudará a descubrir la gran riqueza de nuestra persona, pero también a reconocer las partes oscuras de nuestra vida, los sin sabores de la realidad y las incontables batallas de la cotidianidad. La Cuaresma es una invitación a tomar conciencia de la propia fragilidad para acoger la Gracia que libera del pecado e infunde nueva fuerza en Cristo, camino, verdad y vida. (cf. Ordo Initiationis Christianae Adultorum, n. 25). El primer domingo del itinerario cuaresmal subraya nuestra condición de hombre en esta tierra. La batalla victoriosa contra las tentaciones, que da inicio a la misión de Jesús, es una invitación a tomar conciencia de la complejidad de la vida, pero el drama de la existencia no se vive solo, Dios va junto a nosotros, saber y sentir esta realidad acrecienta nuestra fe, generadora de esperanza para seguir caminado. El impulso del Espíritu para ir al desierto, es una llamada decidida a recordar que la fe cristiana implica, siguiendo el ejemplo de Jesús y en unión con él, una lucha «contra los Dominadores de este mundo tenebroso» (Ef 6, 12), en el cual el diablo actúa y no se cansa, tampoco hoy, de tentar al hombre que quiere acercarse al Señor: Cristo sale victorioso, para abrir también nuestro corazón a la esperanza y guiarnos a vencer las seducciones del mal.
Queridos alumnos, profesores y personal administrativo, déjense guiar por el Espíritu de la cuaresma de tal forma que al final de estos días, su espíritu y su vida misma se vean seducidos por el amor de Dios que quiere hablarles al corazón y decirles lo mucho que los ama.
Tenemos entre nosotros el corazón de un gran santo, San Rafael Guizar y Valencia, Obispo de Xalapa, quien con su ejemplo de vida, supo ser un hombre de Dios, que buscó a los jóvenes y les inculcó el gusto por las cosas de Dios. Encomiéndense a él, y se darán cuenta que su vida se verá inducida hasta el encuentro con el Señor.
+ Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro