HOMILÍA EN LA SANTA MISA DE LAS ORDENACIONES DIACONALES.

Basilia de Nuestra Señora de los Dolores de Soriano, Soriano – Colón, Qro., a 14 de septiembre de 2019.

Año Jubilar Mariano

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Muy estimados sacerdotes,

Queridos ordenandos,

Queridos seminaristas,

Estimados miembros de la vida consagrada,

Queridos amigos y familiares,

Hermanos y hermanas todos en el Señor

1. Llenos de júbilo y de alegría nos hemos reunido en esta Basílica de Nuestra Señora de los Dolores de Soriano, para celebrar, en el contexto del Año Jubilar Mariano, esta Santa Misa en la cual, por la gracia de Dios y mediante la Sagrada Ordenación, queremos ordenar diáconos, a estos tres jóvenes seminaristas: Francisco Javier Aguillón Saavedra, José Alfredo Ibarra Yáñez y Carlos López Horta, conscientes que es Dios mismo quien en su Hijo Jesucristo, les ha llamado de manera muy especial para “ofrecer su vida y ministerio al servicio de la santidad” (cf. Jn 17, 6. 14-19), a fin de que sirviendo a sus hermanos, ejerzan en la Iglesia y en el mundo, el triple ministerio de la Liturgia, de la Palabra y de la Caridad. Agradezco al Rev. P. Alejandro Gutiérrez Buenrostro, Rector del Seminario, a quien saludo con afecto, la presentación que en nombre de la comunidad cristiana, me ha hecho de estos tres jóvenes; reconozco que las palabras y el significado de este gesto, conllevan un gran compromiso y una gran esperanza para toda la Iglesia. Gracias padre Rector, por el empeño de seguir presentando celosos dispensadores de los misterios de Dios.

2. Me alegra poder saludar personalmente a ustedes queridos papás de estos jóvenes. Sepan que su testimonio de vida, es y seguirá siendo para cada uno de ellos, una plataforma fundamental en su proceso de formación permanente. Pues la solidez humana y espiritual de cada sacerdote diocesano, no puede renunciar, ni prescindir de los lazos familiares que se han recibido en el seno familiar y que han sostenido la vida, a lo largo de todos estos años de formación. Gracias por apoyar a sus hijos en este proyecto que el Señor les ha confiado.

3. Saludo a cada uno de los seminaristas, animándoles a no tener miedo de seguir al Señor. Les invito para que la consagración que el día de hoy harán a Nuestra Señora de los Dolores, la hagan conscientes que Ella es la gran formadora de la vocación sacerdotal.

4. Al celebrar esta sagrada ordenación, tan rica en sus gestos y tan profunda en su significado, deseo reflexionar con todos ustedes los aquí presentes, algunos elementos, tanto de la liturgia de la Palabra como de la celebración misma, de manera que nos ayuden a comprender la naturaleza y el significado del diaconado, con el firme propósito que estos jóvenes puedan contemplar la gracia que reciben y a partir de ella, puedan vivir un estilo de vida diaconal.

5. La tradición cristiana nos enseña que los diáconos asumen esta llamado, específicamente cuando ejercen con alegría y generosidad la predicación del evangelio, cuando colaboran con el sacerdote para ofrecer el culto perfecto y agradable a Dios y, cuando hacen visible la misericordia de Dios en el ejercicio de la caridad entre los más pobres, los que sufren y los enfermos. En efecto, los diáconos, por su manera de participar en la única misión de Cristo, realizan sacramentalmente esta misión al modo de un servicio auxiliar. Ellos son «icona vivens

Christi servi in Ecclesia», manteniendo precisamente en cuanto tal, un vínculo constitutivo con el ministerio sacerdotal al que prestan su ayuda (cf. LG, n. 41). El servicio que ellos prestan en la Iglesia, no es un servicio cualquiera: su servicio pertenece al sacramento del Orden en cuanto colaboración estrecha con el obispo y con los presbíteros, en la unidad de la misma actualización ministerial de la misión de Cristo.

6. En este sentido es importante darnos cuenta que el ministerio que los diáconos desempeñan en la Iglesia, no es una realidad transitoria, que se realiza por unos cuantos meses mientras se recibe la ordenación sacerdotal. Es fundamental entender que «La naturaleza íntima de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios (kerygma-martyria), celebración de los Sacramentos (leiturgia) y servicio de la caridad (diakonia) y por ende, una misión de la Iglesia a la que hoy no se puede renunciar sencillamente.

7. La nueva evangelización, que quiere responder a la impostergable renovación eclesial, necesita que también los que son elegidos para el diaconado, asuman la misionariedad como la norma de vida que guie sus acciones, sus actitudes y todo su ministerio pastoral, de manera que “La alegría del Evangelio llene el corazón y la vida entera de los que se encuentren con Jesús” (EG, 1). Para lograr esto, es necesario que ustedes, queridos ordenandos, sean realmente hombres de la palabra, hombres de oración y hombres de caridad. ¿Qué significa esto?:

a. Hombres de la palabra: el rito de la ordenación, del cual en unos momentos seremos testigos, prescribe que al recién ordenado se le entregue el libro de los evangelios, diciéndole al mismo tiempo: “Recibe el Evangelio de Cristo, del cual has sido constituido mensajero; esmérate en creer lo que lees, enseñar lo que crees y vivir lo que enseñas”. (cf. Ritual de órdenes, p. 187). Con la finalidad de poner de manifiesto que no se puede entender el ministerio de los diáconos sin la estrecha relación con la palabra. Con la palabra, nuestro Señor se ganó el corazón de la gente. Venían a escucharlo de todas partes (cf. Mc 1,45). Se quedaban maravillados bebiendo sus enseñanzas (cf. Mc 6,2). Sentían que les hablaba como quien tiene autoridad (cf. Mc 1,27). Con la palabra, los Apóstoles, a los que instituyó «para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar» (Mc 3,14), atrajeron al seno de la Iglesia a todos los pueblos (cf. Mc 16,15.20) (cf. EG, 136). El predicador «debe ser el primero en tener una gran familiaridad personal con la Palabra de Dios: no le basta conocer su aspecto lingüístico o exegético, que es también necesario; necesita acercarse a la Palabra con un corazón dócil y orante, para que ella penetre a fondo en sus pensamientos y sentimientos y engendre dentro de sí una mentalidad nueva» (EG, 149). A ustedes queridos ordenandos, les exhorto para que amen de corazón el evangelio. Que ninguna acción en su ministerio se vea carente del mensaje que brota de las páginas sagradas. Nuestro pueblo siente necesidad que le hablemos de un Dios que conocemos y con el cual tenemos cercanía en su palabra.

b. “Hombres de oración”: Los evangelistas nos dicen que el Señor en muchas ocasiones -durante noches enteras- se retiraba «al monte» para orar a solas. También nosotros necesitamos retirarnos a ese «monte», el monte interior que debemos escalar, el monte de la oración. Sólo así se desarrolla la amistad. Sólo así ustedes ordenandos podrán vivir en plenitud; sólo así podrán llevar a Cristo y su Evangelio a los hombres. El simple activismo puede ser incluso heroico. Pero la actividad exterior, en resumidas cuentas, queda sin fruto y pierde eficacia si no brota de una profunda e íntima comunión con Cristo. El tiempo que dedicamos a esto es realmente un tiempo de actividad pastoral, de actividad auténticamente pastoral. Los diáconos deben ser sobre todo hombres de oración. El mundo, con su

activismo frenético, a menudo pierde la orientación. Su actividad y sus capacidades resultan destructivas si fallan las fuerzas de la oración, de las que brotan las aguas de la vida capaces de fecundar la tierra árida. Con esta razón el obispo antes de la oración pregunta a los ordenandos: “¿Quieren conservar y acrecentar el espíritu de oración, tal como corresponde a su género de vida, y fieles a este espíritu, celebrar la liturgia de las horas, según su condición, junto con el pueblo de Dios y en beneficio suyo y de todo el mundo?” (cf. Ritual de órdenes, p. 170). Queridos ordenados: No descuiden esto que sin duda será lo más importante y lo más serio de todo su ministerio. Recuerden que lo harán en nombre de la Iglesia y por lo tanto: su voz será la voz de muchos; sus intenciones serán las intenciones de muchos. Háganlo con alegría. Háganlo con devoción. Háganlo con maestría. No lo descuiden. Más aún, sean modelo de la grey. El mundo tiene necesidad de Dios, no de un dios cualquiera, sino del Dios de Jesucristo, del Dios que se hizo carne y sangre, que nos amó hasta morir por nosotros, que resucitó y creó en sí mismo un espacio para el hombre. Este Dios debe vivir en nosotros y nosotros en él.

c. “Hombres de la caridad”: no sólo la predicación y la liturgia son esenciales para la Iglesia y para el ministerio de la Iglesia, sino que lo es igualmente el servicio de la caridad –en sus múltiples dimensiones– por los pobres, por los necesitados. Sin embargo, es importante saber algo fundamental: “Ustedes no han de inspirarse en los esquemas que pretenden mejorar el mundo siguiendo una ideología, sino dejarse guiar por la fe que actúa por el amor (cf. Ga 5, 6). Han de ser, pues, personas movidas ante todo por el amor de Cristo, personas cuyo corazón ha sido conquistado por Cristo con su amor, despertando en ellos el amor al prójimo. El criterio inspirador de su actuación debería ser lo que se dice en la Segunda carta a los Corintios: «Nos apremia el amor de Cristo» (5, 14). La conciencia de que, en Él, Dios mismo se ha entregado por nosotros hasta la muerte, tiene que llevarnos a vivir no ya para nosotros mismos, sino para Él y, con Él, para los demás. Quien ama a Cristo ama a la Iglesia y quiere que ésta sea cada vez más expresión e instrumento del amor que proviene de Él. (cf. Deus caritas est, 33). Por tanto, en la actividad caritativa, no deben limitarse a una mera recogida o distribución de fondos, sino que deben prestar siempre especial atención a la persona que se encuentra en situación de necesidad y llevar a cabo asimismo una preciosa función pedagógica en la comunidad cristiana, favoreciendo la educación a la solidaridad, al respeto y al amor según la lógica del Evangelio de Cristo. En efecto, en todos sus ámbitos, la actividad caritativa de la Iglesia debe evitar el riesgo de diluirse en una organización asistencial genérica, convirtiéndose simplemente en una de sus variantes. Queridos ordenandos existen muchísimas formas de ejercer la caridad. No les de asco ensuciarse las manos con la saliva de los niños con alguna deficiencia. No les de miedo tocar la miseria de tantos enfermos que sufren la soledad o el abandono. No les dé ansia acompañar los procesos de tantos jóvenes que sin saber por dónde ir, viven sumidos en las drogas, las nuevas esclavitudes o simplemente el sinsentido de vivir. Que nos les de asco, miedo y ansia, ser misericordiosos como el Padre.

8. Queridos ordenandos: tengan la certeza que en este ministerio que se les confía, les acompañará de manera muy especial la Santísima Virgen María, Nuestra Señora de los Dolores de Soriano. Vivan unidos a Ella; en su corazón, déjense acompañar y verán que aquella sentencia que dice: “UN SIERVO DE MARÍA, NUNCA PERECERÁ”, se cumplirá en ustedes. Amén.

+ FAUSTINO ARMENDÁRIZ JIMÉNEZ

IX Obispo de Querétaro