Templo Parroquial de la Parroquia Santa María, Amealco, Qro., 11Agosto de 2018.
Año Nacional de la Juventud
***
Estimados hermanos sacerdotes,
Estimados diáconos
Estimado Diác. Édgar,
Queridos miembros de la vida consagrada,
Queridos laicos,
Hermanos y hermanas todos en el Señor:
- Con gran gozo celebramos en esta mañana de sábado, la Santa Misa en la cual le pediremos a Dios que nos asista con su gracia para que, mediante la imposición de las manos y la oración consecratoria, derrame en el corazón de este joven diacono Édgar Nava Pérez, sx., el “Espíritu de Santidad” y así, quede constituido sacerdote para siempre, a fin de ejercer el sacerdocio de Jesucristo, en medio del pueblo al que será enviado, bajo el carisma propio de los Misioneros Xaverianos; “haciendo del mundo una sola familia”, especialmente en los países y regiones donde el evangelio de la cruz aún no ha sido anunciado o donde por el secularismo ha sido abandonado o rechazado.
- La palabra de Dios que acabamos de escuchar, nos presenta una serie actitudes que nos ayudan a entender el misterio que hoy celebramos y la misión que de él se desprende. Quiero invitarles a fijarnos en lo siguiente:
Tanto en el evangelio como en la segunda lectura, vemos una actitud que no podemos perder de vista: la “urgencia”. San Lucas comenzó diciendo “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con ustedes, antes de padecer” (Lc 22,15). Jesús tuvo grandes deseos de ir al encuentro de aquella hora. Anhelaba en su interior ese momento en el que se iba a dar a los suyos bajo las especies del pan y del vino. Esperaba aquel momento que tendría que ser en cierto modo el de las verdaderas bodas mesiánicas: la transformación de los dones de esta tierra y el llegar a ser uno con los suyos, para transformarlos y comenzar así la transformación del mundo. En el deseo de Jesús podemos reconocer el deseo de Dios mismo, su amor por los hombres, por su creación, un amor que espera. El amor que aguarda el momento de la unión, el amor que quiere atraer hacia sí a todos los hombres, cumpliendo también así lo que la misma creación espera; en efecto, ella aguarda la manifestación de los hijos de Dios (cf. Rm 8,19). Jesús nos desea, nos espera. San Pablo por su parte, cautivado por el amor de Cristo expresa: “El amor de Cristo nos apremia” (2 Cor 5, 14). He ahí lo que no le deja descansar, lo que le impele a una concreta entrega a la obra apostólica, lo que es causa de sus locuras y de sus corduras.
- Ambas expresiones reflejan el deseo de quien ha entendido el plan de Dios, más aún, expresan el deseo de quien se ha dejado cautivar por Dios y desea que su obra y su voluntad sean llevadas a cabal cumplimento. Ambas expresiones tiene de fondo el convencimiento de que “Dios sea todo en todos” (1 Cor 15, 28).
- Diacono Edgar, ésta deberá ser la actitud que rija tu vida: “Desear ardientemente que la obra de Dios, sea toda en todos”, de tal forma que la “caridad de Cristo te urja”, para no perder tiempo ni esfuerzos en ser un misionero que anuncie el misterio de la Redención. Especialmente cuando —como nos lo ha catequizado el Papa Francisco— “Parece que al hombre de hoy ya no le guste pensar que ha sido liberado y salvado por una intervención de Dios; el hombre de hoy, en efecto, se ilusiona con la propia libertad como fuerza para obtenerlo todo. Hace alarde también de esto. Pero en realidad no es así. ¡Cuántas fantasías son vendidas bajo el pretexto de la libertad y cuántas nuevas esclavitudes se crean en nuestros días en nombre de una falsa libertad! … Muchos, muchos esclavos. ¡Son esclavos! Nos convertimos en esclavos en nombre de la libertad” (Catequesis del día 10 de septiembre de 2016). El amor de Dios no tiene límites: podemos descubrir señales siempre nuevas que indican su atención hacia nosotros y sobre todo su voluntad de alcanzarnos y precedernos. Toda nuestra vida, incluso viéndose marcada por la fragilidad del pecado, está bajo la mirada de Dios que nos ama.
- El Papa Francisco nos ha dicho en reiteradas alocuciones que, en nuestros tiempos prolifera una especie de neo-pelagianismo, para el cual el individuo realmente autónomo, pretende salvarse a sí mismo, sin reconocer que depende en lo más profundo de su ser, de Dios y de los demás. En este sentido el sacerdocio, hoy más que nunca, está llamado a ser un don al servicio de la redención, ofreciendo cada día el pan como pan verdadero y el cáliz como la bebida verdadera capaces de dar la salvación . Jesús lo dijo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes” (v. 19); “Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por ustedes” (v. 20). La Tradición nos enseña que estas palabras son dichas en primera persona por el sacerdote, porque cuando el sacerdote actúa, actúa en la persona de Cristo. “Es al mismo Cristo Jesús, Sacerdote, a cuya sagrada persona representa el ministro. Este, ciertamente, gracias a la consagración sacerdotal recibida se asimila al Sumo Sacerdote y goza de la facultad de actuar por el poder de Cristo mismo (a quien representa)” (Pío XII, Enc. Mediator Dei). Sin embargo, el sacerdocio ministerial no tiene solamente por tarea representar a Cristo –Cabeza de la Iglesia– ante la asamblea de los fieles, actúa también en nombre de toda la Iglesia cuando presenta a Dios la oración de la Iglesia (cf. SC 33) y sobre todo cuando ofrece el Sacrificio Eucarístico (cf. LG 10).
- Diacono Edgar, Dios te unge hoy con su Espíritu para que lo re-presentes en medio de la comunidad, por eso se te va a revestir con los ornamentos sacerdotales, que son un “signo” que denota tu nueva dignidad e identidad; un estilo de vida; una forma de ser. Pero además, el Señor te ungirá las manos para que constituido sacerdote, seas capaz de entrar en el Santuario de Dios y así, ofrecer y llevar contigo las suplicas, penas y sufrimientos, las alegrías y las esperanzas de la gente; por eso se te va a entregar el cáliz con el vino y la patena con el pan, que son la ofrenda del pueblo santo. Procura que nunca te presentes ante Dios, sin tus vestiduras sacerdotales, que denotan un estilo de vida en tus costumbres, en tus gestos y actitudes; procura, también, que nunca subas al altar con las manos vacías, que siempre que celebres la Santa Misa, vayas cargando lo que en el caminar de la misión vayas recogiendo. Procura ir más allá de lo rutinario y la comodidad. Procura, con curiosidad evangélica, escrutar los nuevos escenarios en los cuales de manera principal los jóvenes visitan, buscando encontrarse con algo que sea suficientemente sólido para su vida, capaz de darles plenitud. Que como Jesús, también tú, ansíes celebrar con ellos la pascua; que como san Pablo, “la caridad de Cristo te urja” para que cada vez más, sean muchos los que renueven sus vidas a la luz del misterio pascual. No tengas miedo, como Jeremías, que se sentía un muchacho; recuerda que el Señor hoy te regala el Espíritu de Santidad, has de él tu fuerza, pero también tu gloria. El Señor hoy extiende su mano y te toca la boca; y te dice: «Mira: yo pongo mis palabras en tu boca» (Jr 1, 9).
- Que el ejemplo y testimonio de San Guido María Conforti, te anime para que como él también tú, al contemplar la cruz, veas abrirse, de par en par, el horizonte del mundo entero y descubras el «urgente» deseo, escondido en el corazón de todo hombre, de recibir y acoger el anuncio del único amor que salva.
- Que la Santísima Virgen María, quien sin duda ha estado muy de cerca en tu proceso formativo, sea también en tu sacerdocio, el modelo de discípula misionera. Amén.
+ Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro