HOMILÍA EN LA NOCHE SANTA DE LA NAVIDAD 2018.

HOMILÍA EN LA NOCHE SANTA DE LA NAVIDAD

Santa Iglesia Catedral, Ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., a 24 de diciembre de 2018.

                                                          Hermanos y hermanas todos en el Señor,                                                                                                                                           

 

  1. Con gran júbilo y alegría esta noche santa, la palabra de Dios ha vuelto resonar en este lugar con el anuncio de la Navidad: “Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado” (Is 9, 1.6); “Él se entregó por nosotros para redimirnos de todo pecado y purificarnos, a fin de convertirnos en pueblo suyo, fervorosamente entregado a practicar el bien” (Tit 2, 14). “Él es el Salvador; Él es el Mesías” (Lc 2, 1-14). ‘Palabra’ que no por el hecho de haber sido escrita hace más de dos mil años, ha perdido su eficacia, realidad, belleza y contenido; al contrario, el hecho de poder escucharla en esta noche con tal claridad, manifiesta que la ‘cualidad’ de su fuerza está en su significado y en su contenido, es decir, es Cristo mismo, palabra de Dios hecha carne (Jn 1,3); la Verdad revelada que sale de la boca de Dios, en la cual y mediante la cual, todo existe y todo se sostiene “desde el principio” (Gn 1,1); “Todo fue creado por él y para él” (Col 1, 15).

  1. Los patriarcas y los profetas supieron acogerla de tal forma que convencidos de su verdad, prepararon el camino para que en el seno de la Virgen Madre, dejase de ser una palabra escrita y muda, y se convirtiese en Verbo encarnado y vivo (cf. VD, 7). Esta Palabra es Jesucristo, el Verbo eterno, el Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglo y consustancial a él; pero al mismo tiempo, cuando llegó la plenitud de los tiempos, nació de María Virgen, haciéndose semejante a nosotros. “Dios ha cumplido su palabra y la ha abreviado” (Is 10,23; Rm 9,28)… El Hijo mismo es la Palabra…; la Palabra eterna se ha hecho pequeña, tan pequeña como para estar en un pesebre. Se ha hecho niño para que la Palabra esté a nuestro alcance. Desde entonces, la Palabra no sólo se puede oír, no sólo tiene una voz, sino que tiene un rostro que podemos ver: Jesús de Nazaret” (VD, 12).

  1. El proyecto salvífico de Dios se hace radical en la decisión de la Encarnación: la misión del Hijo de Dios de hacerse hombre, por obra del Espíritu Santo, para enseñarnos a amar al Padre bueno como él y amar al prójimo, como hermanos en él. Esto es la instauración del Reino de Dios en el mundo que ha comenzado ya con su presencia y que espera su consumación. El Reino es Jesús mismo en su donación a nosotros por amor incondicional, para hacernos hijos y hermanos e incorporarnos, desde nuestra respuesta libre, a su intimidad divina. Dios ha entrado en la historia de la humanidad y en cuanto hombre se ha convertido en sujeto suyo… a través de la Encarnación, Dios ha dado a la vida humana la dimensión que quería dar al hombre desde sus comienzos y la ha dado de manera definitiva –de modo peculiar a él solo, según su eterno amor y misericordia, con toda la humanidad con toda la libertad divina (RH, 1). El Redentor vino al mundo para mostrarnos al Padre al modo humano, es decir, mostrarnos a alguien a quien podamos llamar: “Abbá”, es decir, “Padre”, de quien recibimos la vida. Por eso la vida entera de Jesús es redentora, sus opciones, sus pasiones, sus relaciones, sus decisiones.

  1. Queridos hermanos, esta es la belleza y la dignidad de la Navidad. Este es el significado y el contenido de la fiesta que hoy celebramos. La genuinidad de la Navidad se entiende cuando comprendemos y experimentamos que “la especificidad del cristianismo se manifiesta en el acontecimiento Jesucristo, culmen de la Revelación, cumplimiento de las promesas de Dios y mediador del encuentro entre el hombre y Dios. Él, que nos ha revelado a Dios (cf. Jn 1,18), es la Palabra única y definitiva entregada a la humanidad” (VD, 14).
  2. La invitación a la que la liturgia solemne de esta noche nos hace, en el anuncio de los Ángeles a los pastores (Lc 2, 13), es a que “contemplemos” este misterio en la Palabra, en los sacramentos, en la música y en los cantos. De tal forma que creamos en su eterna novedad. “No podemos cansarnos de repetir que él es nuestra verdad y la verdad que tenemos para comunicar al hombre de hoy, al Querétaro de hoy, al México de hoy… “¡Hay que volver a Jesús!” “¡Hay que conocerlo como si fuera la primera vez que oímos hablar de él!” “¡Hay que recuperar sus palabras como buenas y como nuevas!” Hay que redescubrir la pasión que envolvió a aquellos que lo escucharon y que transformaron su vidas por Él; en sus palabras vivas y frescas, encontraron un tesoro por el que todo lo demás podía ser dejado de lado” (cf. Proyecto Global de Pastoral, CEM, n. 111). Se trata de una novedad inaudita y humanamente inconcebible: “Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros” (Jn1, 14a). La Palabra aquí no se expresa principalmente mediante un discurso, con conceptos o normas. Aquí nos encontramos ante la persona misma de Jesús. Su historia única y singular es la palabra definitiva que Dios dice a la humanidad. Así se entiende por qué «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. La renovación de este encuentro y de su comprensión produce en el corazón de los creyentes una reacción de asombro ante una iniciativa divina que el hombre, con su propia capacidad racional y su imaginación, nunca habría podido inventar (cf. VD, 11).

  1. En esta visión, cada uno de nosotros se presenta como el destinatario de la Palabra, interpelado y llamado a entrar en este diálogo de amor mediante su respuesta libre. Dios nos ha hecho a cada uno capaces de escuchar y responder a la Palabra divina. En este diálogo con Dios nos comprendemos a nosotros mismos y encontramos respuesta a las cuestiones más profundas que anidan en nuestro corazón. La Palabra de Dios, en efecto, no se contrapone a nuestros planes y proyectos, ni acalla nuestros deseos auténticos, sino que más bien los ilumina, purificándolos y perfeccionándolos. Qué importante es descubrir en la actualidad que sólo Dios responde a la sed que hay en el corazón de todo ser humano. En nuestra época se ha difundido lamentablemente, la idea de que Dios es extraño a la vida y a los problemas del hombre y, más aún, de que su presencia puede ser incluso una amenaza para su autonomía. En realidad, toda la economía de la salvación nos muestra que Dios habla e interviene en la historia en favor nuestro y de nuestra salvación integral. Por tanto, es decisivo así experimentarlo, saboreando la capacidad que tiene la Palabra de Dios para dialogar con nuestros problemas que hemos de afrontar en la vida cotidiana. Jesús se presenta precisamente como Aquel que ha venido para que tengamos vida en abundancia (cf. Jn 10,10). Por eso, debemos hacer cualquier esfuerzo para experimentar la Palabra de Dios como una apertura a los propios problemas, una respuesta a nuestros interrogantes, un ensanchamiento de los propios valores y, a la vez, como una satisfacción de las propias aspiraciones.

  1. En la Palabra de Dios, proclamada y escuchada, Jesús nos dice hoy, aquí y ahora, a cada uno: «Yo soy tuyo, me entrego a ti», esperando que cada uno le respondamos también: «Yo soy tuyo, te acojo y te recibo en mi corazón, de tal forma que también yo pueda llegar a ser hijos de Dios», pues como dice el prólogo de san Juan “a los que lo recibieron les dio poder llegar a ser hijos de Dios” (Jn 1,12). Debemos sentirnos agradecido con Dios que nos ha llamado al conocimiento de su verdad, al conocimiento de su amor, al conocimiento de su proyecto de salvación. Dejemos que sea la palabra de Dios la que atreves de nuestros oídos, entre en lo ms íntimo de nuestro ser, para que lo fecunde y lo renueve. Dejemos que sea la gracia la que nos trasforme, nos santifique y nos salve. Dejemos que se la Palabra la que nos haga hijos de Dios.

  1. Una cosa es necesaria: el silencio. La Palabra sólo puede ser pronunciada y oída en el silencio, exterior e interior. Nuestro tiempo quizá no favorece el recogimiento, y se tiene a veces la impresión de que hay casi temor de alejarse de los instrumentos de comunicación de masa, aunque solo sea por un momento. Hace días escuchaba un noticiero que decía que hoy se habla de una nueva enfermedad mental: la “nomofobia”, “adición al celular”, al grado de tener miedo de salir de casa sin el teléfono móvil. Hagamos silencio para escuchar la Palabra de Dios y meditarla, para que ella, por la acción eficaz del Espíritu Santo, siga morando, viviendo y hablándonos a lo largo de todos los días de nuestra vida. Hagamos el silencio necesario en nuestra vida y en nuestro corazón para que la palabra de Dios resuene con fuerza sin perder su parresía y su impronta.

  1. Deseo que cada uno de ustedes, sus seres queridos y todos aquellos con quien tienen alguna relación, experimenten que efectivamente: “Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado” (Is 9, 1.6); “Él se entregó por nosotros para redimirnos de todo pecado y purificarnos, a fin de convertirnos en pueblo suyo, fervorosamente entregado a practicar el bien” (Tit 2, 14). “Él es el Salvador; Él es el Mesías” (Lc 2, 1-14). Muchas felicidades. Felices fiestas de Navidad. Amén.

+ Faustino Armendáriz Jiménez

IX Obispo de Querétaro