Homilía en la Misa en EWTN

Lunes 7 de Octubre de 2013, Oficina centrales de EWTN, Alabama, EUA.
Annus Fidei

Queridos hermanos y hermanas todos en el Señor,
muy queridos televidentes:

 

1. Al reunirnos en esta mañana para celebrar nuestra fe en el Señor resucitado, recordamos la memoria de Nuestra Señora del Rosario. Memoria que entró en la liturgia por disposición del papa dominico Pío V en 1572, como acto de reconocimiento a Nuestra Señora, a cuya intervención se atribuyó la victoria de la flota cristiana sobre la turca, el 7 de octubre de 1571. Esta celebración litúrgica nos permite profundizar en el misterio de la encarnación para acompañar de la mano de María,  a Cristo, en la contemplación de su pasión y muerte y, poder llegar así a la gloria de la resurrección (cf. Or. Colecta). Les saludo a todos ustedes los aquí presentes, de modo muy especial saludo a quienes se unen a esta Eucaristía a través de la Radio y la Televisión. Agradezco de corazón la oportunidad de estar aquí y poder escuchar juntos la palabra de Dios y alimentarnos de su Cuerpo y de su Sangre.

2. El Evangelio que escuchamos en este día se abre con la pregunta que un doctor de la Ley plantea a Jesús: «Maestro, ¿qué he de hacer para conseguir la vida eterna?» (Lc 10, 25). Sabiéndole experto en Sagrada Escritura, el Señor invita a aquel hombre a dar él mismo la respuesta, que de hecho este formula perfectamente citando los dos mandamientos principales: amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo. Entonces, el doctor de la Ley, casi para justificarse, pregunta: «Y ¿quién es mi prójimo?» (Lc 10, 29). Esta vez, Jesús responde con la célebre parábola del «buen samaritano» (cf. Lc 10, 30-37), para indicar que nos corresponde a nosotros hacernos «prójimos» de cualquiera que tenga necesidad de ayuda. El samaritano, en efecto, se hace cargo de la situación de un desconocido a quien los salteadores habían dejado medio muerto en el camino, mientras que un sacerdote y un levita pasaron de largo, tal vez pensando que al contacto con la sangre, de acuerdo con un precepto, se contaminarían. La parábola, por lo tanto, debe inducirnos a transformar nuestra mentalidad según la lógica de Cristo, que es la lógica de la caridad: Dios es amor, y darle culto significa servir a los hermanos con amor sincero y generoso.

3. Queridos hermanos y hermanas, este relato del Evangelio nos ofrece el «criterio de comportamiento», mediante el cual los creyentes en Cristo hemos de vivir y de actuar ante la vida y ante las necesidades y sufrimientos de los demás; además nos muestra, la universalidad del amor que se dirige al necesitado encontrado “casualmente” quienquiera que sea» (cf. Deus caritas est, 25). Junto a esta regla universal, existe también una exigencia específicamente eclesial: que «en la Iglesia misma como familia, ninguno de sus miembros sufra por encontrarse en necesidad». El programa del cristiano, aprendido de la enseñanza de Jesús, es un «corazón que ve» dónde se necesita amor y actúa en consecuencia (cf. Lc 10, 31). Por ello, “Mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe” (Ga 6, 10). Es necesario, como el samaritano, salir de nuestro camino y entrar en la ruta del otro; dejar de lado nuestros proyectos y detenerse ante la vida maltratada y los rostro que sufren; abrir los ojos y guiarse sin prejuicios; tener un corazón compasivo y un actuar inteligente.

4. La espiritualidad cristiana tiene como característica el deber del discípulo de configurarse cada vez más plenamente con su Maestro (cf. Rm 8, 29; Flp 3, 10. 21). En este sentido, la celebración de este día nos enseña que el santo rosario se convierte en “la escuela de Jesús”, pues nos ayuda a crecer cada vez más en la configuración de los pensamientos, los sentimientos y los modos de ser y pensar según Jesucristo, que se entregó hasta el extremo de la cruz por amor a nosotros, ejerciendo el servicio de la caridad con su propia vida, pagando el precio de nuestra vida y de nuestra carne. La repetición favorece el deseo de una configuración cada vez más plena con Cristo, verdadero ‘programa’ de la vida cristiana. El Rosario nos ayuda a crecer en esta configuración hasta la meta de la santidad. Hoy, es necesario que como discípulos de Jesús, aprendamos, a actuar como él, sobretodo en el ejercicio de su caridad. Pues “el amor —caridad— siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa” (cf. Deus caritas est, 28).

5. La Virgen del Rosario continúa ensenándonos de este modo su obra de anunciar a Cristo. La historia del Rosario muestra cómo esta oración ha sido utilizada especialmente por los Dominicos, en un momento difícil para la Iglesia a causa de la difusión de la herejía. Hoy estamos ante nuevos desafíos. ¿Por qué no volver a tomar en la mano las cuentas del rosario con la fe de quienes nos han precedido? El Rosario conserva toda su fuerza y sigue siendo un recurso importante en el bagaje pastoral de todo buen evangelizador.

6. Les invito a que amemos de corazón el santo rosario. A los papás, les invito a rezarlo en familia; a los jóvenes, les propongo esta herramienta para que aprendan a vivir según Cristo y puedan ser felices; a los enfermos, les aconsejo que en el lecho el dolor se unan  a la pasión de Jesús, mediante la contemplación de los misterios de dolor.

7. El Beato Bartolomé Longo cuando recitaba el Rosario solía decir: «Oh Rosario bendito de María, dulce cadena que nos une con Dios, vínculo de amor que nos une a los Ángeles, torre de salvación contra los asaltos del infierno, puerto seguro en el común naufragio, no te dejaremos jamás. Tú serás nuestro consuelo en la hora de la agonía. Para ti el último beso de la vida que se apaga. Y el último susurro de nuestros labios será tu suave nombre, oh Reina del Rosario, oh Madre nuestra querida, oh Refugio de los pecadores, oh Soberana consoladora de los tristes. Que seas bendita por doquier, hoy y siempre, en la tierra y en el cielo» (Beato Bartolo Longo, Storia del Santuario di Pompei, Pompei 1990, p.59). Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro