Homilía en la Misa del XXV Aniversario Sacerdotal del Pbro. José Rufino Hurtado Reyna

La Peñita, Atarjea, Gto., 14 de agosto de 2015

Año de la Pastoral de la Comunicación – Año de la Vida Consagrada

 

Estimados hermanos sacerdotes,

muy querido P. José Rufino Hurtado Reyna,  

estimados miembros de la vida consagrada,

queridos laicos,

hermanos y hermanas todos en el Señor:

 

1. Al encontrarnos reunidos en esta tarde para celebrar juntos el XXV Aniversario de Ordenación Sacerdotal del P. José Rufino Hurtado Reyna, les saludo a todos ustedes en el Señor Jesucristo, el Gran sacerdote de la Nueva Alianza (cf. Hb 8, 6). Quien ha hecho de nosotros un pueblo de sacerdotes. Agradezco al Padre Rufino la amable invitación queme ha hecho, para unirme a su acción de gracias por el extraordinario don que la providencia de Dios le ha permitido vivir durante estos 25 años de servicio ministerial y de entrega pastoral. Sin duda que Dios, sabe y reconoce lo que Usted guarda en su corazón sacerdotal. Muchas felicidades, que el Señor le siga fortaleciendo para seguir siendo presencia viva de su amor entre los hombres.

2. En el salmo responsorial que hemos cantado en esta santa Misa hemos dicho: “Demos gracias al Señor porque él es bueno” (Sal, 135). Texto mediante el cual el judaísmo cantaba y entonaba el “gran Hallel”, es decir, la alabanza solemne y grandiosa durante la liturgia pascual, reconociendo  la fidelidad, la lealtad, el amor y, evidentemente, la misericordia de Dios a lo largo de sus días. En el tiempo de la “humillación”, o sea, de las sucesivas pruebas y opresiones, Israel descubrió siempre la mano salvadora del Dios de la libertad y del amor.  Dios se manifestó siempre como una persona que amó a sus criaturas, veló por ellas, las siguió en el camino de la historia y sufriendo por las infidelidades que a menudo el pueblo opuso a su amor misericordioso y paterno. También en el tiempo del hambre y de la miseria el Señor entró en escena para ofrecer el alimento a toda la humanidad, confirmando su identidad de creador. Esto es lo que la relectura cristiana del salmo proclama de modo límpido, como testimonian los Padres de la Iglesia, que ven la cumbre de la historia de la salvación y el signo supremo del amor misericordioso del Padre en el don del Hijo, como salvador y redentor de la humanidad, ejerciendo el sacerdocio único y definitivo (cf. Jn 3, 16). San Cipriano escribe al respecto: «Amadísimos hermanos, muchos y grandes son los beneficios de Dios, que la bondad generosa y copiosa de Dios Padre y de Cristo ha realizado y siempre realizará para nuestra salvación; en efecto, para preservarnos, darnos una nueva vida y poder redimirnos, el Padre envió al Hijo; el Hijo, que había sido enviado, quiso ser llamado también Hijo del hombre, para hacernos hijos de Dios:  se humilló, para elevar al pueblo que antes yacía en la tierra, fue herido para curar nuestras heridas, se hizo esclavo para conducirnos a la libertad a nosotros, que éramos esclavos. Aceptó morir, para poder ofrecer a los mortales la inmortalidad. Estos son los numerosos y grandes dones de la divina misericordia» (Trattati:  Collana di Testi Patristici, CLXXV, Roma 2004, p. 108).

3. Queridos hermanos y hermanas, el salmo que hemos cantado y que estamos meditando, sirve para despertar en nosotros también el recuerdo del bien, de tanto bien que el Señor nos ha hecho y nos hace, y para que podamos ver si nuestro corazón se hace más atento: en verdad, la misericordia de Dios es eterna, está presente día tras día. La invitación del salmista, expresa muy bien el sentido de esta celebración eucarística: nos hemos reunido para alabar y bendecir al Señor por que ha sido bueno con nosotros regalándonos el don del sacerdocio. Este gran don de Dios que a lo largo de la  historia personal, comunitaria y eclesial, nos permite conocer a Dios y estrechar lazos de amistad con él. El mundo tiene necesidad de Dios, no de un dios cualquiera, sino del Dios de Jesucristo, del Dios que se hizo carne y sangre, que nos amó hasta morir por nosotros, que resucitó y creó en sí mismo un espacio para el hombre. Este Dios tiene que vivir en nosotros y nosotros en él. Esta es nuestra llamada sacerdotal: sólo así nuestra acción de sacerdotes puede dar fruto. Dios ha querido a través de los sacerdotes estar cercano a los seres humanos, a sus preocupaciones, a sus necesidades espirituales y existenciales. Como un Buen Pastor, Dios ha querido cuidar de su pueblo por medio de los sacerdotes. Por eso hoy celebramos esta solemne acción de gracias.

4. Padre Rufino, a lo largo de tu vida, has tenido la oportunidad de poder ser testigo de la bondad y hermosura de Dios. Primero recibiendo el don de la vida el día 7 de abril de 1961, en estas tierras hermosas, después recibiendo la gracia del Bautismo, la Confirmación y la Santa Eucaristía; posteriormente tras la llamada sacerdotal, respondiendo con alegría, el día 14 de agosto de 1990, en esta Parroquia de Jesús María, Mons. Mario De Gasperín Gasperín te impuso las manos consagrándote sacerdote para siempre. Este ministerio de comunión, sin duda te ha permitido poder ser testigo del amor que Dios tiene por la humanidad, siendo vicario en la parroquia de Santiago Apóstol, Jalpan; en la Parroquia de Santa María de Guadalupe, Pedro Escobedo; en la Parroquia de  San Juan Bautista, Victoria, Gto., y después párroco de la Parroquia del Sagrado Corazón, El Zamorano; la Parroquia del  Inmaculado Corazón de María, Aguazarca y hasta estos días, Párroco de la Parroquia de Jesús María, Atarjea, Gto. Veinticinco años en los cuales a diario has podido dispensar la gracia santificante mediante los sacramentos, instruir con tu palabra a los demás, anunciar el mensaje del evangelio, sanar el corazón y el alma de muchos que sin saber por dónde ir, con tu gesto oportuno y tu palabra sencilla, han podido encontrar el camino para ser santos y ser felices. Por eso junto contigo en este día damos gracias al Señor porque es bueno porque su misericordia es eterna (cf. Sal 135).

5.  Padre Rufino, esta celebración al mismo tiempo que es un acción de gracias es un invitación para que  continúes con alegría siendo discípulo misionero del Señor; nuestra Iglesia necesita de hombres consagrados enteramente al servicio del Reino.  La sociedad, la cultura y el mundo, necesitan de quien les indique el camino por dónde deba ‘tejerse’ la historia. La nueva evangelización necesita de sacerdotes enamorados de Dios que quieran desgastar su vida por el evangelio. “Sólo un sacerdote enamorado del Señor puede renovar una parroquia” (cf. DA, 201). Es importante que en esta etapa tan significativa para tu vida personal y sacerdotal, como san Pablo cuando se acercó a los Apóstoles de Jerusalén para discernir «si corría o había corrido en vano» (Ga 2,2), descubriendo que el criterio clave de autenticidad fue que no se olvidara de los pobres (cf. Ga 2,10), tú también hagas un discernimiento que te permita fortalecer la alegría de tu sacerdocio. El Papa Francisco nos ha dicho: “La belleza misma del Evangelio no siempre puede ser adecuadamente manifestada por nosotros, pero hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha” (cf. EG, 195). El sacerdocio de Cristo está en primer lugar en favor de los más débiles y de los más pobres, pues Cristo vino a los suyos para dar a vida por lo que estábamos perdido a causa del pecado.

6. Tú has renunciado al matrimonio por el reino de los cielos, tu vida, tu persona, tu sexualidad, toda tu existencia, han sido consagradas a Dios para que,  “haciéndote todo para todos” (cf. 1 Cor 9, 22),  muchos pudieran conocer a Dios, ser sus amigos y gozar de la felicidad que sólo él puede dar. Como dice el Papa Francisco: “Es sano acordarse de los primeros cristianos y de tantos hermanos a lo largo de la historia que estuvieron cargados de alegría, llenos de coraje, incansables en el anuncio y capaces de una gran resistencia activa” (cf. EG, 263).  Felicidades Padre Rufino, por estos años de entrega sacerdotal, sigue siendo un discípulo misionero de Jesús alegre y feliz.

7. Queridos hermanos y hermanas, no nos cansemos de dar gracias al Señor nunca por todo lo que hace a diario por nosotros y en nosotros: el don del Hijo, el don de la Encarnación, en la que Dios se nos dio a nosotros y permanece con nosotros, en la Eucaristía y en su Palabra, cada día, hasta el final de la historia. “Y aunque no necesita de nuestra alabanza es don suyo que seamos agradecidos” (cf. Prefacio común IV). Pidámosle a Dios que bendiga  acompañe a todos nuestros sacerdotes, que los preserve del mal y que les haga generosos dispensadores de su gracia.  Te agradecemos Señor, todos tus beneficios, ayúdanos siempre a ser fieles a tu llamada y a tu amor. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro