HOMILÍA EN LA MISA DEL XVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CON LOS PEREGRINOS CICLISTAS AL TEPYAC

HOMILÍA EN LA MISA DEL XVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CON LOS PEREGRINOS CICLISTAS AL TEPYAC.

escudo del obispo

Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe, México, CDMX, Domingo 24 de Julio de 2016.
Año de la Misericordia
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Queridos hermanos peregrinos ciclistas de la Diócesis de Querétaro,
Hermanos y hermanas todos en el Señor:

1. “Dios habita en su santuario; él nos hace habitar juntos en su casa; es la fuerza y el poder de su pueblo (cf. Sal 67, 6-7.37)” (Antífona de entrada). Con estas palabras que la liturgia de este domingo nos propone, como antífona de entrada, podemos sintetizar de manera extraordinaria la experiencia de peregrinar hacia este lugar santo donde Dios habita y nos hace vivir y habitar a cada uno de nosotros. Estamos alegres y contentos porque la providencia de Dios nos ha permitido llegar hasta este lugar y rendir a Cristo, por intercesión de su madre la Santísima Virgen María, nuestra gratitud al padre por todos los beneficios recibidos a lo largo del año. Aquí en esta casa nos sentimos cobijados y arropados por el rostro bendito de la morenita del Tepeyac, sus ojos de madre amorosa nos revelan el amor misericordioso del Padre que nos ama y nos da la salvación. Al llegar hasta este lugar. Todos sabemos y así lo experimentamos, que en nuestra vida, él es nuestra fuerza y el poder que nos anima para luchar por vivir realmente como hijos de Dios.

2. En este domingo su palabra nos anima y nos enseña que en la vida del cristiano la oración es fundamental; una oración que siga el modelo de aquella oración que Jesús nos ha enseñado. El Evangelio nos presenta a Jesús recogido en oración, un poco apartado de sus discípulos. Cuando concluyó, uno de ellos le dijo: “Señor, enséñanos a orar” (Lc 11, 1). Jesús no puso objeciones, ni habló de fórmulas extrañas o esotéricas, sino que, con mucha sencillez, dijo: “Cuando oren, digan: Padre…”, y enseñó el Padre Nuestro (cf. Lc 11, 2-4), sacándolo de su propia oración, con la que se dirigía a Dios, su Padre. San Lucas nos transmite el Padre Nuestro en una forma más breve respecto a la del Evangelio de san Mateo, que ha entrado en el uso común. Estamos ante las primeras palabras de la Sagrada Escritura que aprendemos desde niños. Se imprimen en la memoria, plasman nuestra vida, nos acompañan hasta el último aliento. Desvelan que “no somos plenamente hijos de Dios, sino que hemos de llegar a serlo más y más mediante nuestra comunión cada vez más profunda con Cristo. Ser hijos equivale a seguir a Jesús” (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 172).

3. Esta oración recoge y expresa también las necesidades humanas materiales y espirituales: “Danos hoy nuestro pan de cada día, y perdona nuestras ofensas” (Lc 11, 3-4). Y precisamente a causa de las necesidades y de las dificultades de cada día, Jesús exhorta con fuerza: “Yo les digo: pidan y se les dará; busquen y encontrarán; toquen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que toca, se le abre” (Lc 11, 9-10). No se trata de pedir para satisfacer los propios deseos, sino más bien para mantener despierta la amistad con Dios, quien —sigue diciendo el Evangelio— “dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan” (Lc 11, 13).

4. La tragedia más grave para muchos el día de hoy, es sin duda la incapacidad para detenerse un momento para orar. Se nos está olvidado lo que es orar. En nuestras agendas muchas veces no cabe un momento para entrar en esa intimidad con Dios. Hemos reducido muchas veces el tiempo dedicado a la oración y a la reflexión interior a la más mínima expresión. Distraídos por tantas cosas, embotados interiormente, hemos abandonado la noble costumbre de orar. Sin embargo hoy necesitamos orar.

5. Hagamos nuestras hoy las palabras de los discípulos que le dijeron a Jesús: “Enséñanos a orar” pues:

 Necesitamos aprender a orar, para poder entrar en la intimidad de Dios y poder así conocer su santidad y aspirar a ella.

 Necesitamos aprender a orar, para entender que la mejor parte de nuestra jornada, son los momentos a solas con Dios y poder así, entablar relaciones afectivas y efectivas que nutran nuestro espíritu y nuestra vida fraterna. El mundo necesita el perdón de Dios y nosotros el perdón de los hermanos.

 Necesitamos aprender a orar, para saber que no sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios y poder así darle su justo lugar al trabajo y a los quehaceres cotidianos.

 Necesitamos aprender a orar, para entender que el hombre es un fin y un no un medio y por lo tanto evitemos caer en la tentación de instrumentalizarlo con fines mezquinos, violentando la dignidad y la imagen de Dios con la que todos hemos sido creados.

6. Cada vez que rezamos el Padre Nuestro, nuestra voz se entrelaza con la de la Iglesia, porque quien ora jamás está solo. Comencemos rezando esta bella oración en familia en algún momento del día, con los hijos, entre los esposos, con los nietos, de modo especial en estos días de vacaciones; en el trabajo. Como peregrinos nos damos cuenta que sin la oración no podemos vivir.

7. Que la Virgen María, la morenita del Tepeyac, nos ayude a redescubrir la belleza y la profundidad de la oración cristiana. Amén.

+ Faustino Armendáris Jiménez
Obispo de Querétaro