Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe, México, CDMX, Domingo 23 de Julio de 2017.
***
Queridos hermanos peregrinos ciclistas de la Diócesis de Querétaro,
Hermanos peregrinos y peregrinas todos en el Señor:
1. Después de peregrinar durante estos días, llegamos hasta este santuario para
contemplar a nuestra Madre del cielo, la Morenita del Tepeyac, quien amorosa
nos acoge y nos abraza como Madre y Señora nuestra. Han bastado unos
instantes, al pasar frente a su bendita imagen, para entrecruzar las miradas y
poder así sentir y experimentar ese amor y esa ternura, que nos recuerdan que
no estamos solos en el camino de nuestra vida, que vivimos bajo su regazo, aún
en las circunstancias arduas y difíciles de la vida por las que estemos pasando.
2. ¡Gracias Madrecita nuestra, porque al contemplarte nuevamente, tu mirada
materna nos hace sentirnos en casa, felices y contentos! ¡Gracias Madre del cielo,
porque este año nuevamente nos acoges y nos permites decirte con lágrimas en
los ojos: que te amamos, que te damos gracias por todas las bendiciones que tu
Hijo Jesucristo nos ha dado mediante tu intercesión, que nos encomendamos a ti
y que nuestras alegrías, tristezas y preocupaciones las ponemos en tus benditas
manos!
3. La palabra de Dios que acabamos de escuchar, de manera muy especial en el
evangelio según san Mateo, centra nuestra mirada en el Reino de los cielos. Entre
las parábolas presentes en el Evangelio de hoy, hay una que es muy interesante
y de la cual podemos aprender mucho, es la del trigo y la cizaña, que afronta el
problema del mal en el mundo y pone de relieve la paciencia de Dios (cf. Mt 13,
24-30.36-43). La escena tiene lugar en un campo donde el dueño siembra el
trigo; pero una noche llega el enemigo y siembra la cizaña. Todos sabemos que
el demonio es un «sembrador de cizaña», aquel que siempre busca dividir a las
personas, las familias, las naciones y los pueblos. Los servidores quisieran quitar
inmediatamente la hierba mala, pero el dueño lo impide con esta motivación:
«No, que al recoger la cizaña pueden arrancar también el trigo» (Mt 13, 29).
Porque todos sabemos que la cizaña, cuando crece, se parece mucho al trigo, y
allí está el peligro que se confundan.
4. La enseñanza de la parábola es doble. Ante todo dice que el mal que hay en el
mundo no proviene de Dios, sino de su enemigo, el Maligno. Es curioso, el
maligno va de noche a sembrar la cizaña, en la oscuridad, en la confusión; él va
donde no hay luz para sembrar la cizaña. Este enemigo es astuto: ha sembrado
el mal en medio del bien, de tal modo que es imposible a nosotros hombres
separarlos claramente; pero Dios, al final, podrá hacerlo. Como cristianos
debemos estar atentos para no dejar que en nuestra vida el enemigo siembre su
cizaña. Y para ello es necesario estar ‘vigilantes’. Una vigilancia cristiana que
tenga los ojos de la fe y la lámpara de la palabra de Dios. Quizá es muy difícil que
cerremos los ojos ante el pecado, la muerte y el mal, pero lo que si podémonos
hacer es impedir que sus efectos tóxicos y alienantes nos adormilen y nos lleven
a la muerte. Esto significa que tenemos que estar preparados para custodiar la
gracia recibida desde el día del Bautismo, alimentando la fe en el Señor, que
impide que el mal eche raíces.
5. El segundo aspecto es el siguiente: la contraposición entre la ‘impaciencia de los
servidores’ y la ‘paciente espera’ del propietario del campo, que representa a
Dios. Nosotros a veces tenemos una gran prisa por juzgar, clasificar, poner de
este lado a los buenos y del otro a los malos… Pero recordad la oración de ese
hombre soberbio: «Oh Dios, te doy gracias porque yo soy bueno, no soy como los
demás hombres, malos…» (cf. Lc 18, 11-12). Dios en cambio sabe esperar. Él
mira el «campo» de la vida de cada persona con paciencia y misericordia: ve
mucho mejor que nosotros la suciedad y el mal, pero ve también los brotes de
bien y espera con confianza que maduren. Dios es paciente, sabe esperar. Qué
hermoso es esto: nuestro Dios es un padre paciente, que nos espera siempre y
nos espera con el corazón en la mano para acogernos, para perdonarnos. Él nos
perdona siempre si vamos a Él. Aprendamos de Dios la paciencia cristiana y
evangélica.
6. La actitud del propietario es la actitud de la esperanza fundada en la certeza de
que el mal no tiene ni la primera ni la última palabra. Y es gracias a esta paciente
esperanza de Dios que la cizaña misma, es decir el corazón malo con muchos
pecados, al final puede llegar a ser buen trigo. Pero atención: la paciencia
evangélica no es indiferencia al mal; no se puede crear confusión entre bien y
mal. Ante la cizaña presente en el mundo, el discípulo del Señor está llamado a
imitar la paciencia de Dios, alimentar la esperanza con el apoyo de una firme
confianza en la victoria final del bien, es decir de Dios.
7. Al final, en efecto, el mal será quitado y eliminado: en el tiempo de la cosecha, es
decir del juicio, los encargados de cosechar seguirán la orden del patrón
separando la cizaña para quemarla (cf. Mt 13, 30). Ese día de la cosecha final el
juez será Jesús, Aquél que ha sembrado el buen trigo en el mundo y que se ha
convertido Él mismo en «grano de trigo», murió y resucitó. Al final todos seremos
juzgados con la misma medida con la cual hemos juzgado: la misericordia que
hemos usado hacia los demás será usada también con nosotros. Mientras llega el
final de los tiempos los sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía son el
mejor antídoto contra el mal y el pecado.
8. Queridos peregrinos ciclistas y todos ustedes que hoy vienen a la casita del
Tepeyac, pidamos a la Virgen, María Nuestra Señora de Guadalupe, que su
bendición nos asista y acompañe siempre para poder vivir en medio de la cizaña,
sin que nos veamos contaminados por sus efectos que anestesian, intoxican y
llevan a la muerte. pidámosle a ella que nos enseñe a saber distinguir entre el
‘trigo’ y la ‘cizaña’ para no vernos envueltos en la corrupción, en las estructuras
de pecado y en todo aquello que pueda destruir la vida, la familia, la política, el
bienestar cultural y el tejido social. en este sentido es fundamental formar la
conciencia. “Hay que formar la conciencia, y esclarecer el juicio moral. Una
conciencia bien formada es recta y veraz. Formula sus juicios según la razón,
conforme al bien verdadero querido por la sabiduría del Creador. La educación de
la conciencia es indispensable a los seres humanos sometidos a influencias
negativas y tentadas por el pecado a preferir su propio juicio y a rechazar las
enseñanzas autorizadas” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1783). Cuanto
mayor es el predominio de la conciencia recta, tanto más las personas y los
grupos se apartan del arbitrio ciego y se esfuerzan por adaptarse a las normas
objetivas de moralidad» (cf. GS 16). Pidámosle a la Virgen María que nos ayude a
formar nuestra conciencia, pues el cristiano tiene el deber de hacerlo con el afán
de corresponder a su dignidad. Amén.
+ Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro