Homilía en la Misa del XI Aniversario de Consagración Episcopal de Mons. Faustino Armendáriz

 

Santa Iglesia Catedral, Ciudad Episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., 23 de febrero de 2016

Año Jubilar de la Misericordia

 

Muy queridos hermanos y hermanas, todos en el Señor:

1. La providencia de Dios a lo largo de 11 años me ha permitido experimentar en el ministerio episcopal que el amor y la misericordia de Dios son infinitas, es por eso que esta noche he deseado celebrar esta santa Misa, agradeciendo a Dios que su gracia me ha sostenido y me ha impulsado para colaborar con él en la instauración de su Reino. Además, de reconocer que esta es una oportunidad para valorar aquello que es importante cambiar,  con el firme propósito de asemejarme cada vez más al corazón de Cristo, Buen Pastor. Pues sin duda que a lo largo del camino recorrido, existen ciertas distracciones que nos alejan de la entrega al ministerio confiado por Dios.

2. Estos 11 años de ministerio episcopal, primero como obispo de Matamoros y ahora como obispo en esta Diócesis, han sido un camino de constante enseñanza donde he aprendido que Dios es quien teje su historia en la vida de cada persona, siempre y cuando, cada uno le permitamos entrar en nuestra vida y en nuestro corazón. Además, he podido constatar que cuando nos dejamos encontrar por Dios, la vida se transforma, la vida cambia, la vida se lleva a la plenitud. En este peregrinar episcopal no he caminado sólo, me han acompañado ustedes, —Sacerdotes, consagrados y laicos—, quienes con su testimonio de vida me han enseñado a saborear la gracia de ser  —como decía san Agustín— “para ustedes obispo y con ustedes cristiano”. Gracias a todos ustedes por no dejarme caminar sólo. Gracias por caminar todo este tiempo junto conmigo y enseñarme que el peregrino que camina sólo se pierde, se extravía y se expone a la deriva del camino. Gracias a todos ustedes por colaborar conmigo en el “oficio del amor”.

3. La palabra de Dios que hemos escuchado en este día, en el contexto que celebramos y en el camino cuaresmal, nos invita a purificar el corazón y el espíritu de todo aquello que nos impide hacer el bien y buscar la justicia. Es una invitación que nos lleva a preguntarnos sobre la rectitud de nuestras actitudes y de nuestras intenciones en el servicio a Dios y a los hermanos. El profeta Isaías con palabras duras y contundentes nos dice: “¡Lávense, purifíquense, aparten de mi vista la maldad de sus acciones! ¡Cesen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien! ¡Busquen el derecho, socorran al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan a la viuda!” (Is 1, 16-17). En este sentido la Cuaresma es el tiempo propicio para que el hombre —en un ambiente de silencio, de soledad— se encuentre a sí mismo y, en la luz de la palabra de Dios, reconozca aquello que haya falta purificar. El Santo Padre, al ofrecernos un año santo, precisamente nos está ofreciendo un tiempo favorable para purificarnos. Pues como afirma: “La misericordia de Dios transforma el corazón del hombre haciéndole experimentar un amor fiel, y lo hace a su vez capaz de misericordia. Es siempre un milagro el que la misericordia divina se irradie en la vida de cada uno de nosotros, impulsándonos a amar al prójimo y animándonos a vivir lo que la tradición de la Iglesia llama las obras de misericordia corporales y espirituales. Ellas nos recuerdan que nuestra fe se traduce en gestos concretos y cotidianos, destinados a ayudar a nuestro prójimo en el cuerpo y en el espíritu, y sobre los que seremos juzgados: nutrirlo, visitarlo, consolarlo y educarlo (cf. Francisco,  Mensaje de cuaresma 2016).

4. Es importante caer en la cuenta de la importancia de ser coherentes en la vida y en el culto a nuestro Dios; el ‘decir y el hacer’, exigen una relación muy estrecha que se justifique en la verdad, y en el compromiso concreto con el más pobre, con el que más necesita de nuestra ayuda. Las palabras de Isaías, indican qué es lo que Dios prefiere: “Dejen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien”. “Socorran al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan la causa de la viuda. Todo esto también nos debe hacer pensar a los cristianos de hoy: ¿nuestra fe es lo suficientemente pura y abierta como para que, gracias a ella también los “paganos”, las personas que hoy están en búsqueda y tienen sus interrogantes, puedan vislumbrar la luz del único Dios, se asocien en los atrios de la fe a nuestra oración y con sus interrogantes también ellas quizá se conviertan en adoradores? La convicción de que la codicia es idolatría, ¿llega también a nuestro corazón y a nuestro estilo de vida? ¿Estamos dispuestos a dejarnos purificar continuamente por el Señor, permitiéndole arrojar de nosotros y de la Iglesia todo lo que es contrario a él?

5. En lugar de los sacrificios cruentos y de las ofrendas de alimentos se pone el cuerpo de Cristo, se pone él mismo. Sólo “el amor hasta el extremo”, sólo el amor que por los hombres se entrega totalmente a Dios, es el verdadero culto, el verdadero sacrificio. Adorar en espíritu y en verdad significa adorar en comunión con Aquel que es la verdad; adorar en comunión con su Cuerpo, en el que el Espíritu Santo nos reúne.

6. La tarea sigue; el compromiso cada vez es más exigente, sin embargo, la disposición mía está puesta en las manos de Dios.

7. Les pido que se unan  a mi acción de gracias y que junto conmigo le pidan a Dios que mi corazón sea cada vez más puo y generoso. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro